
Trascender los límites
Stanley Jordan lleva la guitarra del escenario jazzístico a la sanación neuronal
Eduardo Roldán
Sábado, 15 de marzo 2025, 10:27
Secciones
Servicios
Destacamos
Eduardo Roldán
Sábado, 15 de marzo 2025, 10:27
El de 'genio' es hoy día un término especialmente malbaratado. Y si hay un campo en el que se malbarata con más alegría es el ... de la música. Genio se aplica por igual a Mozart que al más reciente 'youtuber' que ha conseguido un millón de seguidores con una versión de un tema de funk de los setenta generada por inteligencia artificial que después apenas ha maquillado. Sin embargo, genios siguen saliendo, y siguen estando ahí aunque no se los reconozca o nos hayamos olvidado de ellos. En jazz, hace cuarenta años surgió un nombre merecedor del calificativo, aunque hoy, atravesados como estamos por la obsesión de la novedad, haya caído, si no en el olvido, en una suerte de limbo apartado.
Corría el año 83 y Stanley Jordan se ganaba, más mal que bien, la vida tocando en las esquinas de Nueva York. Pero no era otro músico esquinero con sueños de llegar en la Gran Manzana. Pronto corrió la voz entre los músicos de que ese chaval hacía cosas con la guitarra que nadie había hecho antes (no a ese nivel). De esa guitarra salían, simultánemente, una línea melódica, un acompañamiento por acordes y una línea de bajo, cada música con absoluta independencia y a la vez perfectamente engarzadas para dar un todo más rico que la suma de sus partes. Bastaba una sola guitarra, pues, para sustituir a un combo entero.
¿Cómo lo hacía el chaval? De una manera heterodoxa, por decir lo menos: en lugar de rasgar las cuerdas de la guitarra, pulsaba –apretaba– con las yemas de los dedos de las dos manos las cuerdas sobre el mástil, más como si tocase las teclas de un piano. Cierto: Jordan no fue el primero en aplicar la técnica (puntuales guitarristas de rock y heavy metal lo habían hecho ya), pero sí sin duda quien hizo de ella un vehículo expresivo propio, hasta el punto de llegar a trascender lo que uno hubiera pensado eran los límites del instrumento.
Contado así, resulta un tanto abstracto, y no es fácil hacerse una idea. Convendría ver algún vídeo de la época (por ejemplo, la versión de Jordan de 'Jumpin' Jack' en el concierto aniversario 'One Night with Blue Note') para darse cuenta de la profundidad de la concepción y del virtuosismo de la ejecución. Virtusiosismo que, por otro lado, presenta un problema, y es que nos quedemos en él, deslumbrados, sin ser capaces de ver –de escuchar– más allá. Porque la técnica en Jordan, con todo lo abracadabrante que es, es siempre un medio, no un fin; lo que cuenta es la música, las ideas, y Jordan buscó y desarrolló esa técnica como vehículo para dar salida a las ideas musicales que bullían en su cabeza, no la desarrolló y a partir de ahí comenzó a tocar (la diferencia es esencial).
El descubrimiento de Jordan supuso una eclosión casi sin precedentes: contrato con la mítica Blue Note –su primer álbum con el sello, 'Magic Touch', se mantuvo 51 semanas en el primer puesto de las listas de jazz de Billboard, y llegó a disco de oro veinte años después de su publicación, aparte de reportarle a Jordan numerosos premios Grammy–, cameos en películas y series de televisión, giras por los festivales de jazz más prestigiosos del mundo… Pero de a poco, a medida que el deslumbramiento de la novedad fue remitiendo, también su llama se fue apagando, y Stanley Jordan quedó como un rara avis, un singular en los márgenes, alguien sin duda con talento pero que ya estaba visto, y el público y la crítíca pasó a otra cosa –otra cosa casi siempre con mucho menos interés–. No obstante, Jordan ha seguido explorando el universo musical de la guitarra, y grabando y girando, y cualquier aficionado que se embarque en el viaje musical del músico de Chicago verá recompensado el tiempo invertido.
Hoy Jordan, a los 65 años, sigue en ese viaje, y lleva además inmerso en otro desde hace ya mucho tiempo, trabajando con neurólogos y otros especialistas en su convencimiento de que la música puede funcionar como terapia, como agente sanador a nivel personal y social. No es que se haya retirado, ni mucho menos –basta echarle un vistazo a su agenda de conciertos programados—–, pero ya no arrastra consigo el aura de excitación urgente de sus comienzos. Lo cual es injusto, pues su música sigue siendo de lo más excitante, pero quizá, ay, también inevitable.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Favoritos de los suscriptores
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.