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Amalia Iglesias (Menaza, Palencia, 1962) sostiene en 'Tampoco yo soy un robot' un apasionado alegato en favor de lo humano frente a los conjuros de ... la tecnología, la enajenación digital y la descomposición de los cerebros. La primera parte del libro, de las cuatro que lo componen, se titula 'Omnia vertuntur': 'todo está al revés', y esta expresión latina encabeza, a modo de anáfora, todos los poemas de la sección. La poeta enhebra con ella una sucesión de deseos: todo ha de cambiar «para que todas las estrellas lluevan antes de amanecer/ y no nos quede culpa por regresar a casa./ Para sanar los parásitos de la conciencia/ y poder dormir sin pensar en la chatarra cósmica./ Para que las cosas sencillas rebroten en mi almohada». Tampoco yo soy un robot defiende al ser de las acometidas del algoritmo y la encriptación, denuncia las 'fake news' y critica la inteligencia artificial, que amenaza con devorar a la emocional.
'Tampoco yo soy un robot' Amalia Iglesias Serna. Vaso Roto. 85 pág. 2024.
A lo que separa y anestesia, a cuanto promueve la individualización y el aislamiento, Amalia Iglesias opone lo nuclear de la condición humana: la incertidumbre, la melancólica certeza de nuestra transitoriedad y el frágil consuelo de la conciencia. La contemplación se nos ofrece como un arma para combatir «la tecnocultura y [el] voyeurismo digital, telepatías de control»; también la fusión con la naturaleza y la vivencia arrebatada de los sentimientos, despojados de toda manipulación informática. La poeta es consciente de sufrir, de que sufrimos, un desajuste existencial —invoca «un útero que guarde el desasosiego de existir»—, pero renuncia a combatirlo con bits y bots, con la máscara de silicio de los ordenadores. Prefiere adentrarse aún más en las entrañas de ese desajuste, donde sobreviven los latidos más puros, los recuerdos de una infancia añorada, la verdad de un amor que se desea seguir abrazando, pese a las contrariedades del mundo.
En 'Inteligencia emocional', consigna un decálogo moral, muchas de cuyas prescripciones son compartibles: hay que caminar con los otros y no renunciar al derecho a equivocarse; hay que poner pasión en las cosas, pero no dejarse cegar por las pasiones; hay que dudar; y una última y sabia observación: «Nunca llegarás a conocerte del todo, pero tampoco es necesario».
En la última sección del libro, la poeta vuelve al latín para titularla, 'Réquiem', y a la anáfora para articularla, esta vez con un escueto 'No robot', que principia los cuarenta y nueve breves poemas que la componen. La concisión del sintagma proclama una negación taxativa: la de todo cuanto niega o menoscaba la claroscura naturaleza del ser humano (y su correlato planetario: la naturaleza de la Tierra). Y todo ello lo hace Amalia Iglesias con un lenguaje encrespado y audaz, tachonado de imágenes poderosas, cuyas vetas onírica, visionaria y figurativa se entrelazan en feliz simbiosis.
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