En apenas unos años, desde que ganó el premio Arcipreste de Hita en 2010 y publicó su primer libro de poemas, 'Estamos todos muertos', la voz de Sandro Luna (L'Hospitalet de Llobregat, 1978) se ha ido consolidando en el panorama de la última poesía ... española con una gran solvencia. Detrás de aquel libro vinieron 'Eva tendiendo la ropa' (2015), 'Casa sin lugar' (2018) y 'El monstruo de las galletas' (2020). Su última entrega, 'La noche que a Eddie Felson le rompieron los dedos', viene reconocida por el VII premio de Poesía Jorge Manrique; se presenta con una cuidada edición de Cálamo, y cierra y anuncia al mismo, tiempo, en palabras del autor, una nueva etapa de su poesía.
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La noche que a eddie Felson le rompieron los dedos Sandro Luna. Editorial Cálamo. 96 pág. Palencia. 2024.
Entre todos los poemas, el elegido para dar título al volumen, 'La noche que a Eddie Felson le rompieron los dedos', sirve tal vez para representar a la perfección el espíritu completo del poemario. Una imagen cinematográfica, la del personaje que interpreta Paul Newman en 'El buscavidas', como metáfora de la existencia. Los chasquidos de las bolas de billar, cuyo sonido ilustra las diferentes direcciones que toma la vida cuando choca contra la vida de los demás. Pero además la capacidad de seguir adelante, aun con los dedos rotos, como testimonio de la dignidad humana. La opción de seguir apostando a doble o nada contra toda vicisitud y toda incuria, con «un brío que no se sabe».
A pesar de eso, 'La noche que a Eddie Felson le rompieron los dedos' no es un libro épico. O sí lo es, pero únicamente desde la épica de la existencia cotidiana. De la capacidad de Sandro Luna de desplegar su particular poética del asombro a través de los pequeños acontecimientos del día a día. Visiones que cobran vuelo cuando son trasladadas al poema. La pura vibración de la existencia, con el auxilio eficaz del lenguaje, frente a los zarpazos del dolor o la melancolía. Una intimidad trascendida por un culturalismo de fondo (apenas «cenizas de libros de poemas») donde el poeta encuentra los caminos secretos de la emoción. Un cierto existencialismo, sí, pero encendido por la poesía.
Un libro donde hay muchos momentos de hablar solo, de mirar a los demás en la media o la larga distancia, de escuchar música o leer poemas de César Vallejo, esperando «un sol repentino o un espíritu» que deje al descubierto esas zonas en sombra de la vida donde, aunque no lo veamos, está Dios «persiguiendo palomas como un niño». Pero también un libro donde, detrás de cada imagen, de cada música o de cada sugerencia, se adivina la llama de amor viva de unos «labios redentores», una «vida enamorada» que, como mano salvadora, nos ayuda a levantarnos tras «morder el polvo». La fórmula de la superación personal, a través del otro, quizás como condición última del ser humano.
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