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Adentrarse en el bosque de un libro de Antonio Manilla (León, 1967), el autor de poemarios imprescindibles como 'Broza' o 'Una clara conciencia', es siempre ... un ejercicio de descalcez. De despojamiento de vanidades por una parte. De pies desnudos sobre la tierra fría, por otra. En todo caso, de apología de la levedad frente al peso oscuro de los días cotidianos. Él lo dice de otra manera en el primer poema de su último libro 'Lo que deja de verse en el fulgor' (Pre-Textos), un texto que anuncia como poética, pero que funciona también como brújula para orientarse por las frondosidades del poemario: «Al fin y al cabo, nada más es esto / la labor del poeta: / sacar a flote el barco que se escora, / el carbón a la luz y las palabras / subirlas hasta el verso / que brilla y atempera como un blues. // Encontrar la alegría en la tristeza».
'Lo que deja de verse en el fulgor' Antonio Manilla. Pre-Textos. 68 páginas. 2025.
Subir las palabras al verso, hasta encontrar la alegría pero, más allá de eso, gozarse en la levedad profunda, por no decir en la perentoriedad de las personas y las cosas («caducidad del hombre: belleza de la rosa»). Lo que permanece, contradiciendo a Heráclito, en el mismo momento en que se esfuma. La fe de vida que se queda en la retina después de haber sido iluminada por un relámpago, incendiada por el rayo. Misión imposible que solo es posible gracias a la poesía: encontrar el amor (es decir, al ser humano) «a eones de distancia», en un rastro de «galaxias y yertos universos». Lo que deja de verse en el fulgor, porque en el propio fulgor ha quedado prendido para siempre. Todo eso desde la indigencia del alma del poeta. Pero con el auxilio que le presta la presencia, la palabra o el ejemplo de los otros. Esos otros que nunca faltan en la poesía de Manilla, y que lo mismo puede ser un hombre que llora que algunos compañeros de viaje como Jorge Luis Borges, Claudio Rodríguez, Clara Janés o Fermín Herrero. O Fray Luis, cuando asegura que no ha de tenerse por pobre aquel que «conjetura mundos invisibles». O Aulio Persio Flaco, cuando certifica que el mañana se fuga de una manera tan rápida como el ayer. Otredad que el poeta experimenta en las personas, pero quizás también, o sobre todo, en ese otro trasunto de los hombres que para él son los espacios naturales: los bosques salvajes, mucho, pero especialmente esa naturaleza humanizada donde se escuchan poemas en el viento, donde brotan pensamientos verdes recortados contra el cielo azul, donde las últimas luces, las señales del humo, los frutos del verano o el grito de soledad de las tierras despobladas conviven con los árboles y los arbustos, las moras y los arándanos. Mucho en muy poco. Todo en la nada del fulgor, cuando se extingue. Un nuevo libro extraordinario en la obra de Antonio Manilla.
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