El 11 de febrero de 1922, acabó Rainer María Rilke su décima y última 'Elegía de Duino'. Habían pasado diez años desde que comenzó el ciclo, una guerra mundial y montones de lugares en los que residió, a menudo como invitado, casi siempre solo. Entre ... el 2 y el 23 de febrero, apenas tres semanas, compuso 'Los sonetos a Orfeo', 55 poemas que son la otra cara de su proyecto, que supone el punto más alto de su poesía, según él lo ve enseguida, y luego fue confirmado por la crítica y la historia de la literatura. Tenía 46 años, le quedaban cinco años de vida.
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En Rilke, su vida, cuidadosamente elegida, en una soledad buscada que no le distrajera de sus pretensiones, es el sustrato que hace posible su obra. Antes de llegar a lo que se considera su cenit hay un trabajo importante, con diversos estadios poéticos. Su primer gran éxito de público fue 'La canción de amor y muerte del alférez Christoph Rilke' (1906), compuesta en una noche para su amada Lou Andreas Salomé, a la vuelta de su viaje a Rusia. Es una serie de poemas en prosa que glosan la hazaña de un antepasado suyo del siglo XVII en una batalla contra los turcos.
«No coger siempre todo con mano enemiga; por una vez dejar que todo vaya sucediendo y saber que lo que pasa es bueno». Esta 'canción de amor y muerte…', con reminiscencias románticas, pero contada y cantada con particular contención pasó durante unos años desapercibida, hasta casi la víspera de la I Guerra Mundial, cuando se vendieron cientos de miles de ejemplares. El poeta maduro no tenía este trabajo en gran estima. «¡Los versos significan tan poco cuando se han escrito de joven! Se debería esperar y saquear toda una vida (…); y después, por fin, más tarde, quizá se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas», dice en 'Los cuadernos de Malte Laurids Brigge', (1910), su obra más importante en prosa.
Nació en Praga en 1875, en pleno auge del imperio austrohúngaro, en una familia de clase media con pretensiones aristocráticas. Su padre, militar frustrado, quiso que siguiera la carrera de las armas, para la que no estaba dotado. Enseguida tiene pretensiones literarias y empieza una vida errante que nunca terminó por asentarse en ninguna parte. Se casó con la escultora Clara Esthoff en 1901 y tuvo una hija, Ruth, con ella. Se separaron al cabo de poco tiempo, pero nunca dejaron de relacionarse. En 1902 va a París y entra en contacto estrecho con Auguste Rodin.
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El mundo del arte siempre le interesó; Cézanne le fascinaba. Durante una época entendió los poemas como objetos artísticos: 'Nuevos poemas' (1907), 'Réquiem' (1909) son títulos de la que sería su segunda etapa. Entre 1910 y 1914 el poeta cambió cincuenta veces de domicilio, entre ellas Toledo, Sevilla y Ronda. Del mismo modo que nunca tuvo un hogar, pasó la vida escribiendo miles de cartas, en las que se recogen sus inquietudes vitales y su poética. Muchas de ellas se publicaron tras su muerte. Puede que las más famosas sean las enviadas a Franz Xaver Kappus, recogidas por él mismo con el título 'Cartas a un joven poeta' (1929). «Es cierto que la experiencia artística está tan increíblemente cerca de la experiencia sexual, de su dolor y su gozo, que ambos fenómenos en realidad solo son formas diferentes de un mismo anhelo, un mismo gozo». Habla a menudo del amor, pero en una vertiente nueva, lo que llama «amor intransitivo», solo relacionado con quien ama, independiente de su objeto. «Y si hablamos de nuevo sobre la soledad, nos resultará cada vez más claro que ella en el fondo no es nada que se pueda elegir o dejar. Estamos solos». Tuvo un número importante de amantes, con las que parece que mantuvo siempre cierta distancia.
Las 'Elegías de Duino' empezó a componerlas en el castillo que las nombra, destruido en la Gran Guerra. Desde los primeros versos habla de la naturaleza compleja de la belleza, «(…) Pues lo hermoso no es otra cosa que el comienzo / de lo terrible en un grado que todavía podemos soportar.(…)». «Todo ángel es terrible», repite en más de uno de los diez poemas. Ese ángel mediador está lejos de la figura cristiana. En una carta, aclara: «El ángel de las Elegías es la criatura en quien aparece completa esa transformación de lo visible en lo invisible que realizamos nosotros».
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En la cuarta Elegía aparece una evocación de su padre ya fallecido. «Somos conscientes a la vez del florecer y el marchitarse». La vida contiene a la muerte y es necesario saberlo. En la octava aboga por una mirada hacia afuera, apartada del mundo de las formas, una mirada animal, «libre de la muerte». En la décima, atiende a los pequeños detalles de la naturaleza, «Pero si los infinitos muertos suscitasen un símbolo en nosotros, / mira, tal vez nos mostrarían los amentos que cuelgan / del desnudo avellano o pensarían en la lluvia / que cae sobre la tierra oscura en primavera». No es una poesía fácil, quizá tampoco se trata de descifrarla al detalle, está cerca de los límites del decir, y quizá el modo de enfrentarse a ella sea dejándose llevar por lo que sugiere, por lo que no puede explicitar debido a su misma naturaleza.
Para el filósofo Heidegger también sus dos últimos libros son lo más valioso de su obra. «El largo camino hasta esta poesía es en sí mismo un camino que pregunta poéticamente. En el transcurso de ese camino, Rilke experimenta más claramente la penuria del tiempo. (…) Pero los mortales son. Son, en la medida en que hay lenguaje». Los 'Sonetos a Orfeo' son una variante más ligera de los mismos temas. Juega con la métrica del modelo pero mantiene siempre la rima. «Olvidar que cantas. El canto fluye. / Cantar es en verdad otro aliento, / un soplo por nada. Un vuelo en Dios. Un viento». El 29 de diciembre de 1926, tras picarse con la espina de una rosa, Rilke muere. «Los más arriesgados son los poetas, pero aquellos poetas cuyo canto vuelve nuestra desprotección hacia lo abierto», escribió Heidegger.
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