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fermín herrero
Valladolid
Viernes, 24 de abril 2020, 07:27
Moses Joseph Roth fue un narrador a la antigua usanza, sumamente fiable, una garantía como prosista por esa habilidad tan suya para esconder el armazón narrativo en beneficio de una fluidez natural poco común. Su corpus novelístico retrata, como un mosaico, la liquidación de ... la sociedad de los Habsburgo y el éxodo de los judíos del Este hacia Occidente en cuyo rastro, a mi juicio, se forja la literatura posterior de nuestro ámbito.
Novelista de culto, bebe de ese venero del judaísmo oriental. Creo que de ahí viene su estilo a la vez lírico y eficaz, inconfundible, que encanta y engancha, de una sutil transparencia. Trasterrado en París, donde murió muy joven víctima del alcoholismo, su familia –liquidada por completo, más tarde, en los lager nazis, salvo su mujer, asesinada en cumplimiento de las leyes eugenésicas del Tercer Reich– con antepasados jasídicos, procedía de Budzanów. Políglota, fue educado en yiddish, que usó luego en algunas prosas combinándolo con el alemán, su lengua de escritura.
La imagen de este escritor, que se hundió a sí mismo, la asocio con una manera de entender nuestra civilización que, como decía antes, por desgracia, desapareció, y no puedo separarla del voluminoso tomo memorialístico de Soma Morgenstern, otro judío de Galitzia, otro magnífico narrador, 'Huida y fin de Joseph Roth: recuerdos' (Pre-textos) ni del no menos apasionante 'El santo bebedor' (Acantilado, anteriormente Trea) de Géza von Cziffra, donde se retrata con cariño a un «ser tan perdido» que, después de trazar su retrato, el amigo húngaro se ve obligado a incluir un breve posfacio reparador de su vapuleada imagen, no en vano el libro se abre y se cierra con una frase de Heinrich von Kleist que Roth hubiese querido seguramente esculpir en su lápida: «la verdad es que a mí no se me podía ayudar en la Tierra».
Morgenstern dedica un capítulo de su memorable remembranza de Roth –«¿es que no hay que contarlo entre los sabios que perecieron antes de tiempo? Vivió mientras pudo escribir»– a la cercanía con Stefan Zweig, a partir de un encuentro de los tres, al que se suma el poeta Abraham Sonne, en el Prater, en la Viena de entreguerras que tanto amaron, justo antes de la anexión de Austria por parte de la Alemania nazi. La escena es buena prueba de la jovialidad, teñida de un buen humor con 'mica salis', que reinaba entre los dos. El autor subraya la auténtica admiración que le tenía Zweig y, pese a ello, y al hecho de que le sufragase generosamente sus gastos, Roth no se andaba con miramientos en el trato con «el multisapiente», como justamente lo califica Morgenstern, lo sacaba de quicio su filantropía, que juzgaba excesiva, y se mofaba de su pacifismo a ultranza. Hablan, entre otras cosas, sobre algunos contemporáneos a los que ya tenían, y no erraron en su juicio en caliente, por grandes pensadores: Simmel, Husserl, Freud y Bergson.
Acantilado publicó en el volumen 'Ser amigo mío es funesto' la correspondencia entre ambos, decisiva, al margen de su relación personal y literaria, para entender el destino de su Europa, también de la actual, cuyos valores, no sólo estéticos, ambos barruntaban que iban a derrumbarse. En su primera respuesta al santo bebedor ya advierte el autor de 'El mundo de ayer', libro no menos emblemático en torno a este asunto, sobre «la monotonización, la mezcolanza, la acomodación y la uniformidad» de nuestro continente. Basta hoy cotillear por Internet o enchufar la tele para comprobarlo.
Roth, que no llegó a cumplir los cuarenta y cinco años a causa de una neumonía, sin duda uno de los primeros malditos, el hombre de conducta rebelde y desordenada, muestra siempre un respeto absoluto, aunque a menudo se muestre pedigüeño, hasta impertinente, poniendo a prueba la paciencia infinita de su interlocutor, por el distinguido Zweig, escritor del establishment. De hecho es quien establece el contacto epistolar y el que envía la mayor parte de las misivas –muchas de Zweig se perdieron–, que ya conocíamos por su epistolario completo traducido por Gil Bera, como corresponde a un discípulo, sin duda aventajado. Parecido a ahora, que se ha perdido cualquier forma de admiración, de deferencia incluso.
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