El libro que hoy comento me ha llevado a una ciudad que conocí hace veinte años. Me refiero a Berlín. Creo que fue en los primeros años del siglo XXI. Siempre tuve reparos, prejuicios históricos. Me costaba ver Berlín sin el recuerdo de su época ... nazi. Imaginarme esta ciudad sin la presencia de Hitler y la Gestapo me era casi imposible. Hasta que un día decidí romper con esa inercia absolutamente injusta. La primera vez estuve una semana, la segunda un mes, y la última, apenas diez días. Me encantó. Quedé prendado. Una ciudad cosmopolita, abierta, infinita. Y sobre todo, barata, muy barata. Supe que los alquileres, incluso la compra de pisos, en la antigua zona del Berlín Este eran envidiablemente accesibles a todo aquel que quisiera quedarse a vivir, si su profesión se lo permitía. La última vez que estuve fue en 2009. Pasaron los años y me fui enterando por amigos y la prensa de que la antigua Berlín accesible para todo el mundo se estaba convirtiendo en una ciudad inaccesible. Cara, gentrificada. En una palabra, prohibitiva. Nada distinto, por otra parte, a lo que sucede en el resto del mundo. Pues bien, la novela que hoy comento va de esto, de esa ciudad de Berlín hasta no hace mucho al alcance de todos los bolsillos y todas las sensibilidades, hasta ir poco a poco convirtiéndose en una ciudad para privilegiados. Incluso para los propios alemanes. Se titula 'Las perfecciones', del escritor italiano Vincenzo Latronico.
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'Las perfecciones' Vinzenzo Latronico. Trad.:Carmen García-Beamud. Ed.:Anagrama. 168 páginas. Precio:17,90 euros (ebook, 10,99)
El asunto central de esta novela es la vida de una pareja de jóvenes, entre 23 y 30 años. Un chico y una chica que trabajan de diseñadores gráficos. Diseñan para varias empresas, grandes y pequeñas, de diferentes lugares del planeta. No necesitan compartir su piso con nadie. Lo que ganan les permite abonar el alquiler sin temor a no llegar a fin de mes. Tienen amigos; generalmente son de su mismo país (italianos), ingleses, españoles o australianos. Comparten fiestas y cervezas. No tienen hijos, cosa que sí pasa con casi el resto de amigos que frecuentan.
La vida suele a veces tornarse rutinaria. Es lo que un día comienza a sucederles a Anna y Tom. La felicidad tambien se vuelve rutinaria, como los besos, el sexo y los desayunos. Así es como un día deciden cambiar de aires. No abandonan el piso de Berlín, lo realquilan, cosa que se puede hacer con un contrato de subarriendo. Marchan a Lisboa y Sicilia. Pero no encuentran el ambiente propicio, no encuentran amigos ni complicidades. Cuando están a punto de regresar a Berlín, Anna recibe una herencia, una casa inmensa de un tío que no tiene ni mujer ni hijos. Reforman la vivienda y la convierten en una casa de vacaciones para turistas adinerados. Y mantienen la de Berlín. Nunca se sabe.
Una novela de nuestros días. De los jóvenes, de las ciudades sometidas al imperio del mercado y de los que más pueden. Y una elegía al Berlín que ya ha muerto.
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