¡Oh capitán!, ¡mi capitán!

En esta especie de autobiografía, más bien «ejercicio memorialístico», memorias sueltas, diríamos, con algo de diario y de esbozo de ensayo, en parte reunión de artículos de periódico adaptados, Whitman se nos muestra como el poeta por excelencia de la democracia norteamericana, condición que, como nos recuerda Rodríguez Guerrero-Strachan, siempre deseó para la posteridad y es una prueba más de su impenitente grafomanía, además procedente de un autodidactismo pleno, cuando con frecuencia se le tiende a considerar como autor de «un único libro de poemas», 'Hojas de hierba', eso sí, «inmenso, variado y combinatorio», también al acertado decir del prologuista.

El volumen, que surgió «como respuesta a las preguntas que Richard M. Bucke le hizo mientras escribía su biografía» y al que su autor llamaba literalmente «revoltijo en prosa», fue escrito «en diferentes momentos de la vida del poeta» y se divide, en general, por los críticos en cuatro partes, a saber: sus años jóvenes del período de formación, reminiscencias de la Guerra Civil, apuntes del natural en la estela de Thoreau y viajes, por el Oeste y Canadá, más comentarios sociales y semblanzas literarias de Emerson, Carlyle, Poe o Longfellow, Si bien «es en gran medida el recuento de sus recuerdos de la Guerra Civil americana», el acontecimiento histórico crucial de su tiempo, puesto que ocupa la mayor parte del libro, a partir de sus diarios y cuadernos de notas e impresiona sobremanera, sobre todo esa entrega y compasión en su labor voluntaria como «misionero de hospital» al lado de jóvenes soldados heridos.

En el terreno puramente literario siempre me ha interesado el intercambio, con altibajos, «la amistad entre un mandarín de la cultura y un joven bronco», según Rodríguez Guerrero-Strachan y la impronta en su escritura de Emerson, otro de los padres de la sensibilidad norteamericana, que celebró de manera entusiasta, aunque con matices, la aparición de Hojas de hierba: «El pasado verano un libro vio la luz en Nueva York, un inclasificable monstruo de mirada imponente y con la fuerza de un búfalo, indiscutiblemente americano». O su relación con el naturalista y escritor John Burroughs, que ha resumido, ensanchándolas, creo que como nadie, las dimensiones de su obra: «es muy difícil aprehender a Whitman, enunciarle en una sola frase. No podemos llegar a su raíz… su raíz es la Naturaleza, la democracia, la ciencia, la personalidad».

Su coetáneo, el poeta victoriano Gerard Manley Hopkins, que admiraba su aliento épico y su verso, el primero, junto al de Rimbaud, libre de cualquier atadura métrica o acentual, pese a que su escritura y pensamiento bien podría situarse en las antípodas, lo tenía por «salvaje», debido a su «estilo original y personalísimo», según una de sus cartas, dirigidas al poeta, que también fue laureado, John Bridges. Creo que 'Días ejemplares' es la mejor manera de acercarse a esta fuerza de la naturaleza, de adentrarse en la poética ardiente de este versificador bárbaro que sin apenas preparación se convirtió, con sus visiones cósmicas y homéricas loas de las huestes democráticas, en un autor decisivo para entender el lenguaje poético de nuestro tiempo.