Es difícil conseguir un reconocimiento tan universal, un respeto tan generalizado y una consideración profesional tan unánime como los que consiguió Concha Velasco, esa muchachita de Valladolid que una vez dijo a su madre que quería ser artista, que se fue a Madrid para lograrlo y que, ya de paso, puso todo un país a sus pies.
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Pero es mucho más difícil aún conseguir todo eso también en el plano personal. Cuando alguien es capaz de sobresalir en todo lo que hace, ya sea cine, teatro, música o televisión y además ganarse por el camino el cariño y el afecto de todos, estamos, sin duda, ante alguien extraordinario. Sus paisanos la despedimos con el mismo afecto y el mismo respeto con el que la acompañamos en vida, aunque fuera desde la distancia. Porque Concha pasó casi toda su vida en Madrid, pero nunca olvidó sus raíces. Y las reivindicó siempre que tuvo ocasión.
Suyas son, por lo tanto, las dos ciudades. Y el corazón de todo el país. Hoy que se reencuentra con su madre, espero que le diga que sí, que lo logró. Vaya si lo logró. Tuvo usted una hija artista, doña Concepción. Y más importante aún: tuvo una buena persona. Misión cumplida.
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