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No hacía falta que lo enunciara por boca de Novalis en la primera cita del libro: que la poesía es «el núcleo» de su filosofía. Porque así se pone de manifiesto al advertir la posición predominante que el conocimiento toma en la obra completa ... de Arcadio Pardo (Beasáin, Guipúzcoa, 1928). Pero no está mal recordarlo a la hora de abordar este nuevo título, que supera la edición de su poesía reunida en 'Ardimientos, ajenidades y lejanías', de 2018.
Publicado por la Universidad de Valladolid, 'Presente y cercanías del presente' es el alarde de un escritor al alcanzar con la poesía lo que nadie ha conseguido aún con la filosofía: encontrar el lugar exacto del presente. Detener el instante, el momento preciso en el que «nace y fenece el mundo». Indagar en esas quevedescas «sucesiones de difunto», en la conciencia de «lo nunca pleno», de lo que «gotea, se merma, se reduce», entre las escurriduras de un tiempo líquido. Pero también en la intuición de que es sólo en ese tiempo sin tiempo, quizás tiempo absoluto, en el que se armonizan los contrarios: algo tan efímero que se asemeja demasiado a la eternidad.
Parece sencillo, pero no lo es. Sumergirse en las aguas del presente requiere de voluntad poética. Pues de continuo el pensamiento nos traiciona con la memoria, y más aún cuando nos situamos, en la altura de los años, como Odiseo entre las vides. Pero también nos inquieta con la proximidad de las acciones inmediatas; con, en palabras de Arcadio Pardo, «el tiempo de después». Una pugna en la que el poeta sale victorioso sólo cuando descubre el modo en el que la creación se renueva en el momento justo en el que el aire se agita, y «el cerezo despierta, el abedul respira, los arbustos se desperezan». Cuando las criaturas de su particular cántico espiritual –pájaros, gatos o vendedores ambulantes– irrumpen en su discurso. Cuando el hombre se funde con su entorno: «Me ladro perro, me cántico jilguero, me mujo como res».
Fusión amenazada de continuo por la confusión. Por el desasosiego, una vez más, ante el «temor de lo perdido». O por la sospecha de que la realidad es, en verdad, solo «realidad en potencia». Extrañamiento que en ocasiones lleva al poeta al borde de la ajenidad. Eso que Juan de la Cruz dice no ser siendo, y Arcadio Pardo llama «personaje paralelo». Sentir el vértigo, recordando el eterno impulso de los hombres de «ceder a la llamada» del abismo, al situarse ante «lo hondo del tiempo». Gozar de ser en el instante. De «la lujuria intacta de recibir la vida cada cuando amanece».
Y no gracias al pensamiento, sino gracias a la poesía. Al cántico. Porque «todo hablar, si cantado, cobra una más amplia dimensión». Una dimensión poética que nos devuelve, al final, a la misma certeza de Novalis en el principio: «La poesía es la realidad absoluta».
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