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Cierta noche de San Juan de la primera mitad del siglo XIX, mientras «monjas y viejas», siguiendo la tradición, empinaban «panzuda jarra», juran que «en los aires y en las tapias» de la vieja villa de Simancas, no lejos de su castillo, se vieron «toros ... con cabeza de hombres», y «hombres con pezuñas y astas». Entre otras muchas monstruosidades. Así lo cuenta en un romance, publicado en el periódico literario 'El panorama', el oscense Ángel Gálvez, que fue funcionario de Hacienda, además de escritor, por tierras del Pisuerga. Gálvez es sólo uno entre las dos docenas de autores, entre 1835 y 1932, que se reúnen en el volumen 'Relatos fantásticos y de terror de Castilla y León', compilados por el investigador y escritor Ramón Villegas para la editorial Librucos. Un género, el del terror y la literatura fantástica, tradicionalmente ligado en España a regiones como Galicia y Asturias, pero con una cierta implantación, no suficientemente reconocida, en todas las provincias castellanas y leonesas, tal vez con una especial raigambre oral en León, la tierra de los filandones.
Los relatos, artículos y poemas que forman parte de este libro tienen todos en común el compartir personajes, sucesos históricos o territorios de Castilla y León. Parten de dos grandes referencias del género en la literatura española, como son Zorrilla y Gustavo Adolfo Bécquer. Tocan a otros autores más o menos conocidos, como el citado Gálvez, el madrileño Pedro Escamilla o el catalán Víctor Balaguer. Incluyen a autores que podríamos definir como especializados en este género, como Juan Guillén Buzarán, Manuel Fernández Núñez y Julián Manuel de Sabando. Y se completan con unas cuantas pequeñas joyas rescatadas «entre las espesas brumas del olvido», varias de ellas inéditas.
El relato de Zorrilla 'La mujer negra o una antigua capilla de templarios', publicado en 'El Artista' en 1835, abre desde Valladolid este espacio al que enseguida se incorporan los relatos sorianos de Bécquer 'El monte de las Ánimas' y 'Los ojos verdes'. Junto a ellos, todo tipo de sucesos fantásticos y terroríficos –protagonizados por brujas, enanos volando a lomos de cuervos, esqueletos danzantes, espectros, demonios o ánimas del purgatorio-, se despliegan por lugares como las montañas leonesas, los pinares segovianos, los páramos de Sedano, o cualquier «lugar de Castilla, del cual no quiero acordarme». Tan interesantes como las historias son a veces las pequeñas reseñas de sus autores: además de Bécquer, Zorrilla, Escamilla, Gálvez y Balaguer, encontramos autores anónimos, pero también personajes como el cartagenero Juan Guillén Bujarán, cuyos versos, según las crónicas, «causaban verdadero furor entre las damas»; como Telesforo Gómez Rodríguez, que llegó a ser presidente de la Diputación de Ávila; como Emigdio del Castillo, maestro en Tolocirio y Nava de la Asunción, o como Julián Manuel de Sabando, vinculado a la Salamanca y a su Universidad. Los herederos, a lo largo de un siglo, de un género que llegó a Castilla por el norte, y que instaló en estas tierras la neblinosa sensibilidad de los escritores del Romanticismo europeo. Una delicatesen de sabor oscuro.
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