«Bienaventurados los que resisten el amor bajo las nubes sabiendo que no hay más que lo que vives, ni más agua que su sabor». El amor y el paisaje. La pulsión de la vida y la pugna creativa entre la memoria y el presente. ... Y sobre todo los sueños. Su misterio y su verdad. Su fracción de realidad plenamente vivida en lo soñado. De estas cosas, y de alguna más, habla Araceli Sagüillo en su último libro, 'La sombra de los sueños', publicado por la editorial Azul.
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Con toda probabilidad, Araceli Sagüillo se encuentra «en el momento más luminoso y fecundo» de toda su trayectoria, como asegura en el prólogo del libro el poeta Emilio Quintanilla Buey. Un largo camino poético que se inauguró en 1994 con 'La charca de los lirios', y que suma en estos treinta años de andadura una veintena de títulos, entre ellos 'Mujer' (1996), 'La música del agua' (2006), 'El ático vacío' (2009) o 'Treciembre existe' (2011). Y que vive quizás un momento especialmente intenso en su última etapa, con libros como 'Las moiras' (2016), 'Nosotros' (2018), 'Inefable tierra' (2020) o 'Precisamente Ariadna' (2021). La forja de un universo propio donde la evocación, la contemplación, la intuición y la afirmación vital se unen para conformar una voz ya plenamente reconocible.
Sobre los anteriores títulos, 'La sombra de los sueños' apunta un paso más en el camino de libertad expresiva y de quiebra de la sintaxis y hasta de la morfología del decir poético tradicional. Una «honda meditación en torno a los sueños», dice Quintanilla Buey, que lleva a la escritora a trabar una suerte de diálogo entre pequeños versos en verso y contundentes prosas poéticas. El camino hacia una intimidad casi psicológica donde las imágenes y los juegos (a veces los encontronazos) de palabras crean una atmósfera onírica, caprichosa y misteriosa tras cuyas nieblas aparece el ser en toda su rotundidad. El ser que se reafirma mirando con amor todas las realidades posibles: las de los instantes perdidos y guardados en la memoria, las de los elementos (objetos, paisajes, personas) que rodean a la poeta, y las que brotan de su propio interior, en el deseo de cantar por encima de la presunta irrealidad del mundo.
Al final, frente a la evanescencia de lo soñado, las campanas al vuelo de lo vivido. Un canto de vida y esperanza que atraviesa el tiempo y el espacio. Lo que la escritora aconseja en su carta final a las mujeres: que recorran la tierra, «entre pinos y páginas desnudas» con la luz verde de la poesía. Y lo que nos pide a todos en definitiva: vivir «adrede», cubrirnos de verdad y pronunciar «palabras donde buscar intensamente lo perdido». Con la poesía como provisión imprescindible para un viaje tan impredecible como necesario.
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