El poeta José Luis Puerto. Manuel Ángel Laya

José Luis Puerto, oficio de inocencia

Todo el universo del escritor vibra y se condensa en esta última entrega, que busca una vez más la salvación del hombre a través de la palabra

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 30 de septiembre 2023, 00:18

Tal vez redondeando, o sublimando, la última y fecunda etapa de su poesía, iniciada en 2008 con 'Proteger las moradas', y que incluye otros títulos como 'Trazar la salvaguarda' o 'La protección de lo invisible', el poeta José Luis Puerto (La Alberca, Salamanca, 1953) culmina ... en 'Ritual de la inocencia' la absoluta transparencia de un lenguaje poético tan sólida como delicadamente construido a través de más de cuarenta años de escritura.

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Todo el universo del escritor vibra y se condensa en esta última entrega, publicada por Reino de Cordelia, que busca una vez más la salvación del hombre a través de la palabra. De una palabra necesariamente iluminadora y re humanizadora. Un camino de perfección que, en este caso, busca la profundidad del territorio de la inocencia. Ese «hondo oficio de inocencia», que escribió Claudio Rodríguez en referencia a la poesía. Ese regreso hacia lo puro, hacia lo prístino del ser que solo se reconoce en el alma de los niños asombrados ante los mapas del mundo. O en el alma de los poetas: seres inocentes por natura. Poetas que escriben en la arena, sabedores de que el agua borrará sus palabras, porque son conscientes también de que éstas permanecerán en el alma colectiva.

  • 'Ritual de la inocencia' José Luis Puerto. Reino de Cordelia. 288 pág.

«Solo el hombre dotado de un corazón inocente podría habitar el universo», escribe María Zambrano. Y sobre los versos de Zambrano, José Luis Puerto vuelve a reivindicar el oficio del tejedor de palabras –palabras de indagación, de dignidad, de amor, de belleza– como único refugio ante la intemperie. La intemperie del materialismo, la corrupción y el pragmatismo del mundo que nos rodea, nos acosa, nos hiere. Palabras para refundar una casa nueva para el hombre y para el alma. Para una nueva fraternidad («existir en el amor») construida con instantes salvados de la rutina, la mediocridad, la violencia y el tedio. Manos de una fraternidad que salva la orfandad connatural del hombre.

Un grito silencioso que clama por restaurar la sacralidad de las cosas. Por recuperar un universo poblado de palabras, lenguas y hablas; de escrituras antiguas; de pájaros, árboles y hasta bosques de silencio con ciervos invernales; de sábanas puestas a orear, de luz y de luces, de lluvia y fuentes que manan y corren, rosas de luz, paisajes, viejos objetos, corazones heridos, músicas y zarabandas, nieblas, lejanías, memoria de las pérdidas. Todo lo que configura nuestro ser más íntimo. Lo que somos y nunca debimos dejar de ser ni siquiera un instante. Lo que hemos de recuperar en la belleza, en la delectación de la existencia y en la vibración de la emoción y la vida compartida. Porque lo más hermoso, dice el poeta «es aquello fundado en el amor». Sin duda un nudo esencial, este libro, en la poética de un autor esencial.

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