![Carlos Adeva, el artista zamorano que ilumina paredes tristes](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/05/17/adeva4-kWJF-U220177346862C4H-1200x840@El%20Norte.jpg)
![Carlos Adeva, el artista zamorano que ilumina paredes tristes](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/05/17/adeva4-kWJF-U220177346862C4H-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Abrocha y a mano, sintiendo cada resquicio y rugosidad de la fachada troca Carlos Adeva (Toro, 1974) la estética anodina de un edificio por horizontes infinitos, jardines que acomodan plantas o seres mitológicos, rostros humanos que invitan a la ternura, a festejar... ¿Para qué sirve un mural? «La idea principal es que cuente algo; si no, es solo decoración; es una creación que invita a acercarte y disfrutarla».
Con apenas trece años se estrenó como muralista este zamorano, con una vista de Toro en la fachada de la tienda de la familia de una amiga. «Lo hice con ceras madre», recuerda. Después vendría la especialización en dibujo y pintura medieval, tres años en París y proyectos en los que sigue siendo reclamado para pintar en interiores y exteriores. La pared es su lienzo. Su firma la llevan más de 75 murales en Zamora, Toro, Tordesillas, Valladolid capital y varios pueblos, Vitoria... enumera a la vez que acondiciona una pared en el convento de San Francisco en Villaviciosa (Asturias) donde se exponen pasos de Semana Santa. Sobre uno de los muros pinta una vidriera con arcos. «Un mural es lo más parecido a poner un cuadro en casa, solo que lo puede ver todo el mundo que pasa por la calle, un atractivo más –sostiene– para acudir a visitar un lugar».
Se muestra convencido de que este tipo de arte confiere señas de identidad, como los que tiene, dice, en Zamora, alusivos a temas y personajes históricos locales «que no vas a encontrar en ningún otro sitio, porque un mural moderno lo puedes contemplar en cualquier ciudad». Ha trabajado en la estética de bares, restaurantes y hoteles y su hacer con las paredes es requerido para trabajos en edificios públicos y viviendas particulares.
Carlos Adeva reniega del uso de espray para pintar por lo que supone de privación de contacto con la pared. «La brocha me hace sentir el tacto, uso mucho las manos, me gusta pintar sintiendo lo que hago, las texturas, aprovecho las intersecciones para sacarle más partido a la composición».
Con el tiempo el muralismo se ha abierto a campos más allá de la consigna política o la reivindicación, una función que Adeva reconoce que ha perdido impulso. En la actualidad se ha convertido en una práctica muy socorrida para embellecer entornos urbanos. «De tener una pared triste, que no dice nada, a ver algo que te agrada un día y otro... un buen mural hace que la gente se sienta más cómoda, ayuda al estado de ánimo. El día que se deteriore o falte extrañará mucho». Porque también es un arte con fecha de caducidad, expuesto a la intemperie, que precisa mantenimiento con el paso de los años. «'El triunfo' lo hice en un edificio de Vitoria hace quince años y ahí sigue, casi como el primer día». ¿Y cómo son los murales de precio? «Más baratos de lo que se piensa, a partir de 500-600 euros se puede tener un pequeño muralito, luego los hay de 2.000, 3.000..., son cantidades asequibles. Yo por lo menos intento ser asequible para que la gente pueda tener una pieza».
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