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Fermín Herrero
Sábado, 18 de enero 2025, 12:22
Hoy recomendamos a tres poetas de calidad contrastada, de larga y brillante trayectoria, que alternan el verso con la prosa y han escrito también ensayos o narraciones de muchísima altura. Es el caso de Ramón Andrés, Premio de la Crítica por su libro de poemas ' ... Los árboles que nos quedan' y Nacional de Ensayo por su monumental tratado 'Filosofía y consuelo de la música', un sabio integral, de los pocos que, apartados del mundo, en un estudio luminoso de un pueblo navarro, con vistas al «monte mínimo de Bagordi», con Legate y Amezti flanqueándolo, sobreviven. Estamos, por el conjunto de su obra, ante un autor de la estirpe de los últimos humanistas, desde su concepción del escritor no como quien inventa, sino quien recibe y en la revelación («el nombrar es inaugural») calma su espíritu y nos lo transmite, entre el entusiasmo y la melancolía. A este formidable escritor le interesa todo («nada puede quedar sin ser pensado, nada carece de infinitud»), de todo nos revela sus esencias, orientándolo aquí hacia la música como «testimonio del primer eco del universo».
Ramón Andrés. Acantilado. 400 páginas. 26 euros.
Como en sus ensayos anteriores, en 'Despacio el mundo' (Acantilado), ahora con el leitmotiv angular de la afinación de instrumentos (laúdes, tiorbas, violas, guitarras, pandurinas, violas, cítaras, contrabajos o violoncelos) a través de lo pictórico, cada página es un prodigio de erudición docta y sapiente, portentosa, cualquier apuntamiento vale un potosí, se puede leer con detenimiento y delectación una y otra vez, paladeándolo, en consonancia con su elogio de la lentitud, sacando provecho de su fondo sustancioso y su forma serena, virtuosa sería más apropiado viniendo del ámbito musical. Al hilo del motivo, Andrés templa a la perfección su escritura, armoniza historia de la música, pintura y literatura en un recorrido ecfrástico, exegético, que parte de cuadros de mediados del siglo XV y abarca Renacimiento, Barroco e Ilustración. Como apéndice complementario, de un centenar de páginas, titulado 'Museo del oído', se ofrecen ilustraciones a color de cuadros con instrumentistas afinando, también de manera diacrónica, en este caso desde la época medieval hasta mitad del siglo XX.
Asunción Escribano. Eolas. 142 páginas. 14 euros.
La salmantina Asunción Escribano, como ya hiciera en 'La estación más ardiente', nos deleita con una prosa tersa, en permanente estado de gracia, con un lirismo vivísimo, de orden espiritual, trufado de metáforas, en 'La belleza de lo bienaventurado' (Eolas), nueva entrega de la colección, de la que todo lo que se diga es poco, que dirige para la fecunda editorial leonesa Gustavo Martín Garzo. La escritura, precisa y conmovedora, se despliega en dieciséis breves capítulos, como «sendas iluminadoras», cuyo título lo conforman la palabra «dichosos» seguida de una cita, literal o adaptada, la primera es de José Antonio Gabriel y Galán («los que tienen caballos») y la última de Luis Alberto de Cuenca («los que escriben poesía desde el júbilo»). Entre medias, de Federico García Lorca a Claudio Rodríguez, de Antonio Machado a Rainer Maria Rilke. O contemporáneos como Juan Antonio González Iglesias, Antonio Colinas o Basilio Sánchez, tres de sus poetas dilectos, Juan Carlos Mestre, Gerardo Venteo o el joven Carlos Catena.
Escribano afirma, y el colofón lo confirma, recortado, que el libro bien podría haberse titulado 'Espacios del cosmos donde se deposita la luz' y, en verdad, como su obra en general, nos encontramos ante unas palabras radiantes, que emocionan de continuo. Se integran en el texto, con frecuencia, lecturas puntuales o esbozos biográficos, muy provechosos, una lección tras otra de erudición bien traída y administrada, de fuentes y autores dispares (en una misma bienaventuranza caben San Juan de la Cruz, Borges, una leyenda cheroqui, la noche boca arriba de Cortázar y la mariposa del sueño de Chuang Tzu, o viceversa), seres «tocados por la herida y la bondad, por la verdad y la belleza». Citemos, entre los bendecidos, a Robert Walser, 'il miglior' paseante, retirado en el sanatorio de Herisau o a otros solitarios, en las afueras del mundo, como Thoreau, su mentor Emerson, Fray Luis de León, Christian Bobin, Virginia Woolf, Jean Giono o Eugénio de Andrade.
Uno de esas criaturas transparentes enaltecidas por la forma literaria de la 'eulogía' en el libro de Escribano es Francisco, el 'poverello d'Assisi', junto a la pequeña Clara en la Umbría, 'il cuore verde d'Italia'. Hasta esta región del centro de Italia, tras sus huellas, llegó una incipiente primavera Vicente Valero, en auto, desde la Toscana, por el valle de Espoleto, para recalar en Asís. A medio camino entre el ensayo de índole literaria y el libro de viajes, 'El tiempo de los lirios' es una delicia. El escritor ibicenco había hecho lo propio con la Provenza en 'Breviario provenzal' y, más centrados en la literatura y el arte en 'El arte de la fuga' y 'Duelo de alfiles'. Aparte, en prosa, es autor de una semblanza del paso de Walter Benjamin por su isla natal y de varias novelas de formación. Todas, como el resto de obras citadas, publicadas por Periférica, todas con un estilo moroso, sobrio y delicado, «nítido y elegante», como se dice en la contraportada de este último, donde también se le califica como «ameno». En verdad sus libros, magníficos, sin desperdicio, se leen con placer y utilidad, responden al clásico «deleitar aprovechando».
Vicente Valero. Periférica. 224 páginas. 19 euros
En 'El tiempo de los lirios', sintagma que procede del teólogo luterano Jakob Böhme, denominación que se dio en el siglo XIII a los que muchos pensaron, a raíz de las enseñanzas de Francisco de Asís, nueva era de «paz y justicia con una iglesia renovada y un mundo organizado en pequeñas comunidades contemplativas», que quia, como sabemos, Valero nos transmite, desde la primera página, ese austero espíritu franciscano de la Umbría, el «tinte místico» y medieval, de «piedra dura» conservado en Perusa, Bobbio, Bevagna, Cannara, Trevi o Montefalco; diríase que incluso ha permeado su escritura, tersa, de una sencillez, no exenta de honduras, hermosísima. Con cierta retranca moteja lo apuntado en casi una quincena de días, fechados a modo de diario, como «vacaciones espirituales», transidas de una calma y melancolía cercanas a la felicidad.
Para balizar su itinerario, que pivota en torno al franciscanismo, sus ramas y el pintor conocido como Lo Spagna (Andrés dedica un curiosísimo capítulo, 'Eros y las pulgas' a otro pintor, posterior, llamado 'lo Spagnolo'), acude a biógrafos del santo de Asís, entre ellos curiosamente, Hermann Hesse, Julien Green, Chateaubriand, Nikos Kazantzakis, Jacques Le Goff, Bobin, al que sólo se cita, u Olivier Messiaen, y a otros que se han acercado de diversas maneras a su figura o bien escribieron, de paso, sobre la Umbría: Simone Weil, la Pardo Bazán, Lord Byron, Benjamin, Liszt, Josep Pla, Rilke o Saramago. En su periplo a la par turístico y humanista, que termina en Roma, nos da noticia también de las huellas pictóricas de Rafael, el Perugino, Gozzoli, Giotto, así como de referencias musicales, arquitectónicas o cinematográficas.
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