La escritora vietnamita Kim Thúy. JOSÉ RAMÓN LADRA
Reseñas literarias: un ángulo me basta

Escritoras por los márgenes: Agota Kristof, Kim Thúy y Marta Traba

Tres recomendaciones sobre lugares poco transitados

Fermín Herrero

Valladolid

Viernes, 10 de diciembre 2021, 19:55

Un viento desolador recorre como un escalofrío el comienzo de 'Ayer' (Libros del Asteroide), novela durísima, despeñada en siete capítulos, de la narradora y dramaturga húngara, acogida en Suiza, Agota Kristof, escritora en extremo singular, que siempre impacta y perturba por situarse y situarnos en ... los márgenes dolorosos, por lo común sepultados literariamente, de nuestra sociedad. Y por mostrarlos en crudo, de forma corrosiva. Un viento desolador barre todo atisbo de ternura o compasión. El protagonista, cercado por los delirios y una pulsión asesina, abrumado y aturdido, huye a un bosque, donde se duerme y pilla, empapado, una «bronconeumonía casi mortal». Tras mes y medio hospitalizado, curado ya de los pulmones, lo ingresan en «el pabellón Psiquiátrico» pues si bien solo pensaba descansar, «había intentado suicidarse», y tan contento por que así se libra de su vida absurda y marginal, no tiene que volver al curre en la fábrica.

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Con este inicio, nos ponemos en lo peor, diríase que estamos preparados para todo lo que venga. Pero quia. Aunque al final haya luz al cabo del túnel, a través de su aliento poético de un expresionismo sobrecogedor y de sus personajes, Kristof nos zarandea, toda esperanza perdida, sin piedad, nos desnuda al descubrir los abismos de nuestra crueldad congénita, nos deja un poso de orfandad absoluta en el mundo, de la espantosa soledad del hombre contemporáneo, aumentada por la condición de extranjero, del amor mecánico, el trabajo alienante, la mentira como rutina, la impotencia, nuestra insignificancia, en fin.

Las sospechas bien fundadas de la novelista alcanzan hasta a la propia escritura: «En cuanto se escribe, los pensamientos se transforman, se deforman, y todo se vuelve falso. A causa de la palabra». Menos mal que, pese a su laconismo expresivo, no llevó esta convicción a sus últimos extremos ni tuvo en cuenta otra admonición del narrador-protagonista, Tobías-Sándor, fría como cuchilla: «Creo que la escritura me destruirá» y nos dejó un puñado de novelas secas, hirientes pero necesarias, como la que comentamos o la trilogía, seguramente inspirada también en su propia experiencia, en la que disecciona con su habitual bisturí la impronta de los totalitarismos en nuestro mundo y que la misma editorial publicó en español hace dos años bajo el título, en honor de los terribles gemelos que la protagonizan, 'Claus y Lucas'.

'Em' es la cuarta entrega de la narrativa de Kim Thúy, escritora vietnamita refugiada en Canadá, que nos ofrece Periférica. Con las tres anteriores, editadas en orden inverso a su aparición original –esta, sin embargo, es del funesto 2020–, Thúy ha conseguido un nutrido grupo de seguidores fieles, entre los que me cuento, no sé muy bien por qué, si a causa de la feliz disposición de los argumentos o del preciso y cuidado estilo. Su prosa fragmentaria ha sido calificada, con mucho tino, como sencilla y luminosa. Desde luego, sus novelas, de trasfondo autoficticio, pero cada vez menor, tienen un algo, una originalidad que me seduce. Son ligeras y a la vez hondas, se me ocurre ahora, depositarias de esa sutileza oriental, insinuante, sugestiva, tan desconocida por nuestros lares narrativos, que igual se aprecia en los cuentos de la dinastía Tang como en los viajes hacia sí mismos de los haijines japoneses.

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'Ayer'

Agota Kristof. Libros del asteroide. 112 páginas. 16,95 euros.

'Em'

Kim Thúy. Periférica. 168 páginas. 16,50 euros.

'Las ceremonias del verano'

Marta Traba. Firmamento. 180 páginas. 16 euros.

La trama se hilvana en torno a los encuentros y desencuentros de los personajes, sus vidas cruzadas, se atomiza como de costumbre en brevísimos capítulos con título, «hilos de vida al filo del tiempo», con la traumática guerra de Vietnam, estadounidense para los aborígenes, como terrible telón de fondo y la reivindicación de las víctimas sin contabilizar, de los huérfanos o las viudas, en la búsqueda de la verdad o lo que buenamente se puede decir de ella –«toda la verdad muy probablemente os habría provocado, o bien un paro cardíaco o bien un acceso de euforia»–, como objetivo de la autora. Por eso, gracias a la viajera profesional Emma-Jade, el huérfano negro oriental Louis, la abnegada e intrépida Tâm y su niñera, al cabo madrastra, remontándose a los culis y colonos y desembocando en las cadenas de salones de manicura, en 'Em' «la verdad aparece fragmentada, incompleta, inconclusa en el tiempo y en el espacio». Pero certera, decantada mediante la levedad austera, sintética, de la expresión, de naturaleza inequívocamente lírica, esencial.

Bendecida en su día, entre otros, por Elena Poniatowska o la reciente Cervantes Cristina Peri Rossi, la argentina Marta Traba, afincada en Colombia, obtuvo con 'Las ceremonias del verano' el premio Casa de las Américas, por entonces el galardón de referencia de la narrativa hispanoamericana. La novela se despliega, a la sombra de Katherine Mansfield, otra irreductible e inclasificable, en cuatro tiempos y espacios durante un estiaje obsesivo, con el amor, lejos de «la parodia de la vida pública», como hilván unificador, dentro de la antinomia freudiana entre Eros y Thánatos.

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El primer movimiento se desarrolla en el Buenos Aires natal de esta novelista, especialista en Historia del Arte, crítica pionera, agitadora del panorama artístico colombiano y fundadora del Museo de Arte Moderno de la capital, que por desgracia murió, junto a otros escritores hispanoamericanos emergentes y consolidados, como el mexicano Jorge Ibargüengoitia o el peruano Manuel Scorza, en un espantoso accidente aéreo cerca de Barajas. En el sofocante ambiente porteño, radiografiado, la protagonista, adolescente despechada y llorosa, confinada en un barrio colectivo, marginal, vive en la literatura y se sumerge en una especie de «morir total», que no es «sino algo increíblemente, dolorosamente vivo».

El segundo, no menos bochornoso el verano, transcurre en un París, «nerval ahorcado», un tanto cortazariano, donde estudió y tuvo que exiliarse Traba, un paraíso, pese a destilar «baba corruptora, pero tal vez esto sea la belleza» para el amor, hasta sentirse ingrávida. Con «la placidez sobrehumana» de los interiores de Vermeer nos acerca, tiempo después, a la Italia infinita, sobre todo romana. Concluye, ya adulta, a sus cuarenta años, desde una ciudad innominada, que pudiera ser New York, o Bogotá, con un monólogo en la cama, su pareja al lado, de un cuarto de hotel como campana de cristal, mirando a un cielo neutro que propicia fugas pasionales a parques o playas, «fuera del tiempo y la memoria».

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Su estilo es muy compacto, minucioso y envolvente, sensual, apuntalado por largos parágrafos de respiración amplia. Una gozada de escritura, poética, voluptuosa, bien lustrada, a ratos contenida, casi siempre impetuosa, campanillea según engorda su caudal mediante frecuentes meandros digresivos o se encamina hacia ceremonias imaginativas, íntimas, secretas, en pos de la revelación esquiva que pide desenlace. La densidad expresiva, así como la familiaridad con el monólogo interior, el estilo indirecto libre y la alternancia de los puntos de vista, lo que la autora llama «el ir y el venir joyceano», se agradece en estos tiempos de narrativa tan convencional y adocenada. Es curioso, el libro vio la luz por vez primera en 1966. Que, de una manera increíble, se haya producido un retroceso en el uso de técnicas experimentales a fin de impulsar el significado hasta desembocar en el panorama actual en nuestro idioma, tan plano, ajeno por completo a los avances novelísticos de hace aproximadamente un siglo, justificaría, al margen de su calidad literaria, su reedición por parte de Firmamento.

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