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W. P. Gottlieb
«Bartok y ginebra»: cuando el jazz se empezó a llamar Charlie Parker

«Bartok y ginebra»: cuando el jazz se empezó a llamar Charlie Parker

Centenario. Nacido en 1920, al saxofonista estadounidense le bastaron 34 años de vida para dejar su huella indeleble en la historia de la música, su principal adicción dentro de una larga lista

Carlos Aganzo

Valladolid

Viernes, 27 de noviembre 2020, 12:57

Las enciclopedias del jazz recogen la leyenda. Charlie Parker se murió de risa, viendo un programa de televisión. Lo cierto, sin embargo, es que se murió de rabia. Dos días antes había vomitado sangre, pero se negó a que le ingresaran en el hospital. El forense que le practicó la autopsia detectó el ataque al corazón, además de la úlcera y el avanzado estado de cirrosis de un hombre de cincuenta o quizás sesenta años. Charlie Parker tenía 34.

La leyenda de Bird empezó a forjarse en el mismo momento en el que su madre le cambió su bombardón por un saxo alto. Nació en 1920 en Kansas City, la misma ciudad del extraordinario Ben Webster, y el territorio de otros grandes mitos del saxo como Coleman Hawkins o Lester Young. El centro estadounidense del vicio y de la música a finales de los treinta. A los catorce dejó los estudios para introducirse en el mundo de los garitos musicales de la ciudad. A los dieciséis se casó y tuvo un hijo. Y al año siguiente ya estaba embarcado en la banda de Jay McShann.

Cuando el jazz se marchó de Kansas City para instalarse en Nueva York, Parker se fue con él, en 1939. Lavaba platos en el mismo local donde tocaba Art Tatum, posiblemente el músico que más propició el cambio de rumbo del jazz: dejar de ser una habilidad de negros que entretenía a los blancos para convertirse en la música clásica del siglo XX. Allí grabó por primera vez. Y aprendió a utilizar los taxis como oficina. A veces también como hotel.

El nacimiento del bebop

En 1943, Charlie Parker y Dizzy Gillespie coincidieron en las orquestas de Earl Hines y Billy Eckstine. Se dice que el bebop, el nuevo estilo que sucedería al swing y a las grandes orquestas, se forjó a partir de las grabaciones que ambos realizaron ese año y el siguiente. Con sus ejecuciones vertiginosas, sus armonías complejas y sus solos entregados a la creatividad, llevaron al jazz a un territorio que ya no abandonaría jamás. Un territorio que incluía de la misma manera la rebeldía y la afición por los límites. Por aquel tiempo, Parker llegaba a comerse más de veinte hamburguesas al día. Regadas con alcohol. Y aventadas con heroína. «Te dicen que hay una línea limitadora para la música. Pero, tío, no hay fronteras para el arte», dijo en una entrevista.

En 1945, el saxo alto de Charlie y la trompeta de Dizzy eran la primera referencia de los seguidores del jazz moderno. Miles Davis, que entonces tenía 19 años, lo recordaba así: «Salíamos casi cada noche a pescar a Diz y a Bird dondequiera que actuasen. Teníamos la sensación de que si nos perdíamos el oírles tocar, nos perdíamos algo muy importante. Tío, la mierda que tocaban y hacían evolucionaba tan deprisa que simplemente tenías que estar allí en persona para enterarte».

Durante una estancia en Los Ángeles, Bird sufrió un ataque cerebral a causa de una mala combinación de drogas y alcohol. Pasó primero por la cárcel, y después por un centro de desintoxicación. De regreso a Nueva York, sufrió un nuevo derrame. Lo que no impidió que Birland, el club al que le pusieron su nombre, se convirtiera en un icono de la ciudad. En 1948 grabó el álbum 'The Greatest Jazz Concert Ever'. Y consolidó el más mítico entre sus míticos quintetos: el formado por él y Gillespie al lado de Bud Powell, Charles Mingus y Max Roach.

Bela Bartok y Stravinsky

Entre 1949 y 1950, Parker viajó por Europa. Pero ni siquiera Jean-Paul Sartre fue capaz de convencerle de que hiciera compatible su ánimo revolucionario con un cierto equilibrio personal. En Europa, sin embargo, se consolidó su admiración por los músicos 'cultos' de su era. «Tenemos Bartok y ginebra, ¿qué más necesitamos?», solía decir como invitación a la música y la vida.

Las grabadoras, sin embargo, fallaron aquel día de 1950 en el que Igor Stravinsky se coló en Birdland. Cuando supo que estaba, y sin decir una palabra, Parker cambió el programa para comenzar con 'Ko Ko', una pieza frenética reservada para cuando los músicos estuvieran calientes. Entre los fraseos improvisados de su solo empezaron a sonar los acordes iniciales de 'El pájaro de fuego'. Al querer dar un golpe con su vaso sobre la mesa, en señal de admiración, Stravinsky derramó su whisky sobre los vecinos de detrás. Parker ni lo miró, pero en el segundo tema, 'All the things you are', «todo lo que tú eres», su saxo se orientó inequívocamente hacia la mesa del maestro.

El concierto del siglo

En mayo de 1953 viajó a Toronto para participar en un concierto donde se volvería a reunir su legendario quinteto. Powell acababa de abandonar un psiquiátrico. Y Gillespie y Parker estaban enfrentados. El saxofonista había vendido su instrumento para poder viajar a Canadá. Y una vez allí lo único decente que pudo conseguir fue… un saxo de plástico. El milagro del jazz, sin embargo, volvió a obrar, y sobre la base rítmica de Powell, Mingus y Roach, Parker y Gillespie se batieron en un duelo que alcanzó cotas inimaginables. La prensa cambió el rótulo de «el concierto del año» por el de «el concierto del siglo». Y el quinteto pasó a denominarse «el quinteto del siglo».

La debacle económica de Parker propició, al año siguiente, que su hija muriera de neumonía por falta de atención médica. Y el músico protagonizó varios intentos de suicidio. Su adicción a la música no fue suficiente para superar la concatenación de todas esas otras adicciones –al alcohol, a la comida, a las drogas, al sexo– que le terminaron llevando a la muerte. El mundo de los 'hipsters', que es como entonces se llamaba a los fanáticos del nuevo jazz, se dividía entonces entre los que pensaban que el apelativo de Bird venía de su capacidad para elevarse y los que aseguraban que, de todas sus aficiones, la más poderosa era la del pollo frito. Sea como fuere, los últimos días de su vida sucedieron a ras de tierra. Estaba solo en el apartamento de su amiga Pannonica de Koenigswarter-Rothschild, más conocida como Nica, la baronesa del jazz, cuando le entró la risa. O el pánico. Y voló. Voló «a lo más alto», como exige la primera condición del pájaro solitario.

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