Carlos aganzo
Valladolid
Viernes, 9 de diciembre 2022, 10:19
La poesía de Carolina Zamudio (Curuzú Cuatiá, Argentina, 1973) está marcada, como su vida, por el signo de la mudanza. De lo inasible, lo huidizo, lo perecedero. Su biografía, repartida por Argentina, Emiratos Árabes, Suiza, Colombia y Uruguay, donde actualmente reside, la ha convertido en ... una «esquiva criatura que vive sin fronteras». La herida por un desabrimiento que trata de buscar en el poema el punto de inflexión: el lugar en el que detener, acaso por un instante, el mecanismo inexorable de la rueda de la vida. Como en una fotografía o, en su caso, en una pintura. Un testimonio del ser en medio de la corriente de las horas.
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En coherencia con su vida, su obra ha anclado también en diferentes puertos. Sus libros –'Seguir al viento', 'La oscuridad de lo que brilla', 'Doble fondo', 'Rituales del azar', 'Teoría sobre la belleza', 'La timidez de los árboles', 'Vértice'…– han ido viendo la luz, sucesivamente, tanto en lugares de América (Argentina, Colombia, Perú, EE UU) como de Europa (Francia, Italia). También en España. Esta vez, aquí, en forma de antología. De 'summa poética' reunida bajo el título de 'Las certezas son del sol', y publicada en Granada por Valparaíso.
Y en concomitancia con su vida y con su obra en tránsito, sus poemas, cada uno de ellos, se convierten en una pequeña obra cerrada en la que la palabra pugna como alternativa a la esquivez, a la escurridura del tiempo. Y a las añagazas de la memoria. «Sé que puedo extrañar en quien no fui / en aquellas tierras que tampoco eran mías», dice la escritora, que reivindica la poesía como asombro, como iluminación, como relámpago, pero también como reivindicación del ser a partir de su memoria, de su «historia en pausa». Desvelaciones del presente, «como la cáscara que se quita», pero además evocaciones de momentos germinales del pasado, de visiones configuradoras, de paraísos perdidos. Y de horizontes («¿el mar, el desierto, las pampas?») de eternidad. La mirada atenta a las manifestaciones del mundo y sus criaturas, pero asimismo la desazón, cada vez que nos asomamos a ese balcón «con vistas hacia dentro» que llega con cada noche. Espacios sin tiempo. El desafío del poema frente al tiempo, «ese insensato» que nos construye al mismo tiempo que nos deshace. Palabras, que «no piedras», para certificarlo. Fulgores frente a las sombras de la zozobra y el desasosiego. Y la búsqueda de las raíces, de los amarres, de las permanencias, frente al turbión de las mudanzas. Certezas que son del sol, dice Carolina Zamudio. Entre ellas, la constatación de que «no hay vida sino dentro del amor y sus mil caras». El amor y sus palabras, por fin, como balsa de náufrago en medio del mar picado de la incertidumbre.
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