De manera tranquila, pero inexorable, desde que publicó en 1998 'Los años de colores', la obra poética de Ignacio Elguero (Madrid, 1964) no ha hecho otra cosa que crecer. Crecer y consolidarse. Afianzarse en el sonido de una voz plenamente reconocible en su compleja sencillez, ... en la rotundidad de un verso donde está todo lo que tiene que estar, y apenas nada más. Si acaso la sugerencia a las palabras soñadas y no pronunciadas, los versos no escritos, que a veces son los más importantes.
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En paralelo a su obra poética, que suma títulos como 'El dormitorio ajeno' (2003), 'Materia' (2006) o 'Siempre' (2011), Elguero es también autor de una novela y varios ensayos, buena parte de ellos relacionados con la memoria de su generación. Y algo, o mucho que ver con esa memoria, considerada quizás por el escritor madrileño como la parte mollar de la propia identidad, tiene su última entrega poética, publicada por Hiperión bajo el título de 'Humano'.
Memoria o tiempo detenido. De repente, el último verano. La estación que no existe, o que acaso solo existe en la vida verdadera de las personas, y que vuelve a ser el pretexto para que el poeta detenga el mundo en mitad de la noche y se pare a escuchar el rumor del río de Heráclito. Ese que nunca nos da de beber la misma agua dos veces en el mismo sitio. Tiempo sin tiempo en el que afloran el primer lenguaje y las primeras letras, las viejas canciones y las eternas inquietudes frente a la oscuridad y el acecho de la muerte. También las primeras pérdidas, como signo de la descomposición que representa toda vida humana. La resistencia de los clásicos, siempre con Ovidio y con Horacio a la cabeza, y la perplejidad ante los cuerpos. El cuerpo propio y los ajenos, los que se mueven bajo el sol como una escena inacabada de una película de Visconti.
Lo humano, que da título al poema final y a este volumen entero. Lo fieramente humano que alimenta de manera total la obra de Ignacio Elguero desde sus primeros pasos literarios. La condición del ser como un niño sin edad que vibra y se enamora y escribe y recibe la visita de los dioses, transfigurados en bañistas, en las playas del verano. De todos los veranos que son siempre el último. Hombre que se asoma al abismo del tiempo con la frágil sujeción de la memoria. Soledad del ser que se confronta con la soledad del mundo. La secreta condición de los héroes, que aguardan la manifestación de los dioses para quitarse el miedo al vacío, a la nada, a la inexistencia de ese espacio que llamamos presente. El instante que lleva la mirada de la mano a la vid y de la vid al cielo: la búsqueda como cadena perpetua, más allá de toda redención. Una poesía clara, la de Ignacio Elguero, de oscura penetración en lo humano.
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