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Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan
Valladolid
Viernes, 26 de marzo 2021, 08:09
Mencionaba Eugenio Trías en 'El canto de las sirenas' a los 'napoleónidas' –esa generación de titanes que convivieron con Napoleón– y entre ellos cita a ... Ludwig van Beethoven y G. W. F. Hegel, autores de obras que revolucionaron el mundo, el uno en la música y el otro en filosofía. Después de ellos nada fue igual; ni en la filosofía podrá seguirse otro camino que no sea el de la 'Fenomenología del espíritu' ni en música podrá nadie zafarse del estilo heroico ni de la forma sonata beethoveniana. Habrá que entrar en el siglo XX para que los lazos se desanuden y por entre las hendiduras se cuelen un timbre nuevo y una filosofía más consciente de sus límites; pero esto será en el siglo XX, y no será hasta muy avanzado este siglo cuando el estilo heroico –un estilo que, podríamos decir que es el propio de las revoluciones triunfantes– resulte demasiado 'viril', demasiado sincero. Eso será ya en la posmodernidad, en el tiempo de la ironía, el pastiche y la ausencia de las grandes narrativas, aunque no estoy seguro de que esto último sea cierto del todo.
Todo esto viene a cuento de la representación de Napoleón en la literatura y en la música. En una época como la nuestra un personaje tal concita la unanimidad de aquellos que añoran una figura cesárea y, desgraciadamente, van siendo multitud. Beethoven, por el contrario, es leyenda sabida, cambió la dedicatoria a Napoléon de su tercera sinfonía, llamada 'Heroica' (1803), al saber que este se había coronado emperador, por otra «a la memoria de un Gran Hombre», sin duda más abstracta, aunque no tanto como hoy en día que podemos dedicar calles y plazas a la sanidad pública o a los derechos humanos. En Beethoven la fuerza del humanismo aún da sentido a toda su obra. Napoleón, así, se quedó sin una sinfonía, aunque imagino que el mero hecho de ser emperador le bastaba, y además tenía a los pintores de corte como Jean-Auguste-Dominique Ingres o Jacques-Louis David para que lo inmortalizaran.
A pesar del cambio en la dedicatoria, la sinfonía quedó asociada al estadista francés. El estilo heroico beethoveniano se confirmó como la quintaesencia del estilo musical en el siglo XIX. Con Beethoven se atiende a la música por lo que narra y por la forma de la pieza. Durante el siglo XIX predominará lo programático –la historia contada– mientras que en el XX los músicos se fijarán en la forma sonata –aunque en el XIX también haya quien le preste atención y se sorprenda, por ejemplo, de algunas audacias sonoras en el inicio de la 'Heroica'. Ese interés por desentrañar la historia subyacente conformó un entendimiento de la 'Heroica' que continuó en el siglo XX y le proporcionó a Anthony Burgess la oportunidad para escribir su 'Sinfonía napoleónica' (1974).
La 'Heroica' se abre con Napoleón en el campo de batalla, al amanecer, pasando revista a las tropas. Ya aquí el protagonista alcanza la estatura mítica del héroe, un Titán, Prometeo, sin duda. En el segundo movimiento la marcha fúnebre indica su muerte, luego viene un scherzo que recrea con sus trompas una escena de caza. El finale evoca una escena de danza, con la sutil indicación –algunos críticos han apuntado– de que al final el héroe y la sociedad viven en armonía.
Burgess, más conocido como novelista que como compositor musical, utiliza esta división de la sinfonía para escribir su novela napoleónica, en más de un sentido, pues se dice que es una de sus mejores novelas, en la que apenas se nota la dificultad de su escritura. No es la única vez que utiliza la música de Beethoven. En 'La naranja mecánica' incorpora la 'Novena sinfonía' como elemento estructural y estético. Burgess escribe ya cuando el siglo XX avanza directo hacia su cierre por lo que el estilo heroico no le sirve. Ha de ser un estilo irónico, satírico incluso. Respeta la estructura de la sinfonía –podríamos incluso afirmar que escribe la novela haciendo uso de la forma sonata– para dar cuenta de algunos episodios importantes en la vida de Napoleón. Lo que en la sinfonía es heroico, en la novela ha sido rebajado a lo humorístico. Napoleón deja de ser únicamente la figura marcial y vencedora. El lector ve al hombre que no tiene discernimiento moral. En un momento de la obra el protagonista se enfrenta a la decisión de matar varios miles de enemigos y su único problema es de carácter técnico, en ningún momento se plantea el significado moral de esa carnicería. Las consecuencias de sus actos en otras personas no le conciernen.
Burgess evita entrometerse en exceso en la novela, más bien deja que los personajes actúen y es a través de las acciones como muestra el novelista su aprecio por el protagonista. La acción –ya lo he apuntado– sigue las pautas de la sinfonía y así en el tercer capítulo –el que corresponde al scherzo– tenemos una escena hilarante a tono con el movimiento musical. La novela no se centra solo en lo militar, la vida familiar también aparece, dejando ver la incapacidad de Napoleón para ella.
Burgess escribió una novela que era un tour de force por el solo hecho de narrar la vida de Napoleón siguiendo la estructura de la sinfonía beethoveniana. Le debió de parecer poco porque cada vez que tiene la ocasión exhibe su virtuosismo lingüístico con chistes, juegos de palabras y rimas en el idioma respectivo del país donde el general está peleando. También se detiene en las alusiones musicales, trayendo, además, ejemplos de música contemporánea.
Añade una obertura y una coda ausentes en la obra de Beethoven, pero no importa mucho eso en una novela experimentalista que él pretendía que fuera leída por todos. Si en el argumento adapta la sinfonía de Beethoven, en el aspecto formal lo hace con los experimentos literarios y lingüísticos de James Joyce, otro innovador, en literatura en este caso.
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