Se dice que un columnista es una piscina inmensa, pero de solo un centímetro de profundidad. Quizá el que lo dijo sea demasiado generoso. Armando Zerolo (Madrid, 1978) aparece como lo contrario, como un cerebro diseñado para el conocimiento intenso y abordado de modo holístico, ... enciclopédico, como si cada aspecto en el que se adentrara terminara con una mini tesis doctoral sin puntos ciegos. Frente a las piscinas de la escritura diaria, Armando es un pozo estrecho y profundo. Y gracias a Dios, porque todos sabemos que a las piscinas va uno a refrescarse, pero de ahí no se bebe. El problema es que de los pozos se bebe, pero no se sale y, por eso, a Armando hay que agradecerle que haya hecho el esfuerzo de meterse y jugarse la vida para poder sacar agua mientras nosotros leemos en esa piscina, como domingueros del pensamiento.
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Zerolo es profesor de Filosofía Política y del Derecho en el CEU San Pablo y se nota en cada página. Su conocimiento no es el de un aficionado, sino el de un perfil académico. Su acercamiento a la Verdad es intelectual, que no es otra cosa que lo espiritual pasado por el tamiz de lo humano. Y 'Época de idiotas: un ensayo sobre el límite de nuestro tiempo' (Ediciones Encuentro) es un libro iniciático, escrito en estado de gracia y que más que un ensayo es un conjunto de meditaciones que no tienen aparentemente nada que ver entre sí. Solo aparentemente. Si hay algo que vertebra el libro es el optimismo, el profundo amor al ser humano y la visión de nuestro tiempo dentro de su contexto, lo que le lleva a escribir contra el decadentismo y la nostalgia, pasatiempos tan de moda. No se puede hablar de ética sin hablar de sociología, porque nos lleva a un dogmatismo violento, que es causa y consecuencia de los populismos. Y no se puede hablar de la fe sin reparar en la condición histórica de la religión. Porque son inseparables.
Así, el libro comienza con una revisión del poder en la historia y con un acercamiento al hombre como animal histórico, con ideas y creencias, en la escuela orteguiana. Aunque, quizá, esa sea la parte más compleja. Afortunadamente, Zerolo también escribe con estilo, que no es la Verdad sino el reflejo de la Verdad y el libro avanza para analizar el azoramiento y el pesimismo con el que convivimos. «Hablar bien de una época resulta contracultural», escribe. Y por eso señala todos los aspectos positivos de una sociedad que, aún así, prefiere fustigarse centrándose en los negativos. Posteriormente se centra en la identidad como tarea y sedimento, subrayando un hallazgo lúcido del límite como lo que une dos mundos y no como lo que los separa. El límite es un puente, aunque se vea como miedo. Y quizá todo el libro vaya, en realidad, de eso, de que estamos asustados de nuestro propio poder, como niños ciegos perdidos en la noche. Un texto importante y recomendable para quien busque motivos para volver al optimismo. Y, de paso, razones para responder al pesimismo del cuñado en la cena de Nochebuena.
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