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Nuevas investigaciones llevadas a cabo por la detective privada Becky Aldrige en el archivo de la Universidad de California en Los Ángeles y reveladas la pasada semana, apuntan a que Marilyn Monroe pudo ser asesinada por su médico, el doctor Ralph Greenson, quien fue ... el primero en encontrarse el cadáver de la intérprete más deseada de la historia del cine. La tesis de Aldrige, que ha abierto la 'Caja 29', programada para ser hecha pública dentro de dos décadas, es que el facultativo, obsesionado con ella, le administró una sobredosis de barbitúricos -hidrato de cloral y pentobarbital- que acabó con su vida en 1962. Incluso ha pedido al fiscal general de los Estados Unidos, William Barr, que localice a los dos últimos testigos vivos «que estuvieron presentes cuando Monroe exhaló su último aliento».
Se trata de los octogenarios Marvin D. Iannone, que fue sargento de la Policía de Los Ángeles, y Patricia Newcomb, amiga de la actriz. Ambos se encuentran en paradero desconocido y la defunción de Marilyn sigue siendo un enigma tan inextricable como la compleja personalidad de la protagonista de 'Los caballeros las prefieren rubias'. Y es que Norma Jean nació bajo el signo de Géminis, se reinventó a sí misma bajo el nombre de la doble 'M' -inspirada, según su propio testimonio, por las líneas de las palmas de sus manos- y no solo nutrió su mente de una literatura de altísimo nivel, sino que a día de hoy conservamos copias de unos poemas escritos de su puño y letra de gran calidad.
«Recuerdas que te dije que si alguien te preguntaba cómo era verdaderamente Marilyn Monroe…, bueno, ¿qué le contestarías? (Su tono era inoportuno, burlón, pero también grave: quería una respuesta sincera). Apuesto a que dirías que soy una estúpida. Una sentimental», le preguntó a su amigo Truman Capote la actriz llamada Norma Jeane Baker, a lo que el escritor y periodista le contestó: «Diría que eres una adorable criatura». Esta larga entrevista, que Capote publicó en 1979, recogida en el volumen 'Retratos' y en la que rememoraba un encuentro que ambos mantuvieron en 1955, durante el funeral de la actriz británica Constance Collier en Nueva York, proporciona uno de los testimonios directos más fidedignos de la mujer más deseada del siglo XX.
Franciso Umbral escribió en 'Las jais' sobre «su encanto de orgasmo y celuloide, su risa de oro y publicidad, su historia de sexo y esfuerzo», y Norman Mailer la definió como «una muchacha-niña y simultáneamente una actriz capaz de desencadenar un escándalo dejando caer un guante en una 'première'». Recuerda Maurice Zotolow que gran parte de la filmación de 'Con faldas y a lo loco', la Monroe se la pasó leyendo 'Los derechos del hombre' (1791), de Thomas Paine, y que cierto día, el segundo asistente del director, Hal Polaire, fue a buscarla al camerino. Golpeó la puerta y gritó: «Estamos listos para usted, Miss Monroe». Ella repuso con un simple: «Vete a hacer puñetas». Perfeccionista y eterna buscadora de lo absoluto, Marilyn desdobló su personalidad y mostró en público solo a la 'pin-up' para poder convivir con los depredadores de Hollywood y seguir firmando contratos.
Marilyn fue una adicta a la lectura: su biblioteca -más de cuatrocientos volúmenes- es fidedigno reflejo de su interés por la época en la que le tocó vivir y la mayor parte de sus libros poseen algo en común, su hondura filosófica y sus derivadas realistas y sociales. Además de la obra de Heinrich Heine, Shakespeare, Dostoievski, Walt Whitman, Khail Gibran o James Joyce -que podríamos citar como su canon particular-, Marilyn atesoraba en su domicilio ejemplares de 'Madame Bovary', de Flaubert; 'El agente secreto', de Joseph Conrad; 'El innombrable', de Samuel Beckett; 'París Blues', de Harold Flender; 'Nuestra Carrie', de Theodore Dreiser; 'Winesburg Ohio', de Sherwood Anderson; 'Adiós a las armas' y 'Fiesta', de Ernest Hemingway; 'Hubo una vez una guerra' y 'Tortilla Flat', de John Steinbeck; 'En la carretera', de Jack Kerouac; 'La caída', de Albert Camus, o 'El hombre invisible', de Ralph Ellison. Marilyn era también una devota de las artes plásticas: uno de sus libros favoritos fue el de F.D. Klingender, 'Goya in the Democratic Tradition' (1948), con el que aparece retratada en 1953, o sendos volúmenes dedicados a Leonardo da Vinci y a Botticelli.
Amaba a Degas y a Rodin: del primero decía amar sus bailarinas de ballet, y por la obra del escultor sentía una gran fijación, en concreto por 'La mano de Dios', que admiró con todo detalle en el Metropolitan Museum de Nueva York. Porque Marilyn también era diestra con el lápiz y bosquejaba con fluidez, tal y como muestran sus notas. Además, devoraba libros en torno al mundo de la interpretación, como 'To the Actor' (1955), de Michael Chekhov, o el best seller de moda, como 'The Big Brokers' (1951), de Irving Shulman… Leía en los descansos, entre toma y toma, como se recuerda durante la producción de 'Love Nest', en 1951, durante la cual no soltó 'Por el camino de Swann', de Marcel Proust, que se llevaba a todas partes. En una entrevista que el periodista galo Georges Belmont le hizo a Marilyn en 1960, esta le habló de los inicios de su carrera en los siguientes términos: «Nunca se me veía en los estrenos, ni en las conferencias de prensa, ni en las fiestas. Era muy sencillo. ¡Estaba en la escuela! No había podido completar mi formación, de modo que asistía a clases nocturnas en la Universidad de Los Ángeles».
No solo quiso asimilar conocimientos a través del aprendizaje y la lectura, sino que llegó a enamorarse a través de ella de uno de los escritores más respetados de aquel tiempo y contraer matrimonio con él: Arthur Miller, un hombre que jamás la comprendió ni supo dar respuesta a la extraordinaria sensibilidad de la actriz. De qué le sirvió a Miller ganar el cuerpo de Monroe si finalmente no ganó su corazón. Quizá por vanidad o fatuidad, Miller se dejó llevar por la admiración de la 'sex-symbol' hacia el intelectual, pero nunca fue capaz de ver, y mucho menos de descifrar, a la vulnerable Norma Jean, a la que apenas llegó a conocer en profundidad. De ella dijo: «Para sobrevivir, habría tenido que ser más cínica o por lo menos estar más cerca de la realidad.
En lugar de eso, era una poeta callejera intentando recitar sus versos a una multitud que, mientras tanto, le hace jirones la ropa». Marilyn Monroe fue una mujer transfigurada por la literatura, y vivió sucesivamente de las transfiguraciones fértiles de la imaginación hasta desbordarla. En 1952, antes de conocer a Miller, Marilyn Monroe ya se había atrevido con las complejidades del 'Ulises' de Joyce; o se había acercado a la pintura de Francisco de Goya: «Conozco muy bien a ese hombre, tenemos los mismos sueños, llevo desde pequeña teniendo los mismos sueños», escribe en su cuaderno de notas.
Llevaba consigo sus libros a todas partes: los rodajes, las promociones, los muchos viajes… De ahí que contemos con multitud de fotografías en las que Marilyn lleva un libro abierto entre las manos o lee de manera activa o ensimismada su ejemplar, verdaderamente absorta en las páginas, con la mirada zambullida en la literatura. Marilyn Monroe, sí, era la adorable criatura de la que hablaba Truman Capote, pero también una mujer intelectualmente hecha a sí misma. A su muerte, Lee Strasberg, el célebre director teatral y profesor del Actors Studio, heredó sus objetos cotidianos, su extensa biblioteca y sus documentos personales, y cuando él falleció en 1982, su viuda Anna la heredó a su vez y un buen día, ordenando aquel legado, encontró dos cajas de poemas y manuscritos de Marilyn Monroe.
Los ingresos de la venta de los ejemplares de Marilyn fueron íntegramente destinados por Anna a la institución de beneficencia Literary Partners, elección debida al amor que la actriz sentía por los libros y a que la vida de Lee Strasberg se había consagrado a la formación. Entre los sueños de Marilyn Monroe estuvo el de dar vida todos los papeles femeninos 'shakespearianos' que había leído en su ejemplar de las obras completas del Bardo de Avon. Sin duda hubiese sido una Julieta inolvidable con la tempestad interior del príncipe Hamlet, como reza una de las muchas composiciones metafísicas que dejó garabateadas: «Vida / Soy de tus dos direcciones / la que de algún modo permanece casi siempre colgada hacia abajo. / Pero fuerte como una telaraña al viento / existo más con la fría y brillante escarcha. / Mis rayos con cuentas poseen los colores que he visto en un cuadro. / Ah, vida, te han engañado».
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