Así que se cortó el pelo y se vistió como un hombre, con levita, capa, sombrero de copa. Tal vez exageraba los gestos, escondía la voz, imaginaba mil trucos para que nadie descubriera el ardid.Concepción Arenal (1820-1893) dejaba su nombre en la calle ... cuando, con 21 años y mostrándose como un varón, ingresaba como oyente en las clases de la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid. Corría el año 1841 y las leyes impedían a las mujeres cursar estudios superiores. Nada, salvo su propia determinación, apoyaba a Concepción en su deseo de convertirse en abogada.
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Así, oculta y sin desvelar su identidad, asistió a clases y tomó apuntes hasta que descubrieron la verdad. Aquel alumno tímido y callado era en realidad una mujer. Su destino parecía evidente en la época:no hay aquí lugar para ti. Pero consiguió lo que parecía imposible.No fue expulsada. Consiguió que el rector le hiciera un examen. Si lo aprobaba y el claustro lo aceptaba, podría seguir acudiendo a la Universidad. El resultado de la prueba fue abrumador. Concepción Arenal demostró no solo su deseo, sino también una valía tan inmensa que nadie se atrevió a contradecir.
Permaneció en las aulas hasta 1845 y sirvió de avanzadilla para una estirpe de mujeres, de «escritoras feministas que desde el siglo XIX intentaron romper la telaraña de prejuicios y leyes que dejaban a las mujeres en los márgenes».
Allí estaban también Carmen de Burgos (1867-1932) o Emilia Pardo Bazán (1851-1921). Mujeres convencidas de que ni eran ángeles en el hogar ni demonios en la vida social. Lo cuenta Carmen G. de la Cueva en 'Escritoras', un libro, con ilustraciones de Ana Jarén, que acaba de llegar a las librerías de la mano de Lumen.
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En él, De la Cueva reivindica el papel de investigadoras como Carmen de Zulueta, Amparo Hurtado, Shirley Mangini o María Jesús Fraga, que durante años han rastreado en archivos y fondos universitarios para rescatar del olvido a todas esas mujeres cuya obra fue considerada menor (cuando no ninguneada)por un canon dominado por el pantalón y los bigotes. Esta labor de «arqueología literaria y recuperación histórica» tiene en Antonina Rodrigo (Granada, 1935) a una de sus grandes valedoras.
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En los años 70 comenzó los trabajos preparatorios para 'Mujeres olvidadas: las grandes silenciadas de la Segunda República', una obra que reivindica el valor literario de escritoras como Carmen Conde o Concha Méndez... y entre las que también hay autoras de Castilla y León. Cuando Rodrigo le pidió a Montserrat Roig que le escribiera unas palabras como prólogo a su obra, se lo dijo muy claro:«Mira, Montserrat, si no hablamos nosotras de nosotras, ¿quién lo va a hacer?».
Los libros de texto escolares, las guías académicas y los recuentos generacionales rara vez incluyen en sus listados el nombre de mujeres como Luisa Carnés oErnestina de Champourcin. Pero, en los últimos años, sus nombres comienzan a reivindicarse desde los estudios literarios y las publicaciones editoriales.
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«Una mujer que escribe tiene que pelarse con toda una tradición de silencio y con el desdén de los otros», dice De la Cueva en 'Escritoras', un libro que recuerda las figuras de María de la O Lejárraga, María de Maetzu o Elena Fortún.
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