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En Valladolid, donde vivo, ya hace tiempo que ha venido el frío y que hemos sacado los abrigos. Por los Santos se sacaban antes; ahora la gente los saca cuando le parece. En ello iba pensando el otro día, en lo de 'sacar' la ropa ... de invierno y 'sacar' la ropa de verano, cuando me vino a la cabeza mi empeño de niña (y de jovencita) por tener un abrigo naranja. «Los abrigos tienen que ser de colores sufridos –decía mi abuela, que era quien me los hacía– para que no se manchen tanto». Y lo 'sufrido' del color se traspasaba al abrigo: «Qué abrigo tan bonito –decían–. Y qué sufridito». Mis abrigos no pasaban entonces del color marrón, verde oscuro, granate o tostado (el beis era muy poco sufrido y del blanco ni se hablaba). El negro llegó después.
En Montevideo la hermana de un amigo se probó en unos grandes almacenes unos pantalones blancos preciosos ('muy lindos', como le dicen allá) que le sentaban como un guante, pero no se los llevó porque «el blanco es muy sufrido», –dijo–. Me descolocó y me rompió los esquemas. Y, para acabar de rematarlo, siguió diciendo: «Un color sufrido es un color que da mucho trabajo porque se mancha mucho».
Llevo muchos años detrás de esta diferencia ultramarina, pero no he encontrado muchas 'evidencias' de este uso. Es lo que suele pasar cuando se va a la caza de algo, que cuesta encontrarlo. He buscado en diccionarios del español de América, incluido el 'Diccionario de americanismos', de la RAE, y nada, que no aparece el adjetivo 'sufrido' con el significado que me interesa: lo registra como propio de Colombia, Ecuador y Bolivia con el significado de 'referido a una cosa, que cuesta mucho trabajo y esfuerzo'.
El 'Diccionario de la lengua española', de la RAE (23.ª edición, versión 23.3), sí aporta información interesante, que avala el uso de este adjetivo en el español de España. Bajo la entrada 'sufrido' puede leerse en la segunda acepción: «dicho de una cosa, especialmente de un color: que no se deteriora o no parece deteriorarse o ensuciarse con el uso».
Con este significado, el adjetivo 'sufrido' lo he encontrado registrado por primera vez en el 'Diccionario enciclopédico de la lengua castellana', publicado en París en 1895, del canario Elías Zerolo, del granadino Miguel de Toro y Gómez y del colombiano Emiliano Isaza, quienes contaron con algunos colaboradores tanto españoles como hispanoamericanos. Dice así: «fig. Dícese vulgarmente de las telas de mucha duración y que no están expuestas a mancharse fácilmente». Treinta años más tarde lo incorpora el diccionario académico en su 15.ª edición (1925): «Aplícase al color que disimula lo sucio». Esta definición se ha mantenido intacta hasta la 21.ª edición (1992). En la 22.ª edición (2001) cambia un poquito: «Dicho de un color: que disimula lo sucio».
Avalan este significado ejemplos como 'Si tenemos niños y vamos a pintar el pasillo, deberíamos poner un color sufrido'; 'Los civiles que viajaban con ellos iban de gris, un color sufrido para viajar'; 'El color gris es un color sufrido, perfecto para la industria'; 'un color sufrido que aguanta bien roces y manchas'; 'Es un color sufrido en el que las manchas de tierra, polvo, etcétera, una vez secas, se manchan menos'; 'Os presento una camiseta con un color sufrido para las jornadas de juego de los peques, un color verde oscuro'; 'Súmale al equipaje un abrigo cómodo y en un color sufrido para que ante cualquier incidente puedas salir airosa'.
Hace unos meses, leyendo un libro de Fernando Peña, un actor y periodista uruguayo que vivió casi siempre en Buenos Aires, se me hizo la luz. El libro se titula 'A que no te animás a leer esto' y en él habla de colores sufridos: «el color arena es sufrido y da trabajo»; «el color hueso es muy sufrido y da trabajo: Sería mejor un verde musgo».
Son estas las únicas muestras que he podido documentar de esta diferencia entre el español de Argentina y Uruguay (el denominado español austral) y el español de España. E ignoro si es extensible al resto de países hispanoamericanos. Un ejemplo de cuánto nos une y cuánto nos separa a los hablantes de español. Y de cuánto ignoramos los unos de los otros.
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