![Antonio Daganzo, recetas contra el silencio](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202106/04/media/cortadas/daganzo_face-kLgB-U1405703086105sF-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Decía Francisco Brines que sólo los niños están en posesión del concepto de eternidad. Que a partir de ahí lo demás son aproximaciones. En esa línea circula el último poemario de Antonio Daganzo (Madrid, 1976). En la de la inquietud por buscar en la «fervorosa ... infancia», en aquello que nos sucedió «antes de la melancolía», la existencia de un maravilloso tiempo sin tiempo. Un tiempo detenido al que es posible acceder, como nos dice el poeta madrileño, a través de una puerta extraordinaria: la puerta de la música. Esa música en la que se confunden todos los sentidos. Ese inductor de sinestesias sin el que resultaría imposible calibrar la humanidad del ser humano.
Tal posición, sensorial al tiempo que metafísica, no es de extrañar en absoluto. Implícita o explícitamente, desde el primero de sus poemas la música ha tenido un protagonismo fundamental en su obra. Empezando por el silabeo de los versos. Una devoción que se convierte en categoría en el título de su última entrega, 'La sangre Música', publicado en Santiago de Chile por RIL Editores. Aquí la música callada o, en su caso, el cantar secreto de la sangre, constituye la cancela que abre camino a un misterio: el que se constituye en la propia raíz de la escritura. Como en San Juan la llama de amor viva. Un cántico que Antonio Daganzo traspone además, más allá de la emoción individual, en la experiencia de un yo colectivo –los lobos, los galanes, los traidores–, en la confirmación del ser a partir de la presencia de los otros.
«Hay miedos felices –dice el poeta– como el primer amor». Y en el mismo ámbito que la vivencia del primer amor se encuentra la de la música. Una música que, para Daganzo, es algo más que lenguaje. Algo más todavía que «ese idioma que todo lo interpreta y lo trasciende». Latido, sangre, vibración, la música es para el poeta la primera victoria del hombre sobre el silencio, sobre la tentación de lo oscuro. Y es también, una vez perdido en la niñez el don de la eternidad, el único poder capaz de detener a la muerte. Lo que «nos devuelve el alma que perdimos».
¿Tales milagros obra la música en el ser humano? Sin duda, sí. Estos y algunos más, como por ejemplo el de integrarnos, por medio de no sé sabe qué secretos mecanismos, en un caudal que fluye por debajo o por encima de nuestro tiempo cotidiano. Un caudal de emoción que nos lleva de viaje a través de nosotros mismos. Un estado de alteración en el que la música se convierte en vida, en sangre. Y en el que toda la sangre –la existencia, los ancestros, la memoria del mundo– se convierte también en Música. Con mayúsculas.
Música y vida en la amalgama de la poesía de Antonio Daganzo. Y la necesidad de cantar frente a lo oscuro. Cantar a lo que se gana o a lo que se pierde, pero cantar. Porque el silencio, dice el poeta, «nunca será la respuesta».
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