John Wayne, en 'El día más largo'.

Es una cosa muy seria

Capra, Ford, Stevens, Wyler y Huston regresaron del infierno bélico tras trabajar como documentalistas

Jorge Praga

Valladolid

Viernes, 29 de enero 2021, 08:25

Una serie documental de Netflix de 2017, 'La guerra en Hollywood', permite mirar la actualidad del setenta y cinco aniversario de la Segunda Guerra Mundial bajo la perspectiva de los grandes estudios norteamericanos. Basada en el libro de Mark Harris 'Five ... Came Back', la serie sigue la pista de cinco grandes directores, Frank Capra, John Ford, George Stevens, William Wyler y John Huston, que regresaron del infierno bélico tras trabajar como documentalistas. Ya que en la Alemania nazi lucía la propaganda de las obras de Leni Riefenstahl, Estados Unidos decidió emplear a sus mejores directores para elaborar su propia visión del conflicto. Así que Capra produjo en esos años el noticiero 'Por qué luchamos', Ford rodó en el Pacífico 'La batalla de Midway', Wyler subió la cámara a la rutina de un bombardero, Stevens entró en Dachau con las primeras tropas, y Huston recreó la batalla de San Pietro en Italia.

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Todos volvieron con heridas. La metralla alcanzó a Ford, el ruido del bombardero dejó sordo a Wyler, pero las dolencias eran más profundas. Cuando Capra volvió a los estudios pocos le recordaban. Peor lo pasaron John Ford y George Stevens, bajo cuyo mando estuvieron docenas de cámaras para documentar el día D en las costas de Normandía. El infierno del desembarco, con la muerte fulminante de miles de soldados apenas pisaban las playas, desbordó el aguante de estos narradores de hazañas bélicas. John Ford se ocultó en una casa donde estuvo bebiendo durante tres días hasta que sus hombres le localizaron. George Stevens continuó mal que bien con las tropas hasta entrar en París, pero se derrumbó cuando descubrió el campo de concentración de Dachau. Ni el uniforme militar, ni la narración cinematográfica fueron escudos suficientes para defenderse del horror. Frank Capra se escapó en la posguerra hacia 'Qué bello es vivir'. John Ford compuso una vez más su rostro pétreo y logró volver a las ficciones de género. Georges Stevens se lo tomó con calma reflexiva: «Tenía la sensación de que nadie había hecho películas que mostraran la guerra tal y como había sido». El cine siguió siendo cine: «Las películas que vi en Hollywood después de la guerra no partían de la vida real. Partían de otras películas».

Para acercarse a ese horror resistente a la pantalla cabe convocar a un testigo directo del desembarco en Normandía, el fotógrafo Robert Capa. En la madrugada del 6 de junio de 1944 integraba la primera oleada que saltaba de las barcas anfibias, cerca de la playa que el mando militar bautizó como Omaha Beach. Fue el único fotógrafo que lo cubrió; el otro fotógrafo seleccionado rehusó acercarse a la costa. Capa, que cargaba con tres cámaras, se mantuvo entre las balas que le rozaban hasta que agotó los carretes. Dos años después aportó sus recuerdos en el libro 'Ligeramente desenfocado'. Su relato del desembarco apenas ocupa diez páginas, bien ajustadas al vértigo que vivió, vértigo que trataba de calmar en la barcaza repitiendo una frase amuleto que aprendió en nuestra Guerra Civil: «Es una cosa muy seria. Es una cosa muy seria».

Más allá de las palabras sobrevivieron las fotos del desembarco. Muy pocas, pues las prisas del revelado en Londres destruyeron casi todas de las ciento y pico que tomó. Solo se salvaron diez. Viéndolas, se ilumina el lema de Capa: «Si tu foto no es suficientemente buena, es que no estás lo suficientemente cerca». Apenas si hay distancia entre el fotógrafo y lo que sucede en ese oscuro amanecer: los soldados como sombras borrosas sobre el agua; los obstáculos metálicos y los troncos tras los que se guarecen; las olas empujando cadáveres hacia la playa. Capa dispara en todas direcciones, rodeado de fantasmas que van a morir. La única imagen algo precisa recoge la cabeza de un soldado de rostro crispado, con el cuerpo dentro del agua. Un instante en el que prima la angustia y la desolación de un hombre anónimo por encima de una fecha histórica. Las imágenes son más que nunca huellas, huellas de vida y luz fugaz. Huelen. Mojan. Congelan el ánimo.

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Tras la huida aterrorizada de Ford y Stevens, el cine apenas si supo mirar esas fotos milagrosas. El mayor esfuerzo de reconstrucción de esa jornada fue 'El día más largo', en 1962, que necesitó de tres directores bajo la férrea producción de Darryl F. Zanuck. Tres horas de género bélico que no se contagian de la atmósfera de Omaha Beach capturada por Capa. Si ninguna película la alcanza, al menos una secuencia sí cumplió con honor y cercanía: los veinte minutos iniciales de 'Salvar al soldado Ryan', probablemente el cine más exacto y verdadero que haya elaborado Steven Spielberg. Es una secuencia que se construye desde los tonos grises de Robert Capa, que emula su avance desorientado hacia la playa, que imagina los cuerpos que revientan, arden, se sumergen, enloquecen. El horror busca asiento en la cabeza del teniente Miller hasta bloquear sus sentidos y borrar el tiempo, mientras un soldado busca el brazo que un obús le acaba de arrancar. Pero la coherencia narrativa retorna para poner la mente de Miller en razón, y el género bélico triunfa frente al delirio paralizador. El cine vuelve a parecerse al cine, como lamentaba George Stevens, y se aleja una vez más de la memoria alucinada y de las huellas que atrapó Robert Capa.

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