Mónica Velasco y la Plaza Mayor de Salamanca. EL NORTE
Al pie de la letra

Canto y latido de Mónica Velasco

Amarante edita una segunda edición de 'Llumantia ilíquida', en versión bilingüe, enriquecida con algunos inéditos y con ilustraciones de Carmen Borrego.

Carlos Aganzo

Valladolid

Viernes, 8 de abril 2022, 00:59

En 2019 se publicó 'Llumantia ilíquida', el primer libro de poemas en solitario de la poeta Mónica Velasco (Salamanca, 1979), una voz que ya se había escuchado con timbre propio en el trabajo conjunto 'Trazos: en torno a Anglada Camarasa', escrito a medias con Antonio Colinas. Con la misma editorial de entonces, Amarante, aparece ahora una segunda edición de aquel libro, en versión bilingüe, enriquecida con algunos inéditos y con ilustraciones de Carmen Borrego. Una nueva lectura de aquellos mismos versos que, acompañados por la traducción de Collin Reyman, parecen cobrar ahora un vuelo distinto, desde la misma sugerencia del título en inglés, 'The Wavering Blaze': el resplandor vacilante. Una reimpresión que cobra significado diferente al presentarse precisamente ahora: poesía necesaria en mitad de un tiempo de máxima incertidumbre.

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Con un sentido propio de lo contemplativo, la poesía de Mónica Velasco se sitúa en los mismos predios de la mística. Versos de vibración profunda, de intensa búsqueda, que se detienen justo en la frontera del encuentro. En su intuición. Poemas que pisan la tierra, que en ocasiones se hunden en ella, pero que desde la propia fuerza telúrica de la Naturaleza, y de la poesía, terminan por cobrar un vuelo extraordinario. Un caminar por paisajes iluminados, en ocasiones ardidos en medio de la noche, que busca la correspondencia del fluir de la sangre con el eterno fluido de las aguas del mundo. Acompasar el latido del corazón al latido profundo de la tierra.

Tienen los poemas de Mónica Velasco mucho de delectación del tiempo por el tiempo. De instante detenido en percepciones como «el morder la breve madera por la avispa» o en vislumbres como el de la luz en su romper secreto contra la piedra. Pero también, en esa misma vibración de lo intuido, o de lo descubierto, del temblor del que se asoma a un abismo. Aromas y colores del prado o del jardín, visiones del mar eterno, pero también paisajes interiores, apenas contenidos por el dique de las palabras, agitados por una emoción profunda. La reafirmación de la existencia en el aquí y en el ahora («aquí se abrasa mi pecho y aquí soy»), y al mismo tiempo la fragilidad de esa misma existencia en el instante. Respirar para adentrarse en lo alto y «morir hacia adentro». Carne viva que ya no es capaz de contener un alma traspasada. Y el testimonio, al fin, de la poesía como cántico espiritual. Sed de amor y gozo de hermosura, pertenencia a lo invisible a través del latido del mundo y sus criaturas. Plenitud absoluta al vencer al tiempo deteniéndolo. Pero también conciencia de sucumbir en ese mismo instante de la plenitud. Poesía en la frontera de la propia poesía.

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