José Jiménez Lozano y Jacinto Herrero, escritores y amigos. El Norte

El factor humano

De entre toda la obra del poeta abulense Jacinto Herrero, que ahora reúne la Diptuación, el autor elige 'La herida de Odiseo'

Carlos Aganzo

Sábado, 27 de enero 2024, 00:41

De todos los libros de Jacinto Herrero (Langa, 1931-Ávila, 2011) yo me quedo con el último. No con 'Bootes niño', que en puridad sería el último publicado en vida del poeta, en 2009. Ni tampoco con 'Un caz de agua limpia', recopilación de inéditos ... que cierran la 'Poesía completa' de Jacinto, preparada por Antonio Pascual Pareja para la Diputación de Ávila. Me quedo con 'La herida de Odiseo', el libro con el que ganó el premio Fray Luis de León en 2005. Y sobre todo con la maravillosa edición que se publicó de este mismo título, con dibujos de Emilio Rodríguez Almeida, una vez desaparecidos los dos. Un proyecto que acariciaron juntos, pero que ninguno llegó a ver.

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'La herida de Odiseo', con el que Jacinto Herrero cerraba, cansado y con la vista en el final de sus días, el gran ciclo 'clásico' que había iniciado con la primera de sus obras, 'El monte de la loba', publicado en 1964: la traducción al castellano de Monsalupe, el pueblecito de la Moraña abulense donde ejercía como sacerdote. Clásico, en el sentido de heredero de esa gran tradición humanista y grecolatina que le situó siempre más cerca de su paisano, don Claudio Sánchez Albornoz, que de don Américo Castro, en su polémica sobre el ser de España. Esa 'Tierra de los conejos' que le sirvió de título para su segundo libro de poemas. Romanos primero, y después judíos, moros y cristianos.

Humanismo y clasicismo de ala ancha. Sentado en los cimientos de sus paisanos Juan de la Cruz y Teresa de Jesús. Pero, en su caso, buscando además alturas europeas, en Leopardi, en Quasimodo y en el Renacimiento italiano, que sintió que le atañía de cerca cuando vivió en Perugia. Y también americanas, cuando en Nicaragua le conocían como «el curita de la vespa» y entró de lleno en esa corriente que va de Pablo Antonio Cuadra a Ernesto Cardenal, pasando por Thomas Merton. Un espíritu que ganó, no sin ciertas dosis de rebeldía, cerca de ese gran grupo de Ávila en el que coincidió con su paisano y amigo del alma José Jiménez Lozano, pero también con Ricardo Blázquez, Olegario González de Cardedal o el mencionado Emilio Rodríguez Almeida.

Y humanismo, al fin, no solo de tradición y de cultura milenaria, desde la misma esencia de lo que somos como herederos de Grecia y de Roma, sino también desde la propia experiencia personal del yo, del poeta, del ser humano. Ese espíritu del que habla en los versos de 'Bootes niño' cuando dice: «Nada hay oscuro que al final no tenga / una luz de candela que te guíe / por esta noche larga en que caminas. / Yo vi desde pequeño esa candela / como una compañía. Me conmueve / ver despuntar la luz cada mañana». Una manera, la suya, única en el decir poético. Una sobra elegancia. Una jugosa sequedad que nunca olvidó desde sus primeras lecturas del maestro Azorín, otro de sus clásicos. O dicho con sus palabras: «lo penoso y difícil de mantener la naturalidad y sencillez sin que se dejen ver los trabajos y los días».

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No sé si Jacinto Herrero Esteban, del que ahora cobramos la ganancia de contar con su 'Poesía completa', sería un hijo último de Odiseo, el fecundo en ardides, o un epígono abulense de la Generación del 98. Pero en todo caso sí un poeta único, singular, verdadero. Y profundamente humano. «Considero la poesía –escribió– como un factor humano. Está en el hombre, en la vida, en la naturaleza. No la he encontrado en la ciudad. Al menos en la gran ciudad». El factor humano que condicionó su ética y su estética. Y que marcó su vida desde el primero hasta el último de sus días.

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