![Categorías, sobre 'La belleza' de Aliya Whiteley](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202112/10/media/cortadas/GF05KYI1-kLcC-U160171843390ebG-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Hay algo que molesta en 'La Belleza'. También hay mucho más que me fascina, que me maravilla, en esta novelita de Aliya Whiteley (Dilatando Mentes Editorial). A pesar de que las historias de extinción, los así llamados apocalipsis, me producen un bostezo de ... aburrimiento apriorístico. Quizás sea el hartazgo, poco estudiado, de los que vivimos con cierta consciencia la guerra fría –aunque fuéramos tan jóvenes y solo en su final–, cuando la extinción súbita era una posibilidad a tener en cuenta desde el desayuno hasta que te acostabas. Se me dirá que ahora las cosas no están mejor. Peor incluso, ya que sabemos con certeza que de no tomar ciertas medidas, y tomarlas rápido, la extinción está a dos o tres pasos antes de la vuelta de la esquina. Pero al menos tenemos alguna fecha aproximada, lo que da cierto alivio. Durante la guerra fría todo podía ocurrir de un día para otro, dependiendo del humor de unos pocos. Extinción súbita, era lo angustioso. La espada impredecible de Damocles.
Pero además de sobre un apocalipsis, 'La Belleza' trata sobre las historias, el discurso, las palabras. Esta historia bien contada, delicada, elegante hasta en la descripción de la violencia más atroz, poética incluso en la repugnancia y el asco, nos habla de un final de la humanidad por la muerte repentina de todas las mujeres. Toda la historia discurre en una población minúscula, una suerte de comuna en los bosques, que ya vivía aislada antes de la catástrofe. Es importante, porque se trata de un grupito que se alejó de la mayoría para poder escribir sus propias normas. Y ahora tienen que escribirlas de nuevo. Es de eso, creo yo, de la creación de un nuevo imaginario –y las normas por las que nos regimos son, como las mitologías, mitologías ellas mismas, respuestas de la imaginación a situaciones concretas–, de lo que trata, sobre todo, 'La Belleza'.
Y ahí empieza el conflicto. Entre quienes acogen con alivio la aparición de esos hongos –'La Belleza' del título– animados y sintientes, surgidos de los cadáveres de las mujeres, hongos con formas de mujeres, y los que rechazan lo nuevo, lo extraño.
Y luego, mi propio problema con 'La Belleza': aunque de alguna manera la historia parece aprovechar el metadiscurso transfronterizo, interespecífico, de Donna Haraway, es, o parece, en otros muchos aspectos, reaccionaria. El tratamiento que se da a la homosexualidad como algo que surge solo debido a lo excepcional de las circunstancias, por ejemplo. No menos rancio es que estas nuevas hembras se expliquen a sí mismas por medio de una telepatía emocional, como cuidadoras, amantes, dependientes del amor de los hombres, y, a la postre, posesión de un solo hombre. Aunque claro, al ser una historia sobre las historias y el discurso, es muy probable que la autora quiera que nos fijemos en esto, en que estos nuevos seres se conforman a partir del discurso de una imaginación patriarcal y heteronormativa –son telépatas, y solo quedan mentes masculinas que leer–.
Porque a pesar de eso, 'La Belleza', quizás encarnación del mundo y de lo poco que a este le importan las ideas de los hombres, tiene sus propios planes. Y después de su llegada, las viejas categorías se transforman, se disuelven, desaparecen para dar a luz a unas nuevas que ya no podemos nombrar con nuestro lenguaje. Por eso, en cualquier caso, 'La Belleza' es una lectura muy recomendable.
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