Según los Hechos de los Apósteles, la predicación de San Pablo en Atenas sólo produjo dos conversiones, una de las cuales fue la de 'Dionisio el areopagita' (probable juez del Areópago, el tribunal supremo ateniense). Con ese nombre iban a circular desde principios del siglo ... VI cuatro tratados y diez cartas que a ciencia cierta no pueden ser cosa suya, según se reconocería un milenio después. Desde entonces se consideran escritos apócrifos, hechos así para acogerse con engaño al crédito de una figura venerada por la cristiandad. Ha ocurrido muchas veces, pero con obrillas de poco; no con una obra espléndida de tales proporciones – el autor menciona otros seis tratados suyos –, tan honda y fecunda, que dio origen a gran parte de la teología occidental y a toda la mística. Durante once siglos la Iglesia tuvo el Corpus Dionysiacum como santa escuela de la fe. No es pequeño drama que a la postre se atribuya a 'Pseudo-Dionisio Areopagita', ignoto embaucador escarnecido por 'pseudo' con la marca infamante de falsario.
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Benedicto XVI, siguiendo a Balthasar, propuso una hipótesis luminosa: el autor, para catequizar la cultura helenística frente al politeísmo neoplatónico, calla por humildad su nombre y adopta como alias el del primer representante de esa cultura convertido al cristianismo. La percepción de su modestia es uno de esos destellos reveladores tan frecuentes en Ratzinger. Gracias a él, advierto en el Corpus la humildad del sabio que lo escribe, y esa virtud excluye achacarle intenciones fraudulentas. De otro lado, lo del piadoso alias no me extrañaría: nadie tachó de timadoras a las monjas de mi niñez por hacerse llamar 'madre San Felipe' o 'hermana San Jerónimo'.
Pero aquí el engaño, quiérase o no, subsiste. Páginas del siglo quinto o sexto donde figuran como detalles autobiográficos estar con dos apóstoles y asistir al eclipse de la crucifixión, o son apócrifas o alguien les puso esos embustes con fines comerciales. Y es que la enseñanza de ambos teólogos me sugiere una tercera hipótesis: el fraude editorial.
Un tratado de autor ni célebre ni antiguo vale poco, mientras muchos pagarían por él una fortuna si se atribuyese al insigne discípulo del apóstol más estimado aquí (o sea, en Constantinopla). El negocio debió de ser muy pingüe: según pienso, después de falsificarle la autoría a los tratados del gran místico, pasaron a remendar y remedar cartas suyas para venderlas como si fuesen del rentable areopagita. Además de la VI, que aquí no influye, doy por apócrifas la X (a Juan evangelista, nada menos) y en parte la VII (donde figura el eclipse mencionado).
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Pues bien, eliminemos estas dos supercherías, así como la única que distingo en el resto del Corpus (la de los apóstoles, DN III 2; menos importan los nombres sospechosos, como el del mago Elimas, VIII 6). Suprimamos, claro está, las rimbombantes portadas, adición indefectible de antiguos amanuenses y editores modernos. ¿Qué nos queda? Un conjunto de obras que ni por un instante pretenden parecer del primer siglo. Si el docto autor se hubiese propuesto tal cosa, se abstendría de citar a «Clemente el filósofo» (V 9), cuya vida transcurrió de mediados del siglo segundo a la segunda década del tercero. O de dirigir cuatro cartas «al monje Gayo» y una «a Demófilo, monje», siendo tan notorio que no hubo monjes hasta el cuarto siglo. Más evidente aún: si quisiera despacharse por discípulo directo de San Pablo, lo haría. Pero jamás lo llama maestro suyo: éste fue – dice y repite – Hieroto, de quien nada se sabe por fuentes anteriores. Las pruebas se podrían multiplicar hasta el aburrimiento.
Su obra parece amañada para un cliente beligerante contra 'los tres capítulos'. La interpolación de los apóstoles añade, como de pasada, que la madre de Jesús «había gestado a Dios»; y en aquel ambiente no pudo ser por casualidad. Pero es asunto demasiado largo para estas líneas.
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Vuelvo a lo que queda: unas cartas de 'Dionisio' y cuatro tratados admirables, tres de `El presbítero Dionisio a su compresbítero Timoteo' y el cuarto – muy breve, quizá trunco –, ya sin nombre de autor, también a Timoteo. ¿No se llamaría el gran teólogo precisamente Dionisio? Eso pudo sugerir a los falsarios lo de 'areopagita'. Y si fuera pseudónimo aplicado por tales mercachifles, ¿qué mas da? 'Pseudo' sirve para distinguir del autor verdadero al apócrifo. Como no hay un autor cuyo nombre real sea Dionisio Areopagita, llamar a éste pseudo es ociosa infamia. No llamamos pseudo Platón a Aristoclés, ni pseudo Tirso de Molina a Gabriel Téllez, ni pseudo Molière a Juan Bautista Poquelin.
Vamos, por favor: Dionisio a secas. Y con sumo respeto.
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