Secciones
Servicios
Destacamos
«Hay crímenes que marcan a un pueblo, y el de la niña Melchora marcó a Valladolid», aseguró ayer el periodista vallisoletano Jesús Duva durante la presentación de su última novela, que recrea este célebre suceso, ocurrido en la vecina Cigales en 1905.
Duva habló ... de su libro en el Aula de Cultura de El Norte, en conversación con el director de la Fundación Vocento, Carlos Aganzo. Entre ambos recrearon y comentaron los principales aspectos de la historia, apoyándose en el soporte documental de las páginas en las que El Norte de la época contó el suceso.
El relato pormenorizado del crimen permite viajar en el tiempo, hasta la España y la Valladolid de comienzos del siglo XX. Un viaje a una sociedad con altísimos índices de analfabetismo y una gran tendencia al prejuicio e incluso la superstición. También nos traslada 'El crimen de la niña Melchora' (Páramo) a un sistema legal y judicial en los que se podía condenar sin pruebas sólidas, y en la que los jueces eran influenciados por la presión popular.
«A través de los crímenes se puede reconstruir la historia de un país», explicó ayer Duva, un auténtico experto en el difícil género del periodismo de sucesos. «El crimen te permite conocer el clima cultural de la época, pero también cómo funcionaban el gobierno, las fuerzas del orden o el sistema de justicia». Prueba de su relevancia es que fue Benito Pérez Galdós el encargado de contar en la prensa el juicio de uno de los sucesos emblemáticos de la historia de España, el crimen de la calle Fuencarral.
Los crímenes históricos también permiten tomar conciencia del distinto valor de las distancias. Duva recordó el de Cuenca, un suceso popularizado por Pilar Miró, para explicar que a comienzos del siglo XX una persona podía ser dada por muerta pese a estar en el pueblo vecino, a sólo 15 kilómetros de distancia, por la escasez de intercambios y desplazamientos.
¿Por qué el suceso de la niña Melchora marcó a los municipios de Cigales y Valladolid? El periodista vallisoletano defendió ayer la tesis de que se produjo un movimiento pendular en la opinión pública. Los vecinos de Cigales dieron por hecho desde el principio que la niña de 5 años desaparecida había sido asesinada por su madrastra, La Tuerta, y presionaron al juez, a los periódicos y a la Guardia Civil para que probaran su culpa.
Pese a no existir ninguna prueba sólida que la incriminase -ni siquiera se sabe si los restos humanos que luego pertenecían verdaderamente a Melchora- la Guardia Civil torturó a los padres hasta lograr la 'confesión'. Y así el padre reconoció que su mujer había matado a su hija y que él había colaborado también. Una confesión que vista con ojos procesales de hoy carece de validez.
Lo curioso del caso es que, tras condenarse a pena de muerte a la pareja, y en el momento de concretarse la materialización del castigo, «se produce una gran conmoción en el pueblo de Cigales donde empieza a instalarse un sentimiento de vergüenza por el papel que han jugado en tan drástica condena». Y con todavía más claridad se percibe el giro en Valladolid donde personalidades de la época como Santiago Alba inician una movilización social para intentar impedir la ejecución, un afán más que loable pero que llega demasiado tarde. «Santiago Alba, que era jurista, debió de ver claramente que era una condena sin base, sin más pruebas que su confesión forzada», explicó Aganzo.
Los padres de Melchora fueron ejecutados mediante el tosco método del garrote vil (un collar de hierro con un tornillo que, girado desde atrás, causaba la rotura del cuello de la víctima), que se utilizó por última vez en España en 1974, al final de la dictadura franquista, para la ejecución del anarquista Salvador Puig Antich. El autor de la ejecución fue el veterano verdugo Gregorio Mayoral, que también ejecutó al asesino del presidente español Cánovas del Castillo.
Una de las novedades más destacadas del suceso, que ayer subrayó el periodista Jesús Duva, es que propició la publicación de las que seguramente sean las primeras fotografías informativas que aparecen en El Norte de Castilla (o de las primeras), las de los dos acusados, que luego serían condenados. Esto era una gran novedad, muy infrecuente en un periódico que no llevaba más ilustraciones que los gráficos de los anuncios, como era habitual en la prensa de la época.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.