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Cuando la vida ofrece durante la infancia dolor, miedo, muerte, pérdida, incertidumbre y un sinfín de preguntas, acaso el patrón de cuanto ha de ser lógico o ílógico se ve trastocado para siempre. Y aunque no haya una relación directa y palpable entre la biografía ... infantil de René Magritte -a quien la desgracia asedió en su entorno familiar acomodado- y el colosal ingenio creador de su obra, bien pudiera tirarse de ese hilo argumental para llegar a la cota máxima de sus mundos sensorialmente imposibles, donde la relación entre lo que vemos y lo real pertenece a un cosmos distinto, a pesar de la similitud aparente, de la limpieza serena, del orden matemático en todos los estímulos.
Magritte es uno de los más delicados acariciadores de la luz que el mundo ha acogido en sus días, algo que, por otra parte, pudiera no ser más que una virtud belga arraigada por el amor a un sol caro y huidizo. Delvaux también parecía tratar con limpieza y esmero cada onda luminosa, cada proyección aclarada de sus cuadros y hasta Hergé mostraba en cada una de sus viñetas de Tintín un especial empeño en materializar con extrema suavidad y planitud el horizonte. La relación estética es tan estrecha que podemos llegar a contemplar, en un divertido y desquiciado ejercicio de delirio, a los inspectores Fernández y Fernández inmersos en algún cuadro de Magritte o, incluso a la contra, colegir que la sempiterna pipa del capitán Haddock, de constante presencia en las aventuras de Tintín, n'est pas une pipe, en realidad.
Quizás por eso Magritte no solo es un surrealista tan querido en entornos alejados de cualquier manifiesto vanguardista ya histórico por centenario, sino una fuente de inspiración para todos los eslabones esenciales del Pop Art y de cuantas corrientes conceptuales se han propagado sin medida durante los últimos cincuenta años.
A pesar de su indiscutible relación con la corriente brotada en los años veinte, a pesar de su contacto con Bretón, los manifiestos y sus obsesiones estéticas e ideológicas, la obra de Magritte se ha paseado al margen de la corriente surrealista principal. El surrealismo de Magritte no es onírico ni se alimenta glotonamente de cuantas ocurrencias puedan brotar de un subconsciente estimulado. Muy al contrario, el surrealismo de Magritte es absolutamente consciente y voluntario; se construye desde una realidad consensuada con el espectador, tácita y eficaz en la distribución de significados para verse transformada serenamente, con una determinación pictórica paciente y disciplinada. El surrealismo de Magritte nace gracias a la contemplación meticulosa y aquietada del mundo, no como consecuencia de una fuga apasionada o desesperada de éste. Ese empeño trasciende de tal modo a través de la profusión trabajosa sobre el lienzo que va mucho más allá de la expresión plástica. Para Magritte la pintura es un género literario con el que se han de contar historias, exponer enigmas y contradicciones, sugerir paradojas y alterar, en suma, el código general de percepciones que el espectador guarda acomodaticiamente en su memoria y en el mecanismo hacedor de todos sus pensamientos.
La flotabilidad parcial y mágica de Magritte no es distinta a la del planeta; una idea tan inconcebible en los tiempos de Nabucodonosor, como lo son actualmente sus castillos erigidos sobre montañas dotadas de ingravidez. Y aunque siempre se ha considerado que sus cuadros respiran una innegable intención humorística, quizás debamos diferenciar en este sentido el uso indiscriminado del factor sorpresa (un recurso que encuentra espacio en todas y cada una de sus composiciones) de la reacción que habitualmente provoca esta en el espectador, tan cercana a la risa o la sonrisa y que acaso tienda a forzar el concilio entre un efecto y una intención ajena.
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