La cifra de 400 números de este suplemento despierta en la memoria cinéfila una película decisiva, 'Los 400 golpes', que en 1959 trajo de una sola tacada el arranque de la 'nouvelle vague', la clausura del período clásico y el contagio a otros movimientos que ... renovaron miradas y audacias. El cine cambió sin remedio y para siempre.
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Y precisamente 50 años después, cuando a finales de 2009 nace 'La sombra del ciprés', el estreno de 'Avatar' y su éxito de taquilla impone una nueva transformación: las salas de cine deben renovar sus equipos para afrontar su proyección en 3D. Un cambio de soporte que orilla en las cabinas los viejos proyectores analógicos, una revolución solo comparable a aquella barrida de los proyectores mudos por la llegada del sonoro. En 2009 desaparece el celuloide, irrumpe la técnica digital y, otra vez, el cine cambia para siempre.
El suplemento, en estos vertiginosos doce años, se ha hecho eco de los picos y valles de la nueva época, en la que han ido diciendo adiós aquellos maestros de la 'nouvelle vague' que irrumpieron en 1959. Precedidos por la prematura muerte de François Truffaut todos han echado el cierre, desde Alain Resnais a Éric Rohmer, desde Claude Chabrol a Agnès Varda. Solo el más rebelde de todos, Jean-Luc Godard, se ha resistido, e incluso ha experimentado el 3D en 'Adiós al lenguaje', entre otras locuras.
Su soledad de superviviente del cine de autor se incrementa con la muerte de directores como Theo Angelopoulos, Nagisa Oshima, Manoel de Oliveira o Abbas Kiarostami.
Pero quien realmente está amenazada de desaparición y muerte en esta incierta travesía es la cinefilia, y el cinéfilo. El cambio de soporte determinó un auge del DVD, que tras la pasión del coleccionista encerraba la trampa de la proyección casera. La sala pública, anónima y concentrada en su gran pantalla, fue sustituyéndose por el salón privado, infectado de vicios domésticos y piraterías. El espectador se adentraba en un cambio de paradigma en la exhibición que le embestía de lleno y que orillaba un eslabón primordial, la sala oscura. Y con ella morían o se debilitaban aspectos como la crítica especializada, la simultaneidad de estrenos y proyecciones y, en fin, el impacto social del cine, con esas aceras de ida y vuelta abiertas a la charla, el vino o el café.
Pero no acaban ahí las novedades de este tiempo acelerado: el mundo digital progresó hasta diluir la necesidad de soportes para sus audiovisuales. El 'streaming' se convirtió en la palabra mágica para visionar cualquier producto sin moverse de casa, lo mismo que para comprar comida, o ropa, o generar con el teletrabajo el dinero para todas estas aventuras sin riesgo. El cine y sus lejanas salas quedaban, como apuntó algún crítico, deslocalizados. Y lo estuvo aún más cuando las empresas de 'streaming' se dieron cuenta del melón que se abría y decidieron, con Netflix a la cabeza, producir su propia oferta de películas. El paso por la gran pantalla ya no era obligatorio en esta relación directa entre productor y consumidor.
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Sí, consumidor y no espectador, consumidor gobernado secretamente por algoritmos que manejaban los gustos de los posibles clientes para rendirlos con sus ofertas. Así que las plataformas se convirtieron en la nueva punta de lanza del negocio. Cada día toman nuevos rehenes entre los antiguos cinéfilos. O conquistan sin remedio a los jóvenes, que solo acuden a las salas al reclamo ocasional de productoras como Marvel, con su fórmula serializada de empalmar películas y personajes. Y como guinda y apoyo inesperado a este cambio de paradigma llegó y no se marchó la covid. Con su maligna presencia el ocio privado se potenció hasta niveles que sus empresarios no podían ni soñar.
Todo esto sucedió, casi sin darnos cuenta, en los años que miden la existencia cuantiosa de este suplemento. Para fortuna de las minorías las salas de cine mantienen una resistencia casi heroica, la Seminci y los festivales consiguen resucitar una semana al año, y en los meses precedentes nos han dejado boquiabiertos los estrenos de Ryûsuke Hamaguchi, Céline Sciamma, Jonás Trueba o Leos Carax, los del cine rumano, el coreano, e incluso el gallego. Tiempos de mudanza sin reposo, de horas veloces.
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