Dos europeos de Valladolid: Arcadio Pardo y Francisco Pino
«EL verdadero lugar en nuestras letras de estos dos poetas está todavía por reivindicar en su justeza»
carlos aganzo
Viernes, 10 de febrero 2023, 00:25
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carlos aganzo
Viernes, 10 de febrero 2023, 00:25
Desde tiempos de Juan de Valladolid, también conocido como Juan Poeta, a principios del siglo XV, y con toda seguridad desde mucho antes, la relación de la ciudad del Pisuerga con la poesía ha sido un continuum donde no han faltado las cumbres, pero tampoco ... ese sustrato más íntimo, de tertulia o de capillita, por no decir de conciliábulo, que forma parte de la misma esencia de la escritura poética.
Sobre las figuras de Zorrilla, Núñez de Arce, Leopoldo Cano o Emilio Ferrari, reconocidas en Valladolid como en toda España, a finales de los años veinte del pasado siglo surgen aquí figuras como las de Jorge Guillén y Rosa Chacel, a los que la guerra terminaría empujando al exilio, produciéndose una ruptura que, sin embargo, no fue óbice para que la ciudad viviera, durante los no fáciles años del franquismo, su propia intensidad poética. Una vivencia literaria casi de puertas adentro, alrededor de autores de Valladolid, o vinculados a Valladolid, como José María Luelmo, Manuel Alonso Alcalde, Justo Alejo o Luis López Anglada, por citar solo unos pocos.
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Diecisiete años más joven que Guillén, es en el entorno de la Generación del 27 donde hay que encuadrar las referencias poéticas iniciales de Francisco Pino. Los 75 primeros poemas de 'Cántico' vieron la luz en 1928, el mismo año en el que Pino fundó (junto a Luelmo y Juan Ribó) la revista 'Meseta', en la que publicaron sus poemas Lorca o Alberti. Sin embargo, ya desde sus estancias en Francia e Inglaterra, en los primeros años treinta, las vanguardias europeas interesaron más al joven poeta vallisoletano que la renovación de la poesía española que representaban los escritores del 27. Un distanciamiento de las corrientes al uso que se hizo crónico tras los avatares de la guerra civil, que para Pino significaron un exilio interior dentro del propio exilio interior de los que se quedaron en España.
Pino publicó la mayor parte de su obra en editoriales e imprentas vallisoletanas (Sever Miñón, Relieve, Ambrosio Rodríguez, Gráficas Andrés Martín, El Gato Gris, Azul), a excepción de los seis títulos ('Antisalmos', 'Méquina dalicada', 'Cuaderno salvaje', 'Así que', 'Y por qué' y 'Hay más') que aparecieron con Hiperión en Madrid, o de 'Claro decir', que editó Lumen. Sin embargo, parece justo decir que su gran obra experimental, gráfica, visual o religiosa es un claro ejemplo del escaso interés que han tenido las vanguardias en España. La obra de un poeta de culto «recluido» en su casa del Pinar de Antequera, un autor radicalmente original cuyas revistas, carpetas o cuadernos, más allá de los libros, solo hemos conseguido apreciar pasado el tiempo.
De Paco Pino se puede decir que fue profundamente vallisoletano, pero también plenamente europeo en su manera de vivir y de interpretar la poesía. Lo mismo que se puede, y se debe decir, de otro caso singular entre los poetas de Valladolid: el de Arcadio Pardo. Otra revista, en este caso 'Halcón', fundada en 1945 por Manuel Alonso Alcalde y Luis López Anglada, fue también punto de partida poético para este vallisoletano formado, en este caso, al arrimo de Narciso Alonso Cortés.
A Arcadio Pardo no fue la guerra, ni tampoco su sed de bohemia, las que se lo llevaron de Valladolid, sino más bien sus buenos resultados académicos. Antes de obtener plaza en el Liceo Español de París, primero, y más tarde en el Lycée International de Saint-Germaine-en- Laye o en la Universidad de París Nanterre, Arcadio Pardo había publicado en Valladolid sus tres primeros libros de poemas: 'Un tiempo se clausura' (1946), 'El cauce de la noche' (1955) y 'Rebeldía' (1957).
En este caso, sus libros merecieron la atención de algunas colecciones míticas, como Adonais, con quien publicó 'Vienes aquí a morir' (1980) o 'El mundo se acaba en Tineghir' (2007), y de otras independientes, como Endymion, Calima o las Ediciones de la Isla de Siltolá. Pero también fueron apareciendo de manera lenta pero ininterrumpida en Valladolid, con sellos como Sever Cuesta, Tansonville, la Fundación Jorge Guillén o la Universidad.
Poesía del conocimiento, la obra de Arcadio Pardo, también ha permanecido ajena durante todo este tiempo a las corrientes y escuelas al uso. En la corriente de María Zambrano o, antes aún, de los místicos castellanos (otro gran admirador de San Juan de la Cruz), Arcadio Pardo hizo de su obra poética, durante más de sesenta años, el centro de su filosofía, de su manera de entender el mundo. Un denodado empeño por aprehender la realidad desde la palabra, y por contener las escurriduras de un tiempo en disolución; entre lo que Jiménez Lozano llamó el modernismo post y Zygmunt Bauman la sociedad líquida.
Algo que hoy ya sabemos ya nombrar como post humanismo, y a lo que él dedicó una obra extensa, intensa, personal y decididamente europea, sin renunciar jamás a sus raíces. Poesía en el límite, la de estos dos vallisoletanos 'secretos', cuyo verdadero lugar en nuestras letras está todavía por reivindicar en su justeza.
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