Es posible amar el dolor? ¿Es capaz el ser humano de ser humano en tanto que asume el dolor como elemento fundacional de su existencia? Así parece ser. Y así lo cuenta Antonio Crespo Massieu (Madrid, 1951) en 'El dolor que amamos' (Bartleby). Un título ... que se suma a otros anteriores como 'En este lugar' (2004), 'Orilla del tiempo' (2005), 'Elegía en Port Bou' (2011), 'Los regresados' (2014), 'Obstinada memoria' (2015) o 'Compartir' (2021).

Publicidad

Dolor que viene del quebranto. De haber conocido la exaltación, la vibración, el amor, la altura. Y de haberlos perdido. De llegar a rozar la divinidad y haber sido expulsados, más tarde, de su cercanía. Es por eso por lo que el poeta elige la figura del ángel caído, el ángel desplumado y de alas rotas, como símbolo mayor de este poemario. Ángeles despojados que caminan, porque ya no vuelan, sutilmente acompañados por otros ángeles, sus antiguos hermanos, que les sostienen cuando el mundo se aplica en mostrarles su cara menos hermosa. Así, entrar en «las zonas más dolorosas de la conciencia y de la experiencia» se convierte en el objetivo poético de este libro. Pero entrar en estos territorios para atravesarlos, para poder salir de ellos sin perder lo más precioso que tenemos: nuestra alada dignidad.

El ángel que sostiene el cuerpo muerto de Jesús descendido, tal como lo pintó, con toda su bellísima emoción, Antonello de Messina, abre simbólicamente la obra. Un signo mayor de esa presencia que vive en el silencio y que nos acompaña en los grandes momentos de tránsito. Un ángel al que se suman otros muchos en las calles, los cuartos vacíos, los hospitales, los campos de concentración… en todos aquellos lugares donde el alma se enfrenta con sus límites. Ángeles de la piedad y de la luz. Ángeles de las pequeñas cosas, que recogen «hilos, hebras, filamentos de tiempo» para construir coronas de consuelo. O ángeles menudos, diligentes, que caminan entre lágrimas, algodones empapados, incontinencias, cánulas, radiografías y despedidas, allanando el momento de la transición.

«Cada hebra es un hombre», recuerda Crespo en este poemario intenso, verdadero, donde las hebras, los cabellos, los fragmentos acaban convirtiéndose en elemento nuclear de la condición humana. Dolor de pérdidas, de despedidas, de astillamientos. Y al mismo tiempo, exaltación fervorosa, amorosa, compartida en comunión con los otros, en un inmenso acto de piedad donde la belleza y el asombro nunca mueren, porque resucitan. Resucitan por nuestra propia naturaleza: alicortada, sí, pero poseedora eterna de la memoria del paraíso. Ésa que nos recuerdan los ángeles poéticos. Solo hay que saber descubrirlos con los ojos de la poesía.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad