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Los suyos son dos de los nombres por antonomasia sin los cuales no sería capaz de conformarse el celebérrimo canon occidental de la literatura del siglo XX. Las aportaciones, por separado, de dos plumas europeas como la de Hermann Hesse y la de Thomas ... Mann significan tanto una postura del arte frente a las circunstancias históricas que conformaron la pasada centuria (con especial hincapié en los estragos, físicos y emocionales que supusieron las dos grandes guerras mundiales) como un hito en la cima de la palabra escrita y la estética de la narrativa, que justifica, con creces, la tan querida inmortalidad que solo se cosecha tras la muerte: aquella que garantiza que los méritos de la escritura justifican un legado y, por ende, una resistencia al olvido del nombre propio.
Conscientes de esta querencia, como advirtiera la más astuta de las astutas, Hannah Arendt, típicamente masculina, no resultaba inhabitual que los propios autores preocupados por cincelar ese legendario espectro que habría de trascenderles como meros hombres en el planeta, cuidaran hasta el extremo cada palabra que dejaran escrita más allá de las consabidas novelas, poesías o relatos sobre los que aparentemente, de cara al gran público y a los posteriores eruditos, se construirían sus respectivas leyendas. Este mimo se extendía, naturalmente, a artículos periodísticos, a reseñas en revistas culturales o de moda y, muy especialmente, en sus cartas. De ahí que resulte doblemente pertinente, e incluso motivo de especiales elogios, una reedición como la que ha llevado a cabo Stirner de la célebre 'Correspondencia' mantenida por los autores de 'La montaña mágica' o 'Demian' a lo largo de la friolera de cuarenta y cinco años, entre 1910 y 1955. En este trabajo, iniciado por Suhrkamp Verlag y Fráncfort del Meno en 1968, que ha ido conociendo posteriores reediciones conforme aparecían nuevos documentos y misivas que enriquecían el diálogo original, trascienden como pocas numerosas de las virtudes y puntos en común que ostentaron dos de los escritores más representativos de los últimos tiempos y, con todo, bien distintos entre sí: la sincera admiración mutua y la amistad que ambos explicitan sobre el otro son algunas de las más evidentes, pero sin duda llama la atención, tanto por la selección hecha por Anni Carlsson y Volker Michels, como de la selección de palabras y estilos miméticos a la que se han sometido los traductores Juan José del Solar Bardelli y Laura Sánchez Ríos, la especialísima atención que ambos ponían en que su estilo en un vehículo aparentemente informal, incluso ordinario, dialogara a su vez no solo con el receptor de las cartas, sino también con la obra propia. Dicho con otras palabras, ambos escritores sabían que les leería la posteridad, y como tal se cuidaban de tener copias de las cartas enviadas (para facilitar el trabajo a sucesivos estudiosos encargados de reconstruir su legado escrito) y de que convivieran entre las palabras y las líneas de cada misiva el Hesse/Mann persona y el Hesse/Mann escritor. Dos argucias (o una, si se prefiere) que pese a su carácter abiertamente explícito no desmerece, ni mucho menos, la lectura de estos intercambios epistolares justamente asumidos como históricos.
Apenas dos años separan el nacimiento de los dos autores. Mann, que pese a novelones inmensos como 'Doktor Faustus', 'Los Buddenbrook' o 'La montaña mágica' (además de la descomunal tetralogía que compone su ambiciosa 'José y sus hermanos') también supo brillar con muy breves 'nouvelles' como 'Muerte en Venecia', nació en 1875; Hesse, responsable de obras maestras como 'El lobo estepario', 'Demian', 'Siddharta' o 'El juego de los abalorios', en 1877. Y, sin embargo, pese a que, como advierte Josep María Carandell en el prólogo de esta correspondencia, se enmarquen los dos en un quinquenio donde también brillaran otros grandes como Alfred Doblin ('Berlin Alexanderplatz') o Rilke ('Cartas a un joven poeta'), a medio camino entre el consolidado naturalismo previo, a punto de refutarse; y el expresionismo que estaría por venir, ambos tardarían una cantidad de tiempo notablemente variada en lograr apelar a la generación vigente: mientras Mann fue una suerte de «éxito al llegar», con el aplauso unánime que supuso la publicación de 'Los Buddenbrook' a sus veintiséis años (cuando casi treinta años después el codiciado premio Nobel apelara a esta novela como el mérito más destacable de su prolífico autor, queda documentado su lamento desconcertado por no haber merecido el laureado premio mucho antes), Hesse habría de cumplir los 42 hasta que el éxito le sonriera con su especialísima 'Demian'. Lo justifica así el estudioso Ralph Freedman en 'La novela lírica': la generación de la posguerra había encontrado su voz en la narrativa cercana al expresionismo que ostentaba Hesse, del mismo modo que la anterior, tan deudora de los éxitos del naturalismo como la propia prosa de Thomas Mann, había hallado a su mayor representante discursivo en el responsable de las desventuras de Hans Castorp en 'La montaña mágica'. Eran dos corrientes destinadas a sucederse y ser sucedidas, que ya habían dado (o estaban por dar) importantísimas plumas que pronto también pasarían a la posteridad: en el naturalismo europeo; Zola, Chéjov o Ibsen (en nuestro país; Blasco Ibáñez,Azorín o Pardo Bazán), y en el expresionismo, (el ya citado Doblin o Strindberg, entre muchos otros).
Más allá de la irrepetible 'Las amistades peligrosas' o de otros alardes en la ficción similares como nuestras 'Cartas marruecas', los textos de no ficción que recogen intercambios epistolares entre autores coetáneos también merecen una consideración casi de género literario, pues reflejan la visión del mundo de su autor (con frecuencia, autores) a través de un lenguaje cuidado y con una atención especial en lo estético. Distinguirlo de una novela, un relato o un poema es solo cuestión de estructura o cometido dramático, dos características en modo alguno definitorias para juzgar la calidad de otros textos literarios.
Así, cabe destacar las 'Cartas a Anaïs Nin' de Henry Miller, probablemente el ejercicio más honesto de transparencia entre el discurso de un autor en sus novelas y en sus epístolas.
El magnum opus de este particular género literario ha de ser la extensa y catártica 'Carta al padre' que escribiera Franz Kafka, un formato al que el afamado autor de 'La metamorfosis' regresaría (es un decir) con 'Cartas a Milena'. El propio Hesse también guardaría su correspondencia con otro reputado autor de la época, Stefan Zweig, una serie de misivas recogidas en la 'Correspondencia' que en España editase Acantilado en el año 2009.
En distintos puntos del globo y, también, con diferente importancia estética e histórica, destacan otras obras marcadas por las correspondencias de afamados nombres de la literatura occidental reciente. Es el caso de la correspondencia de Fernando Pessoa, recopilada por Mário de Sá-Carneiro, o las cartas entre dos titanes de la filosofía contemporánea como Hannah Arendt y Martin Heidegger. En Francia, las misivas que enviara Flaubert tanto a George Sand como a Ivan Turgueniev dan buena cuenta del talento de los autores de 'Madame Bovary', 'La charca del diablo' y 'Padres e hijos'. En la narrativa de viajes cabe destacar las 'Cartas selectas' de Dumas o la correspondencia de Lampedusa; y en España, las que intercambiara Carmen MartínGaite con Juan Benet o las 'Cartas desde mi celda' de Gustavo Adolfo Bécquer, entre otras.
Entre la mutua admiración y la diferencia de famas (a favor de Mann) se cimenta esta relación reflejada en las cartas, que también quiere arrojar luz sobre la aparente disparidad de caracteres entre un carácter más abierto y otro mucho más cerrado (este último, Hesse). Una sutil diferencia de clases, en la que el autor de 'El lobo estepario' va cediendo poco a poco a los recelos que le suscitan un burgués con facilidad de palabra y relación con los estratos medios y altos de la sociedad de la época, es el último de los ingredientes que sazonan una relación franca y en la que no escasean reflexiones sobre la cultura del momento, la guerra o la situación del mundo. Dos maneras de construir respectivos legados, y de ubicarse en los lugares de la historia a los que las circunstancias les han destinado, que no solo se entienden por separado... también en sus particulares momentos de interrelación.
Más allá del interés que despierten en eruditos de la Literatura o en completistas de las obras más representativas de la última centuria, la pertinencia de ambos autores y su marcado compromiso político también son dignas de la atención de aquellos interesados en las dilemáticas políticas (nacionales o europeas, tanto da) que jalonan el siglo XXI. Así destaca el compromiso feroz y abiertamente crítico de Hesse, especialmente para con los suyos, un remedo de los actuales ideólogos progresistas que son tan o más feroces con quienes sienten que les traicionan entre sus filas como con aquellos que, indiscutiblemente, se sitúan, dentro del marco discursivo, en la trinchera de enfrente.
De manera un tanto análoga destaca el rechazo a las equidistancias que Mann ostentó en vida, en especial con respecto al comunismo y al nazismo. Se ha rescatado, en especial entre sectores de izquierda, una frase a él atribuidas, recogida por Domenico Losurdo en 'Stalin: Historia y crítica de una leyenda negra' (2008), en la que el autor se muestra en contra de comparar ambas idelogías: «Quien insiste en esta equiparación puede considerarse un demócrata, pero en verdad y en el fondo de su corazón es en realidad un fascista».
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