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Charlie Parker en el Three Deuces de Nueva York, en 1947. W. p. Gottlieb

Más allá del jazz

Charlie Parker trascendió la influencia musical para extenderla por la literatura, el cómic y el cine

Eduardo Roldán

Valladolid

Viernes, 27 de noviembre 2020, 07:53

Cootie Williams, trompetista de la orquesta de Ellington, dijo que Armstrong revolucionó el mundo de los metales, pero cuando Parker apareció, no solo los «pitos», metales y maderas, también los pianistas, y los bateristas, y los contrabajistas tuvieron que modificar de arriba abajo ... su manera de tocar. O si no modificar, al menos plantearse el modificarla. Nadie podía quedar indiferente ante los vuelos del saxo llegado de Kansas.

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Pero Parker no solo influyó en el campo musical, sino en la mayoría de campos culturales. Afirmación que acaso suene excesiva teniendo en cuenta el relativo eco que efeméride tan redonda como el centenario de su nacimiento ha recibido, pero es que el 2020 se ha visto anegado por los homenajes, retrospectivas, conferencias… del 250 aniversario de otro nacimiento, el del proteico y desbordante genio de Bonn, y frente a tal conjunción del calendario ni siquiera Charlie Parker es capaz de permanecer inmune.

Dentro de la literatura, el grueso de las obras se da por supuesto en los ensayos estrictamente musicales y en las biografías, que como es inevitable incluyen, de manera más o menos tangencial, referencias a la revolución bop. Baste la mención, síntesis accesible y honda de análisis musical y vida, de 'El triunfo de Charlie Parker', por ese Scorsese de la crítica de jazz que es Gary Giddins.

Ya en la narrativa de ficción, es sin duda el Johnny Carter de Julio Cortázar en 'El perseguidor' el cénit del legado parkeriano. Cortázar no necesita aferrarse a la minucia biográfica para armar el retrato más logrado de Parker, un personaje de cuerpo entero, excesivo, contradictorio, infantil, no menos memorable que los creados por Chandler o Hammett. Pero es en poesía donde la influencia del saxofonista más se ha dejado notar. Son innúmeros los poemas que lo toman como referente explícito, si bien tiene más interés su influencia en la concepción y ejecución de la obra, con Jack Kerouac, vértigo de la Generación Beat, como referente ineludible. Kerouac aplicó la improvisación a la literatura mediante la escritura automática, pero esta se da mejor en prosa; el mero hecho mecánico de utilizar una máquina de escribir y de escribir de seguido condiciona el grado de automatismo, siempre que, como en un buen solo de saxo, exista una coherencia, un desarrollo. En poesía, Kerouac, más que incidir en el automatismo, adopta/adapta de la música la estructura del poema, así en 'Mexico City Blues'. De modo paralelo a la improvisación que realiza el músico de jazz sobre una serie de acordes (por lo general durante ocho compases dispuestos en orden variable —AABA, ABAC, etc.—, formando cada conjunto un 'chorus' o 'vuelta'), JK establece una sucesión de 'chorus', cada cual compuesto por estrofas de distinto número; y como en el discurso musical del improvisador, Kerouac, «poeta jazzista» según él mismo se define, va repitiendo, con variaciones, los temas que le interesan hasta concluir su 'solo'. Por esto, aunque cada pequeño poema o 'chorus' es autónomo, conviene, para exprimir todo el concepto, todo el arte, leer los 242 de una sentada. A Parker (que Kerouac escribe 'Charley' en lugar de 'Charlie') le dedica el 'chorus' 239 y el 240, y –¿sincronía jungiana?– lo compara en un par de versos justamente con Beethoven.

El campo audiovisual reproduce el patrón literario: abundan más los documentales que las obras de ficción. En realidad, aparte del empleo de su música para bandas sonoras y referencias puntuales –como la del airado adolescente de la muy cuestionable 'Whiplash'–, en poco más que en el 'Bird' de Clint Eastwood hay donde mirar. Eastwood, a quien el patrioterismo/sentimentalismo a veces lastra su impecable puesta en escena, tuvo el buen juicio de 'limitarse' a narrar la vida de Parker sin inyectarle dosis de melodrama: esa vida, esa vela que se quemó por los dos lados a tal velocidad, ya fue una tragedia de por sí, y subrayar los episodios más escabrosos o patéticos solo le habría restado fuerza (y falseado).

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La presencia de Parker alcanza también la pintura –en el movimiento expresionista urbano de muchos pintores negros es un motivo recurrente–, el cómic, la escultura… Y por supuesto, si un arte puede considerarse –y se puede–, en el grafiti. El rostro de Parker, aureolado cual santo del saxofón, es uno de sus retratos más repetidos en paredes y muros, y al fin y al cabo fue con el grito mudo de un grafiti –BIRD LIVES!– que Charlie Parker entró en la leyenda.

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