Keith Jarrett ha tenido que colgar las zapatillas, y poco puede hacerse. Tras el segundo ataque que sufrió en 2018, quedó paralizado y tuvo que pasar cerca de dos años en rehabilitación. Ahora solo puede caminar con un bastón y «tocar» el piano con la ... mano derecha (y una mano derecha limitada: «Mi dedo meñique tiene que tocar la melodía, y el resto de los cuatro, intentar tocar el acorde»), lo cual le produce quizá más sufrimiento que si no pudiera tocar en absoluto (porque su mente ve lo que debería estar haciendo pero su cuerpo se niega a hacerlo).
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No es la primera vez que Jarrett tiene que hacer frente a los impedimentos de una grave enfermedad. Ya en 1996, tras un concierto en Italia, tuvo que cancelar la gira pendiente, debido al dolor y al cansancio insoportables que sufría. Le diagnosticaron fibromialgia y no sabía si iba a ser capaz de volver a tocar: «Solo podía mirar al piano, no podía tocarlo». Tuvieron que pasar tres años para que volviera hacerlo –durante los dos primeros, ni siquiera podía escuchar música–, y el resultado fue un disco que se apartaba de todo lo realizado hasta entonces a piano solo por Jarrett.
Jarrett había llevado los recitales en solitario a su máxima expresión (nadie antes ni después –aunque Brad Mehldau se le acerque– ha llegado a las cotas del pianista de Allentown). Eran conciertos donde la entrega física era total, con una casi fusión de Jarrett con el instrumento, que se ponía en pie, se retorcía, canturreaba las notas, pinzaba las cuerdas… Experiencias únicas, completamente improvisadas, que llevaban la música a territorios sorprendentes (y el primer sorprendido era él). Y entonces llegó el colapso, y con el colapso el silencio… hasta que una noche de 1997 se sentó en el piano que tiene en su estudio, con un micro al lado, y comenzó a deslizar los dedos, deteniéndose en cuanto sentía que la música lo empujaba hacia el colapso.
El resultado de estas sesiones caseras fue 'The Melody At Night, With You'. Se trata de un disco bisagra entre lo que había hecho y lo que haría después, una suerte de paréntesis íntimo que dedicó a su mujer como pequeñas cartas o poemas de amor. Esta magia intimista del disco nace pues de una carencia física; dentro de este impedimento, el pianista tuvo que encontrar la manera de hacer brillar las dinámicas internas de la música, exponenciar la expresividad, y el resultado es un conjunto de rendiciones que llegan al corazón de las canciones (y al del oyente).
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Como ya el título anticipa, es la melodía el eje central sobre el que pivota la experiencia musical. Jarrett siempre ha vindicado el lirismo, que, según él, «es donde empezó la música, y ahí es donde acabará». Lo que viene a entroncar con unas palabras similares de Sonny Rollins, una de las influencias reconocidas de Jarrett, quien siempre ha dicho beber más de Rollins o de Ornette Coleman (que tocan instrumentos melódicos) que de otros pianistas.
El disco se compone de diez estándares, incluidos dos temas del folk tradicional, cuya rendición sorprenderá a los acérrimos de Jarrett. No se encontrarán aquí las habituales, larguísimas improvisaciones, sino solos desnudos, minimalistas si se quiere, mucho más breves, y a tempo medio/lento (aunque en el segundo tema, 'I Got It Bad And That Ain't Good', se desmelene un poco más). Armónicamente el disco es mucho menos complejo que las interpretaciones de otros conciertos a piano solo (el celebérrimo de Colonia, o el de Budapest de 2016) o de los trabajos a trío con Gary Peacock y Jack DeJohnette: acordes tríadas o cuatríadas sin abruptas alteraciones, casi siempre en contrapunto y casi siempre mínimamente arpegiados. Tampoco se encontrarán esas articulaciones vocales, esos grititos que son firma de Jarrett como lo fueron de Glenn Gould (en 'Shenadoah', una de las cimas del disco, hay un amago, más una honda un inspiración que una articulación completa), y esto es otro signo de la limitación física en que se encontraba Jarrett durante la grabación.
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Se podrá criticar quizá la falta de fuego, de empuje, el tono monocolor del disco, pero tal sería como criticar a Picasso por pintar el 'Guernica' «solo» en blanco y negro y sin figuración realista. En realidad, 'The Melody…' es una pequeña gema que, veinticinco años después de su publicación, supone un raro y precioso testimonio en la discografía de un pianistas irrepetible.
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