Hay más 'carmenes mola' de las que parece. Pasear la vista por una librería nutrida es toparse con Nelly Arcan, Yasmina Khadra, Ana Alonso, Delaviuda o Alejandro Cuevas. Ni siquiera la zona infantil se libra de firmas que no se corresponden con DNI alguno. ... Geronimo Stilton, el roedor más famoso de la última década, escribe sus propias aventuras.
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A los autores del último premio Planeta les acusan de oportunistas por elegir un nombre femenino. Lo cierto es que la conveniencia cursa como virtud comercial también en el mundo editorial, sea o no premeditada. Es evidente que hoy ser mujer y tener un rostro televisivo ayuda a publicar en determinados sellos, de igual forma que hace un siglo las escritoras que aspiraban a ser leídas sin prejuicios vistieron sus nombres con pantalones, salvo excepciones como Emilia Pardo Bazán, recordada y reeditada por el centenario de su muerte.
Las razones de los escritores para travestir su firma son variopintas y no siempre acordes con el interés de su editor, o sea, con vender. César Sanz, responsable de Difácil, solo entiende el seudónimo «si es mejor para el lanzamiento de una obra» y, sin embargo, ha de comulgar con las elecciones de sus autores. Alberto Escudero muta en Alejandro Cuevas cuando escribe. «No fue una decisión tan meditada. Empecé a publicar quizá demasiado joven.Siempre tengo la sensación de que cuando escribes eres y no eres tú. Para mí fue natural llamarme de otra forma. Es sano distinguir las dos realidades, no quiero parapetarme. Cuando escribo soy ese personaje. Al principio, cuando la gente te conoce hay un poco de confusión sobre cómo llamarte», dice el autor de'Comida para perros' (Difácil), 'La vida no es un autor sacramental' (Seix Barral) o 'Mi corazón visto desde el espacio' (Menoscuarto), entre otras obras de narrativa.
Otro autor que ha puesto a prueba la paciencia de Sanz es Vicente Álvarez, quien compite con Pessoa en heterónimos. «A veces se confunde con el seudónimo, que tiende a ocultar la identidad del autor. El heterónimo no esconde, multiplica las identidades», explica quien firmó su última novela, 'Todas las ruletas son rusas' (Difácil) como Delaviuda. Siendo la cuarta de una saga, cada firma es una decantación de la anterior. Escribe a cuatro manos con Ángel Vallecillo otra serie negra bajo el nombre de Jazz Negroponte. «Siempre me gustaron las novelas de quiosco, las de género, de los cincuenta, y muchas estaban firmadas con seudónimo porque las escribían maestros republicanos o gentes que tenían que ocultarse por razones políticas».
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Antimarca
El escritor vallisoletano renuncia al rédito de la experiencia y al tiempo en el mercado cambiando de firma, sin embargo aprecia el fenómeno contrario en el escaparate digital. «Mucha gente que publica en blogs o en redes utiliza ese alias cuando salta al mundo de papel porque les identifican con él».
Álvarez, bibliotecario de profesión, reconoce que se lo pone difícil a su gremio. «En el caso de la biblioteca de la Universidad de Valladolid, como saben quién soy acuden al principio de autoridad, pero donde no lo saben, catalogarán mis libros por separado, según la firma».
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Si le da algún valor Sanz al seudónimo es «cuando se mantiene». Pero en este mundo del cotilleo interconectado y de avidez mediática no siempre el seudónimo asegura la discreción. Ese fue el caso de Elena Ferrante. «No me arrepiento de mi anonimato. Descubrir la personalidad de quien escribe a través de las historias que propone, de sus personajes, de los objetos y paisajes que describe, del tono de su escritura, no es ni más ni menos que un buen modo de leer», decía Ferrante en una entrevista vía email para 'Il Corriere della Sera'. Sin embargo, la senda del dinero delató a Anita Raja, una traductora napolitana que sitúa en la ciudad sureña su saga 'Dos amigas'. Refrendada por el éxito en librerías de todo el mundo y en el cine, su última novela 'La vida mentirosa de los adultos' mantiene la firma de Elena Ferrante.
David Homedes era un informático que envió su primera novela bajo el seudónimo de Pablo Tusset a varias editoriales sin suerte. Lengua de Trapo decidió publicar 'Lo mejor que le puede pasar a un cruasán' (2001). El libro ganó el premio Tigre Juan y fue llevado a la gran pantalla. Homedes se libró de la campaña de promoción de su obra. Solo hubo una entrevista, la que se hizo así mismo con otro seudónimo, para el lanzamiento de su segundo libro, 'En el nombre del cerdo' (Destino). Y así tres libros más, todos ellos en Destino. Ni cuadrillas literarias ni atención mediática, Homedes ha elegido el personaje del misántropo.
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El caso Arcan
María del Carmen Rodríguez del Álamo era secretaria en una asesoría jurídica hasta que dejó su trabajo para cuidar a su hijo y nació Megan Maxwell. Hija de una toledana y un estadounidense, adoptó el seudónimo internacional para firmar sus novelas románticas.
Menos amable y condescendiente es la prosa de Nelly Arcan, la autora canadiense que vuelve a estar en las librerías españolas con su primera novela 'Puta', reeditada por Pepitas de Calabaza. Arcan era en realidad Isabella Forier, nacida en un pueblo cerca de la frontera con Maine y educada en un colegio de monjas. Aquella religiosas «llevaban un nombre falso que habían elegido ellas mismas», escribe. En su etapa universitaria en Montreal trabajó como prostituta de lujo. Isabelle se transformó en Nelly Arcan, la quebequense que cuenta a su psicoanalista su vida y derrama autoficción en su debut literario. Tuvo un gran éxito en la comunidad francófona pero el personaje pudo con ella. Tras otros cuatro libros se suicida en 2009. Murió Isabelle, Arcan sigue provocando con su descarnada prosa.
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Hay autores que bifurcan su identidad en función del género. Ana Isabel Conejo es Premio Hiperión de Poesía, entre otros reconocimientos a sus versos, además de bióloga leonesa. Comenzó a entrenar su prosa en la literatura juvenil y junto a Javier Pelegrín ha escrito una treintena de novelas como Ana Alonso. Ahora acaba de publicar 'Los colores del tiempo' (Espasa), una novela para adultos que le surgió en el confinamiento y que tiene una trama en torno a un plagio y un seudónimo.
Autoras tras Potter y Stilton
También John Banville vive una suerte de doble personalidad. El autor de 'El libro de las pruebas' o 'El mar' necesitó desdoblarse para su serie de novela negra que firma como Benjamin Black. Lo curioso del irlandés es que ha llevado al extremo su doble identidad, con dos vidas parelelas en sus dos familias.
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Hay otras razones para cambiar de nombre como la excesiva productividad de Stephen King que necesitó ser otro para no saturar el mercado a petición de sus editores. King eligió a Richard Bachman como segunda línea de producción. J. K. Rowling quiso escapar de la sombra de Harry Potter y se lanzó al mercado adulto bajo el nombre de Robert Galbraith. No le fue mal pero el secreto se descubrió pronto.
Elisabetta Dami protagoniza otro caso de personaje infantil universal, solo que la italiana ha vivido protegida por la identidad de su personaje, el director de l diario 'El eco del roedor', el archiconocido Geromino Stilton.
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También italiano es el colectivo Wu Ming que suma varios autores. Aunque conocidos sus nombres, firmaron conjuntamente novelas, discos y películas. Lo importante es la obra no su autoría, sostienen quienes fueron especialmente activos en la primera década del milenio.
Otros ejemplo de colaboración lo constituye Honorio Bustos Domecq, el nombre de encubre la escritura a cuatro manos de Borges y Bioy Casares. Los argentinos se unieron en una serie detectivesca. Por su parte, Yasmina Khadra es el nombre de la esposa del ex militar argelino Mohammed Moulessehoul. Lo usó en su séptima novela y liberó su pluma desde entonces.
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La lista no dejará de crecer aunque cada vez parece más difícil esconderse tras un seudónimo. Hay cientos de autores con nombres comunes y cientos de obras esperando lectores que escapen a las masivas campañas de marketing.
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