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El Crucero Amarillo
ARTE EN MOVIMIENTO ·
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Pensar que el recorrido organizado por André Citröen por la Ruta de la Seda en 1926 tenía la categoría de un raid deportivo o publicitario sería pobre y simplistasantiago de garnica
Jueves, 14 de noviembre 2019, 19:12
Más allá del ingeniero, del hombre de empresa, André Citroën era uno de esos seres humanos que aparecen cada cierto tiempo y que dejan tras de sí un mundo diferente al que encontraron.
En 1919 crea la marca de automóviles que lleva su nombre. E ... innova desde la forma de producción a los materiales, pasando por los modos de llegar a sus clientes creando incluso una serie de juguetes réplica de sus vehículos: «los niños de hoy serán clientes mañana». Graba discos donde cuenta las cualidades de sus automóviles a potenciales clientes, e ilumina la Torre Eiffel con su nombre. Y monta una serie de expediciones, sus famoso Cruceros, con un alcance político, científico y cultural que impacta en su momento. Para ello utiliza los autocadenas, una idea del ingeniero Kegresse que transformaba los coches de la Casa Real de Rusia para moverse por la nieve, sustituyendo las ruedas traseras motrices por cadenas.
Al frente de estas expediciones sitúa a Georges-Marie Haardt. Nacido en Nápoles en 1884, y nacionalizado francés, este ingeniero entregó toda su vida profesional a los proyectos de Citroën, incluso antes que aquel creara su marca de automóviles. Reflejo de su personalidad es su casa, un apartamento decorado en 1927 en estilo Art Decó por Jaques –Emile Ruhlman, y con magníficos retratos del pintor Alexander Iacovieff. O su divisa, escrita en el flanco de sus vehículos de mando: «Res, non verba» («Actos, no palabras»). A su lado, siempre Louis Audouin-Dubreuil, militar meharista, de las tropas francesas en territorios saharianos.
Las expediciones de Citroën arrancan con la Primera Travesía del Sahara en Automóvil (1922-1923) con diez hombres en 5 autocadenas B2, que atraviesan el Sahara de norte a sur. La segunda de las expediciones dirigida por Haardt y Dubreuil, será el Crucero Negro (1924-1925), que atraviesa África de norte a sur con el objetivo de demostrar la posibilidad de una vía de comunicación entre el bloque de colonias francesas y la Isla de Madagascar, en el Índico.
Pero a Haardt y Audouin-Dubreuil las dos aventuras anteriores les debieron parecer fáciles. Es entonces cuando deciden atacar la más compleja, espectacular y difícil de todas: recorrer la Ruta de la Seda, un periplo entre Beirut y Pekín. La idea, que nace en 1926, es cuidadosamente planificada, sobre todo gracias al trabajo de campo del alférez de navío Víctor Point, buen conocedor del Oriente, que se ocupa de visados de pasaportes, permisos, depósitos de carburantes y de piezas de recambio. Pensar que se trataba de un raid deportivo o publicitario, de una expedición mediática, sería una pobre y simplista apreciación del proyecto de André Citroën. El Crucero Amarillo, la Expedición Citroën Centro Asia (su nombre oficial) debía vehicular unas síntesis de energías que había sabido conciliar el occidente: el motor al servicio del hombre en la búsqueda de un conjunto de conocimientos geológicos, botánicos y culturales, casi como una búsqueda espiritual. De esta forma, prestigiosos investigadores y artistas forman parte de la expedición.
Así tenemos al conservador del museo Guimet, Josep Hackin, arqueólogo, filólogo experto en lenguas como el sanscrito, el tibetano o en la filosofía budista. Profundo conocedor de los Budas de Bamiyan, descubridor en 1924 del famoso Buda del Gran Milagro, en las excavaciones de Paitava, al norte de Kabul, Hackin escribirá «el peligro mide de forma precisa el valor de la personalidad humana».
Otro de los componentes de la expedición será el famoso jesuita Teillard de Chardin. Paleontólogo y filósofo, participa como geólogo. La travesía de China, de Pekin a Kachgan le permitirá, además de crear un primer mapa de geología dinámica, verificar en este largo recorrido algunas de las hipótesis que había establecido en sus tres viajes de estudio (entre 1923 y 1927) por Mongolia, Ho Nan y Chansi. Sus deducciones geológicas y botánicas le harán tomar conciencia de la diversidad de la creación y de la necesidad de respetarla en una visión que se adelanta a los movimientos ecológicos. Teillard de Chardin hará públicos sus trabajos en una sesión memorable en la Sorbona, en 1932.
También participa el escritor, pintor y director de cine, André Sauvage. Próximo de Max Jacob, André Gide, Jean Cocteau, o Jean Renoir, es un viajero apasionado que idea sus películas en función de cada paisaje y de las gentes que encuentra en ellos, creando de esta forma una dimensión etnográfica. Sobre esta expedición hará la película 'Le Croisiere Jaune'.
El naturalista André Reymond forma igualmente parte del equipo. Entomólogo, botánico, geógrafo y geólogo, publicará los resultados de este viaje en la revista de Geografía física y de Geología dinámica. Se trata de un profundo informe descriptivo de las regiones recorridas por el Grupo China de la misión: China del Norte, Mongolia Interior, Kan-Su y Sin Kiang. Describe igualmente itinerarios inéditos del desierto de Gobi Meridional a lo largo de la frontera de Mongolia exterior o de los Montes Pei-schan a las fronteras del Turkestán chino meridional. También realiza un trabajo de orden biogeográfico, un detallado análisis de las provincias naturales de China Central.
Africanista y orientalista, Alexandre Iacovleff es el pintor oficial de la expedición. Sus trescientos veinticuatro pinturas y dibujos reflejan los usos y costumbres de los territorios recorridos, con una elevada calidad. Su extraordinaria vida está recogida en un interesante libro, 'El artista viajero' de Caroline Haardt de la Baume, nieta de George Marie Haardt.
El periodista oficial será Georges Le Fevre, que recoge el desarrollo de esta aventura humana y técnica. En 1933, publicará un libro sobre la expedición, junto a Charles Brull.
Y Maynard Owen Williams, el emblemático fotógrafo del 'National Geographic Magazine' es otro de los componentes de la aventura. Empedernido viajero y escritor (relatará la apertura de la tumba de Tutankamon, siendo uno de los pocos periodistas presentes), dirá: «si Monsieur Citroën hubiera podido ver los riesgos que afrontaban sus hombres, sus pensamientos habrían oscilado entre el miedo y el orgullo».
Sí, riesgos inimaginables. Y es que la expedición ya arranca con problemas. Tras negociaciones que duran siete meses, de forma imprevista el gobierno de los Soviets prohíbe la travesía de las estepas del Kirguistán, que se extienden del norte del Mar Caspio al Mar Aral. La partida estaba prevista tres meses más tarde. La única vía posible pasa entonces por Afganistán. Haardt decide tomar esta ruta para acceder a Asia Central franqueando la gigante barrera del Himalaya. Establece dos grupos que se dirigirán el uno hacia el otro. Los integrantes del Grupo Pamir saldrán de Beirut el 4 de abril, atravesarán los desiertos de Siria, Irak, Persia, Afganistán, y ascenderán por la Cordillera del Pamir. El segundo equipo (Grupo China) bajo el mando de Point deberá partir el mismo día de Pekín, dirigirse al encuentro de los precedentes para ayudarles a atravesar el Turkestán chino, el desierto del Gobi y Mongolia, hasta las regiones costeras de China.
Para el primer grupo, el Himalaya supondrá un reto brutal. Bajo un frío intenso y afrontando rampas de 45º, cada kilómetro llevaba una hora. Incluso para superar pasos imposibles de montaña en algunos momentos hubo que desmontar los vehículos y transportar las piezas a las espaldas de los hombres, sin olvidar el vadeo de los más de 45 ríos. El 3 de septiembre de 1931 atraviesan la frontera china por el puerto de Kilik, a 4.860 metros de altura.
Para el segundo grupo, las dificultades de tipo político se sumaron a las naturales, (en el desierto de Gobi los depósitos estallaban por las diferencias de temperatura) sin olvidar ataques de bandoleros o el verse envueltos en la guerra civil china.
Finalmente, reunidos los dos grupos, Haardt se dirige hacia Hanói mientras que Point lo hace hacia Shanghái. En marzo de 1932 Haardt muere de una doble pulmonía en Hong Kong. Citroën envía un telegrama: «El hombre ha muerto, su obra sobrevive». En abril la expedición finaliza en Hanói, tras recorrer más de 25.000 kilómetros y un año, día por día, de épica, de tierra, hombres y automóviles.
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