Las razones del hombre delgado son una sinrazón. Porque el hombre delgado de Rafael Soler (Valencia, 1947) no es ese sujeto sabio, y al mismo tiempo triste, capaz de mantener una dieta sana y equilibrada. Sino más bien un ser humano situado en la frontera, ... en la raya de su propia humanidad. En la verdad profunda de su calavera. Y ahí no hay razones que valgan.
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La colección Pared Contigua, de la editorial estadounidense Nueva York Poetry Press, acoge el que sin duda es el poemario más extremo del poeta y narrador valenciano. En principio, una reflexión sobre el «sabernos vulnerables y de paso», pero enseguida algo más. Mucho más en cuanto el poeta convoca a su alrededor todas esas palabras «con poderes surreales» de las que habla Gamoneda tras la lectura del libro. La fuerza del lenguaje en su connotación, en su sublimación, en su reveladora ironía, en lo que constituye el núcleo de la mejor poesía de Rafael Soler.
Puesto al día, a nadie se le escapa, con el contexto mundial de la pandemia, 'Las razones del hombre delgado' responde sin duda a la desazón profunda del hombre de nuestro tiempo, pero se incardina además, y sobre todo, en esa gran tradición española e iberoamericana del esperpento, las catrinas y las danzas medievales de la muerte. Aunque con sus danzantes contemporáneos: desde el menesteroso de los semáforos hasta el anciano, pasando por el poeta, la mujer, el gran topo, el ciego, el cuervo o el tránsito. Vivos muertos o muertos en vida que sufren en carne propia la despiadada cordialidad del lenguaje hospitalario: el alma rasurada, el verde camisón, la fragilidad extrema ante ese gran hermano que nos manipula, nos da órdenes y nos exige resignación. Y razonamiento. En verdad, el peso apabullante del poder de los poderes: el que decide sobre la vida y la muerte de las personas, así en la sala de espera como en la morgue.
El adelgazamiento sumo hasta el harapo humano, sin otra posibilidad de contestación que la de toser, blasfemar o maldecir. O la de clavar el aguijón, como la abeja, para intentar al menos morir en rebeldía. El desvalimiento absoluto en el que el poeta convoca a Eros como único contrapoder posible ante Tanatos. Y la piedad y la solidaridad con los otros, como única arma poética posible. Esa otredad que también define el mejor perfil literario de Rafael Soler, «mendigo del amor», «poeta de amigazos», que en este libro, como dice el ecuatoriano Iván Oñate, «pisa la raya». O, en palabras del chileno Raúl Zurita, alcanza un punto límite, «de no retorno de su escritura». El regreso del baile de los hombres delgados, en esta pequeña edad media por la que pasa el mundo. Por la que pasamos todos. ¿Qué podrá escribir Soler después de esto?
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