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Jorge Praga
Sábado, 24 de junio 2023, 00:19
Debió de ser en el otoño de 1982 cuando Pedro Almodóvar llegó a Valladolid con su segunda película, 'Laberinto de pasiones', a los recién inaugurados cines Manhattan. Aquella lejana, pero no olvidada noche, dejó al público entre asustado y desbordado con los amores entre Riza ... Niro, príncipe de Tirán (un muy solvente Imanol Arias) y la ninfómana Sexilia (Cecilia Roth). Cuando en el coloquio un espectador le reprochó el exceso de imaginación, Pedro recorrió las filas de butacas localizando tipos parecidos a los de sus disparatados personajes. A más de uno se le subieron los colores.
Almodóvar bebió de los barrios en los que convivían el casticismo con la vanguardia, las marujas con los drogadictos y prostitutas de la movida madrileña, en la que el director supo encontrar el estigma de la extravagancia. Con el respaldo de su productora El Deseo sus películas fueron puliendo su puesta en escena. Pero siempre lograba dejar sitio para el guiño cutre, el chiste rabioso o los personajes excesivos de Chus Lampreave o Rossy de Palma.
Incluso cuando el dolor y la soledad se adueñan de obras de madurez como 'Hable con ella' o 'Dolor y gloria', el director no deja de aportar su minuto libérrimo. En ese hacer lo que le da la gana cabe entender su rechazo a dirigir 'Brokeback Mountain', el primer western homo, en una industria que podía escapar de su control. Y fabricar metrajes inusuales de treinta minutos: 'La voz humana' o 'Extraña forma de vida', su respuesta a 'Brokeback Mountain'.
La extravagancia de 'Extraña forma de vida' llega con el molde elegido, un western. ¡Almodóvar haciendo cine de género, cuando él ya es un género en sí mismo! Ahí le tenemos rodando en el desierto de Almería, bañando a sus actores en el polvo, jugando a los duelos de pistolas. Un western canónico. Pero el respeto no evita la rareza de la canción inicial, un fado de Amália Rodrigues deletreado por Caetano Veloso. Y siguen rupturas como la de los vaqueros haciendo la cama tras deshacerla con su pasión. O el descubrimiento de los calzoncillos cuidadosamente planchados en un cajón del sheriff, digno de un anuncio de Yves Saint Laurent.
«Qué extraña forma de vida / tiene este corazón mío / vive de vida perdida», reza la letra de Amália Rodrigues. Que no solo proporciona el título, sino que fija su esencia en ese sugerente «vive de vida perdida». La película refleja dos tiempos separados por veinticinco años. Cuando los pistoleros eran jóvenes se engancharon en un amor que apenas duró dos meses (y que se inicia en una juerga calcada de 'Grupo salvaje', de Sam Peckinpah). Lo que uno ofrecía al otro, retirarse a un rancho, no encajaba en la vida aventurera que llevaban. Tienen que pasar esos años, que son los que en cierta manera necesitó la historia del cine para atreverse a contarlo. Entonces puede cristalizar la «vida perdida» que aguardaba en sus corazones, aunque sea a costa de las heridas propias de un western. En la escena final la película encontrará su nuevo comienzo, pues los protagonistas ya saben lo que harían dos hombres solos en un rancho: «Cuidar uno del otro. Protegerse mutuamente. Darse compañía». Dulce final, dulce porvenir.
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