Una de las obras de Delhy Tejero expuesta en el Patio Herreriano.
Un ángulo me basta

Chicas en apuros

Novelas con aires formativos y mujer joven como protagonista

Fermín Herrero

Valladolid

Sábado, 9 de marzo 2024, 00:16

Tengo muy presente, como fresca aún, pese a que hará cerca de siete años, la impresión que me produjo el comienzo de la nouvelle 'Invierno', su brevísimo capítulo inicial, presentación de un espantapájaros, 'Asustacuervos', el del huerto de un tal Bernardo, creo. Y, a seguido, ... la primera escena, el «soldadito de plomo» húngaro, que me trajo a la cabeza el durmiente del valle de Rimbaud, dado por muerto tras ser cosido a bayonetazos. Desde entonces, tengo a la riojana Elvira Valgañón como una de las promesas más firmes de nuestra narrativa. Ya realidad consolidada tras los relatos de 'Línea de penumbra' (la que separaba la luz de las sombras en las cuevas prehistóricas donde hace miles de años empezó el arte), ensamblados como una especie de recreación tipo ecfrasis, desde un panel de felinos de la época auriñaciense hasta 'Automat' de Edward Hopper o 'Retrato de George Dyer en un espejo' de Francis Bacon y ahora con 'Fidela', los tres libros editados por Pepitas de Calabaza, veinticinco años de publicaciones de lujo, con grandes libros sobre la España vacía. Desde aquí nuestra felicitación entusiasta y el deseo de larga vida por el bien de la literatura.

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  • FIDELA Elvira Valgañón. Pepitas de Calabaza, 224 páginas. 20 euros..

'Fidela' mantiene las constantes de la autora: una precisión expresiva y una disposición elocutiva ciertamente inusuales en estos tiempos, un manejo del tiempo envidiable, la capacidad de proyectar personajes sólidos en cuatro trazos, el dominio de todos los niveles del lenguaje, sobre todo del coloquial, muy bien aplicado, y en particular el del ámbito campesino, en vías de desaparición. Si a ello añadimos, en esta novela, una sabia dosificación de la intriga hasta el desenlace, nos encontramos ante un libro de una cadencia narrativa, y visual, ajustadas a la perfección, 'rara avis' en la nueva novelística en español.

Estamos ante una novela coral como 'Invierno', si bien el cronotopo es completamente distinto, aquí, con la guerra civil a la vuelta de la esquina, se centra más en lo espacial, en concreto en una finca, El Espinar, con jardín e invernadero, terraza, veladores, caminos de gravilla y farolillos chinos preparados para celebrar la fiesta de cumpleaños del dueño ricachón, en la que los niños pera se desatan y ya veremos cómo terminan. El personaje principal, que le da título, Fidela, Lita para los allegados, es una doncella al comienzo de la acción y tras el salto temporal una anciana aparcada en una residencia, perdiendo el seso. Su origen aldeano no le impide convertirse en confidente y cómplice, no sabemos a qué punto, de la joven heredera de la casa donde sirve, de nombre Vera, «con muchos pájaros en la cabeza», siempre a otra cosa, que tras el festejo desapareció junto a su pretendiente, con el que estaba a punto de contraer matrimonio. Setenta años después, unos albañiles encuentran dentro de la finca un cadáver, un esqueleto, más bien, por las trazas de aquella época, lo que da pie a las investigaciones de un periodista aborigen del lugar y evidencia la habilidad de la novelista para regular el suspense mediante el escamoteo, bien graduado, del argumento.

  • TESEO EN LLAMAS Beatriz Alcalá. Ediciones del Viento, 272 páginas. 20 euros.

Berta, de una edad parecida a Fidela, a punto de entrar en la veintena, también de origen rural, es la protagonista de la primera novela larga, creo, de la joven bejarana Beatriz Alcaná, 'Teseo en llamas' (Ediciones del Viento). A mitad del siglo pasado, llega a la capital de España, «de la misma manera en la que vine al mundo», en medio de un premonitorio nublado, para aplicarse como manceba en la farmacia de un tío suyo, huyendo de unos padres, sobre todo él, que la maltrata, de miedo. Antes, la novela tiene un frontispicio harto curioso: la necrológica de este tío, al parecer accidentado mortalmente en su propio establecimiento (una de las intrigas que nos mantendrá en vilo a lo largo de la trama), presuntamente reproducida de la «hoja oficial del lunes editada por la Asociación de la Prensa» madrileña.

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A diferencia de Valgañón, Alcaná se atiene a la primera persona, y sin paños calientes al penetrar en sus adentros de «paleta con aire de enteradilla», en lo relativo a las vicisitudes de esta mozuela desamparada, «áspera como una ortiga», según su madre, atrapada en el negocio familiar entre su dueño, el hijo y primo y la madrastra (de nombre Fedra, como la princesa cretense raptada por el tocayo del título, atención al referente mitológico). Pero no, pues emplea la tercera persona omnisciente, en los capítulos intercalados cuya acción, en principio con inclinación histórica, luego terrorífica, suceden sobre todo en Cuba o en Boston. La ambientación costumbrista, en el Madrid sombrío de posguerra del principio acaba derivando, entre catas en el pasado engarzadas en flashback, en una atmósfera fantástica, con mucho de morbosa, incluso de abominable en cuanto al chamanismo, la santería y los ritos funerarios. Tal vez en exceso, a medida que nos acercamos a la apoteosis macabra del desenlace, creo que la novela pierde pulso. La autora es una gran narradora en ciernes, me da la impresión, pero debe tener cuidado con no caer en facilismos argumentales y, por la parte expresiva, en pulir de fraseo estándar algunos pasajes para alcanzar la finura estilística de Valgañón.

  • MINERVA Keila Vall de la Ville. Pre-Textos, 352 páginas. 35 euros.

Muy distinta («lúcida, fuerte, revuelta, rabiosa») es Minerva Llobet, Mins para la familia «poliamorosa y antipatriarcal», compuesta por dos padres homosexuales, uno ambiguo, entre punk y diva dandy y otro transformista catalán, represaliado durante el franquismo, y «la tercera progenitora», la madre, piercing en la nariz, tres tatuajes, diseñadora de modas. A esta joven, niña pizpireta y a ratos quietista, «congelada», de adolescencia chunga («el cataclismo»), apasionada con la danza, «su razón de ser», da voz de manera muy convincente, arrebatadora, Keila Vall de la Ville, venezolana de la diáspora, residente en Nueva York, antropóloga, yoguini y escaladora, en su segunda novela, con tintes formativos, 'Minerva' (Pre-Textos). Estamos ante una de las prosistas emergentes más prometedoras de la narrativa hispanoamericana actual, copiosa y fértil en propuestas innovadoras como ésta, sobre todo por parte de autoras.

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Por medio de una prosa corpórea, libidinosa a veces, y muy plástica, Vall de la Ville levanta, no sé si con algo o mucho de autoficción, la vida de esta mujer, «guerrera danzarina», emigrada por miedo a Estados Unidos, a causa de la situación de su país, tras la implantación violenta del «Patria, socialismo o muerte», desde su infancia en Caracas, en casa de su abuela ciega, hasta su supervivencia en una escuela de ballet y como modelo, posando desnuda, una latina más, con novio chicano de Tepoztlán, en el Upper West Side de Manhattan, con escala transitoria en el «lodazal» de Madison, New Jersey, mediante un argumento armado por breves escenas («fragmentos como migas de pan»), a modo de puzle, con analepsis continuas hasta el golpe temido del desenlace. Y lo hace apoyándose en una oralidad maravillosamente conseguida, con letras de canciones populares incluidas, y unos diálogos de una frescura y espontaneidad difíciles de lograr, ateniéndose aun en las peores circunstancias (su mantra terapéutico es «todo siempre puede ir peor») a la enseñanza de uno de sus padres: «La belleza es eso: lo que da sentido al mundo», aunque al cabo sea inútil por completo.

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