![Se empieza a disipar la niebla](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201905/24/media/cortadas/Julio-Romero-Torre-kwlB-U80264494616IGE-624x385@El%20Norte.jpg)
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Se empieza a disipar la niebla y a descorrerse el tupido velo que cubría sus nombres, sus obras, su lucha. Fueron las mujeres de tres generaciones que brillaron con luz propia en tiempos de opacidad para el género femenino. Dejando a un lado publicaciones aisladas ... que en las últimas décadas han aflorado gracias a entusiasmos particulares y a trabajos de investigación en cátedras de estudios de género, la visualización más amplia y próxima en el tiempo de su aportación a la cultura reciente de nuestro país comenzó por la recuperación en grupo de Las Sinsombrero, nombre con el que son conocidas las mujeres de la Generación del 27, aquellas que la historia oficial había ocultado hasta ahora, sobre todo como grupo. De ellas, apenas Rosa Chacel (autora de una de las obras literarias más profundas y rigurosas de nuestra historia reciente) o María Zambrano, más reivindicada que leída en los últimos tiempos, habían logrado una mayor presencia en todo tipo de citas culturales y ensayos críticos. Pero otros nombres como Maruja Mallo, Ernestina de Champurcín, Marga Gil Roësset, Ángeles Santos, Delhy Tejero, Josefina de la Torre, Margarita Manso, Remedios Varo, Concha Méndez iban saliendo esporádicamente. Poetas, pintoras, intelectuales que, como figuras fantasmales, salían de la oscuridad en alguna exposición colectiva, en la referencia de algún ensayo, en alguna antología, en algún artículo de prensa… El documental que por iniciativa de Acción Cultural Española y la productora Intropía que ocupó uno de los espacios del programa 'Imprescindibles' de La 2 de TVE fue una ventana abierta a su recuperación.
Ahora sabemos que su obra, inexistente para los libros de texto y el canon oficial, no solo estaba a la altura de la de sus compañeros de generación, sino que en muchos casos la superaba. Y aunque su trabajo se desarrolló, principalmente, en las primeras décadas del siglo pasado en un ambiente de efervescencia cultural y de apogeo de instituciones como la Residencia de Estudiantes y su correlato femenino, la Residencia de Señoritas, ambas bajo las directrices de la Institución Libre de Enseñanza, no dejaron de tener que luchar contra los estereotipos que marcaban a la mujer en cuanto a su finalidad de esposa y madre y por tanto de 'ángel del hogar'.
Estas mujeres vanguardistas, cuya obra se vio truncada en muchos casos por la Guerra Civil, la dictadura y el exilio, tuvieron unas maestras con las que normalmente aparecen unidas en las publicaciones que en los últimos años reivindican su figura. Fueron las que abrieron camino en demasiadas ocasiones a costa de su vida privada. Las mujeres de la llamada Generación del 14, entre las que destaca, por el papel que tuvo en el desarrollo de las instituciones educativas antes mencionadas, María de Maeztu. Pedagoga y humanista, discípula de Ortega e impulsora de la Residencia de Señoritas (correlato femenino de la Residencia de Estudiantes), fue además directora del Instituto-Escuela, una iniciativa de la Junta de Ampliación de Estudios, el organismo que permitió a tantas pioneras estudiar en el extranjero y conocer de primera mano las nuevas corrientes pedagógicas europeas. También presidió el Lyceum Club Femenino, donde se impartían conferencias y cursos en sus distintas secciones (Literatura, Ciencias, Artes plásticas…) y a cuya junta directiva pertenecieron también Victoria Kent, Zenobia Camprubí y en cuyas actividades participaron Margarita Nelken o Elena Fortún.
Junto a estas intelectuales, entre las que también cabe citar a Carmen Baroja y la muy destacada figura de Clara Campoamor, fundadora de la Unión Republicana Femenina y principal impulsora del voto femenino en España que finalmente se logró en 1931, hubo también artistas. Sin duda la más destacada fue María Blanchard, afincada en París en cuyo Salón de los Independientes presentó sus obras en varias ediciones. También Blanchard ha sido víctima de ese doble rasero con el que se ha estudiado y valorado hasta ahora la obra de artistas masculinos y femeninos.
Uno de esos momentos puntuales en los que como decía al principio se empezaba a descorrer el velo que tapaba a estas mujeres fue protagonizado por una de las activas participantes en el Lyceum Club. Me refiero a María Lejárraga (1874-1974). Fue la publicación en 1992 de 'María Lejárraga, una mujer en la sombra', de Antonina Rodrigo, que puso negro sobre blanco algo que era sabido solo en determinados círculos teatrales de la época. Que las obras que tan célebre hicieron la firma Martínez Sierra y que dieron fama y dinero a la compañía teatral que formaba con su marido Gregorio Martínez Sierra, habían salido en realidad de la pluma de ella. Que las mujeres tuvieran que usar un pseudónimo masculino para ver publicadas sus obras era algo nada infrecuente, pero que uno de los más populares y aclamados (aunque también criticados) autores teatrales se arrogara para sí un mérito que no era suyo sin escándalo, no deja de ser un síntoma de cuál era la situación de sumisión de las mujeres respecto del varón. A pesar de lo que pudiera parecer, María Lejárraga fue una feminista convencida. Pronunció conferencias a favor de los derechos de la mujer y promovió la Asociación Femenina de Cultura Cívica, que impartía cursos y conferencias dirigidas a mujeres trabajadores y de clase media y trabajó por la unión de las asociaciones feministas.
La profesora y ensayista Mercedes Gómez Blesa, autora de un libro fundamental para conocer el devenir de las mujeres que marcaron el camino de la creación y las humanidades en España, 'Clasicas y vanguardistas. Las mujeres-faro de la Edad de Plata', encuadra a María Lejárraga en una generación, la de 1898, en la que los nombres de las mujeres aún estaban más silenciados que en la del 27. Cuando hablamos de la Generación del 98, se nos vienen a la mente en segundos Unamuno, Baroja, Valle Inclán, Machado… Pero ¿dónde las figuras de María Goyri, filóloga, columnista e investigadora del romancero tradicional, o de Concha Espina, dos veces candidata al premio Nobel, autora de enorme éxito y prestigio, que fue premio Nacional de Literatura y que hoy está completamente olvidada? Gómez Blesa las rescata de ese olvido junto a o tras figuras entre las que destaca a nuestra Colombine, a la que muestra no solo en su incesante labor como escritora, articulista y corresponsal de guerra, sino en su faceta de feminista activa. Sus ensayos sobre este asunto, en especial 'La mujer moderna y sus derechos' gozan aún de una sorprendente vigencia.
Pero aún deberíamos mirar unos años atrás y remontarnos al siglo XIX para encontrar a las verdaderas pioneras en la causa feminista en los albores de la participación femenina en la cultura y la política de la historia reciente. Dos adelantadas a su tiempo fueron sin duda Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán. De la primera, sobre la que conviene leer la reciente biografía firmada por Anna Caballé, se suele recordar el hecho de que tuviera que vestirse de hombre para asistir a la Facultad de Derecho, y que fuera 'primera' en tantos cargos públicos, como el de Visitadora de Prisiones de Mujeres, donde desarrolló su acentuada conciencia social. La segunda, además firmar una ingente obra literaria, fue la primera mujer en obtener una cátedra universitaria en España y la primera que formuló el feminismo como hoy lo entendemos.
Todas ellas y otras muchas son aún una guía para un camino que se antoja largo, a pesar de lo conseguido. Y, como dice el título de otra obra reciente firmada por Blesa y María Fernanda Santiago, 'debemos conocerlas'. En profundidad.
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