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Fermín Herrero
Sábado, 12 de abril 2025, 08:35
Jesús Munárriz es sin lugar a dudas uno de los nombres mayores de la poesía actual en español, en su doble faceta de editor y ... de poeta. Su obra, en torno a una veintena larga de títulos, es tan dilatada como consistente, y no es ajena a ella su amplísimo quehacer como traductor.
Ahora nos entrega, en edición íntegra, 'Museo secreto' (Hiperión), que hace más de una década vio la luz, con una pobreza tipográfica en verdad conmovedora, en las insignes prensas caraqueñas de Monte Ávila, con motivo de un Festival Internacional de Poesía. Se añaden a aquella edición tres poemas: 'Olympia', sobre el cuadro de Manet de una «hetaira parisién» con gato y mucama negros; 'Ante el retrato de una dama', pintado con el «encanto de la belleza antigua», del extraordinario poeta chino de la dinastía Tang Wang Wei; y 'École de Fontainebleau', pintura anónima donde aparecen Gabrielle d'Estrées y su hermana la duquesa de Villars, que le pellizca en un extraño, «sorprendente, atrevido» gesto el pezón. Y, sobre todo, acompañan a los textos, ilustrándolos con gracia exegética, veinte dibujos a plumilla del pintor jienense Paco Montañés, un lujo añadido.
Jesús Munárriz. Hiperión, 98 páginas. 12,95 euros.
Munárriz es un poeta realista, civil, de prosodia clásica y dicción reposada y precisa a lo largo de toda su trayectoria e igualmente en este museo que indaga en lo erótico («la danza de las musas en el jardín de Venus,/el poder de Afrodita, los dominios de Eros») a través del arte, sobre todo pictórico, en forma diacrónica, desde la prehistoria, pasando por lo bíblico, lo grecolatino, lo renacentista, lo ilustrado, lo romántico y lo vanguardista, con visiones de Gauguin, Chagall, Picasso, Balthus, Picasso o Romero de Torres, hasta nuestros días, pues se cierra con una paráfrasis de una escultura femenina de pechos opulentos del artista colombiano Fernando Botero. La mayoría de los poemas responden al tópico horaciano del 'Ut pictura poesis', primando el descubrimiento gozoso, transgresor, en su desnudez plena, como si nos enseñase desde el ojo mirón y prohibido de una cerradura las obras de arte con detenimiento y meticulosidad, e interpretase en exclusiva para nosotros esta pinacoteca voluptuosa, en la que la contención formal compensa y equilibra el arrebato sensual del contenido.
En 'Secreta belleza', de ambiguo título, pone en boca de la modelo colgada en el Museo de Orsay: «pero no olvidarán mi atractivo más íntimo, / lo que llamó el maestro el origen del mundo». Justamente al celebérrimo cuadro de Gustave Courbet, se refiere también Daniel Zazo en 'La liturgia de la carne' (Páramo), su quinto libro de poemas. Ya desde el título, se aprecia su intención de acercarnos la concupiscencia carnal desde el plano religioso, al tiempo que se mueve a veces en el «enjuto límite/que concilia el erotismo y la pornografía». Es ahí donde radica la singularidad del empeño como exploración poética de «la inhóspita región/donde se anuda la carne y el espíritu».
Daniel Zazo. Páramo. 96 páginas. 14 euros.
En ese orden de cosas, como frontispicio, figuran paratextos de autores tan heteróclitos como el pesimista radical Emil Cioran o las místicas medievales Ángela de Foligno, con su gesto de desnudarse ante la cruz, y Juliana de Norwich, con su ferviente declaración de amor pasional vertido en la divinidad. Tras estas citas, a modo de presentación, como pórtico y a la vez justificación temática que excluye el desafío, la provocación o la ofensa, Zazo sitúa un poema, más bien declaración de intenciones, en el que se habla de «sacralizar lo profano sin profanar lo sacro». Y a fe que el poeta abulense asume y cumple con esta encomienda, fusionando el fervor devocional con la «pulsión erótica», ya que, en su afán abarcador, aborda a continuación, en manos del azar, lo devoto frente a lo impío, el pecado original junto a la penitencia y la contrición, la culpa y el castigo, los milagros y las tentaciones, lo ritual y ceremonioso, la plegaria, el martirio, las herejías…, lo misterioso de este resbaladizo terreno, en suma.
Recrea, para ello, numerosos episodios bíblicos, a menudo con lecturas traídas al presente y de alcance universal. Así a Salomé reclamando la cabeza del Bautista, la traición de Judas Iscariote ante «el tintineo de las treinta monedas de plata», la torre de los excesos de Babel, la huida de Egipto con Moisés y la roca; el destierro a «la lejana región de Nod», el eremita Simón en su columna del desierto, el becerro de oro en el Sinaí o las bodas de Canaán, hasta el mismísimo Juicio Final. Acude también a lo pictórico, con exégesis de lienzos del Bosco, Munch, Caravaggio, Max Ernst o Velázquez, su Cristo; o a la escultura: otro Cristo, el yacente de Gregorio Fernández o la obra barroca de Pedro de Mena. En un díptico y un políptico bordea incluso el aforismo: «Orgasmo:/apresar el relámpago con las manos» o «transverberación:/apoteosis de la carne comulgada», la misma que poetiza en su paisana Santa Teresa.
Terminamos con 'Dick o la tristeza del sexo' (Anagrama), séptima novela de Kiko Amat, de quien comentamos en estas páginas la anterior, 'Revancha', un narrador de expresión potente, asilvestrada, como de eterno joven airado, en la onda de sus paisanos barceloneses Valentí Roma y Carlos Zanón. En esta nueva entrega se centra en el despertar sexual en la pubertad, durante un período de cuatro meses, de Francesc, alias Franki, quinceañero bastante salido y con complejazo de Edipo, que se desdobla en el Dick Loveman del título, «galán galáctico», a mayores semental «extraordinariamente dotado», «disoluto y pervertido», para fantasear con «propósitos lúbricos» y darse a la masturbación maníaca imaginándose de forma calenturienta en actos pudendos, a lo largo de los siglos, con la buenorra del instituto.
Kiko Amat. Anagrama, 384 páginas. 19,90 euros.
Esta vez a Amat se le ha ido la mano al regodearse en lo libidinoso y el onanismo desaforado. La novela amenaza en muchos pasajes, más allá del humor estilo Esther García Llovet, un tanto desesperado, con caer en el dislate total. Se me ha hecho muy larga, la he terminado por el pundonor obligado del crítico. Y eso que el planteamiento, una narración iniciática de un hijo único en el seno de una familia media-alta, con matrimonio roto en la práctica y de convivencia difícil, madre neurótica, «exmodelo de fama regional» encerrada en casa, y padre catedrático engolado que exuda «aroma a camisa sucia y boloñesa caducada», más tío esporádico, exhibicionista, sodomita y pederasta, prometía. Tampoco me ha convencido el cierre de los capítulos, a modo de coda implantada, con muestras del consultorio sexológico de revistas porno para pajearse, anuncios de activity-hair y afrodisiacos, o casos adaptados de un presunto 'Tratado de psicopatía sexual'. Hacia el desenlace, el holocausto de una edad con las hormonas disparadas, mediante barbacoa purificadora y conato de escapada, se retoma con fuerza el pulso narrativo, a mi juicio ya tarde.
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