«Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala», como amonesta Maese Pedro en Don Quijote al muchacho que declara las maravillas de su retablo, poco después de que el hidalgo manchego le hubiera apercibido para que no se metiera en dibujos ni ... contrapuntos y siguiera con su «canto llano», advertencias de las que hoy por hoy hacen caso omiso tantos escribidores al uso.
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Al contrario, justo al contrario, de cómo obra, pluma en ristre, Andrés Amorós en este su (de momento) último libro: un libro de noble estirpe cervantina con acierto titulado 'Las cosas de la vida' y mejor aún subtitulado, 'Guía para perplejos', condición en la que tantos nos reconocemos, superados por un acontecer político cotidiano casado con el disparate y sanchificado por el desahogo, fenómenos más subnormales que paranormales que asustan al miedo.
Andrés Amorós se ha labrado un trayectoria literaria larga y fecunda, cuajada de títulos de referencia, en la que una de sus grandes virtudes, ciertamente inusual, consiste en que no alardea de sus saberes a la hora de escribir, lo que por supuesto tampoco supone renunciar a ellos, solo faltaba eso. Sencilla y ejemplarmente se trata de que, teniendo esos saberes bien entrañados, no necesita exhibirlos, y ni siquiera le hacen faltan las notas a pie de página o las referencias bibliográficas entre paréntesis cuando saca a colación citas y reflexiones de infinidad de maestros, para él familiares.
Y no son menester porque todo fluye con naturalidad en su prosa: una prosa decantada por la vida en la que Catulo, Shakespeare, Pérez de Ayala o por supuesto Cervantes (y etcétera, etcétera) están en su urdimbre. O sea, literatura la suya que inconfundiblemente «se hace con palabras y con vida humana», un doble eje que se da cita de armonía en estas páginas para perplejos, categoría en la que, al paso que vamos, acabaremos militando todos (si no militamos ya).
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«Si me preguntan cuál es mi pintor, mi escritor, mi músico favorito», se plantea ya bien avanzada la obra (capitulillo 30, 'El poeta más novedoso'), «no pienso yo en los de mi época y mi país, sino en los que mejor me tocan el corazón», aduciendo luego una reflexión de Pablo Neruda, en su momento entendida por algunos a la manera de una provocación, que es esta: «Es probable que, en el año 2000, el poeta más novedoso, más a la moda en todas partes, sea un poeta griego que ahora nadie lee y que se llamó Homero».
Muy vencido ya ese año invocado por el gran poeta chileno, a la vista está que Iliada y Odisea continúan sin aparecer en las listas de los libros más vendidos, no obstante lo cual mantienen su novedad eterna. Tal vez a la espera de un porvenir que, como cantó Ángel González, nunca acaba de venir («Te llaman porvenir/ porque no vienes nunca»).
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Son las cosas de la vida, contadas por Amorós con su lograda escritura de vida literaria y palabras con cuerpo. O, dicho en versos de Francisco de Medrano, poeta barroco, el suma y sigue de ese «no sé cuándo, ni cómo, ni qué cosa/ sentí que me llenaba de dulzura;/ sé que llegó a mis brazos la hermosura». Las verdades de todos los días.
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