Actor elegante y de raza, rostro veterano del cine, el teatro y la televisión, Emilio Gutiérrez Caba (Valladolid, 1942), ganador de dos Goya, entre otros muchos premios, miembro de la estirpe de los Caba Alba, publica ahora sus 'Memorias de cine' (Cátedra), que retratan sesenta ... años de recuerdos, vida social y acontecimientos políticos de una España que salió de las dictadura y despertó a la democracia plena.
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–Nació en Valladolid en plena tournée de sus padres y después la ha visitado. ¿Qué recuerdos primeros tiene de la ciudad?
–Para mí Valladolid supone el lugar donde nací, porque a mis padres, Emilio Gutiérrez e Irene Caba Alba, actores de la compañía del empresario y director don Arturo Serrano Arín, propietario del Teatro Infanta Isabel, les pilló de gira, trabajando aquí precisamente por las Ferias de San Mateo: vi la luz –me dijo mi madre– en el número 9 o en el 11 de la calle Platerías. Y cuando viajábamos hacia el norte de España en tren, siendo yo muy pequeño, mi madre siempre me decía al pasar por Valladolid que yo había nacido aquí, y eso me producía una sensación extraña, la de haber nacido en un lugar en el que casi nunca estaba.
–¿Cómo era aquel Valladolid de su adolescencia?
–La ciudad ha cambiado mucho desde entonces, ahora es una ciudad moderna, con una gran actividad social, llena de hoteles modernos y museos maravillosos. Recuerdo que, cuando venía aquí a trabajar, hacía mucho frío y también que había una parada de taxi en la calle Santiago a la que siempre íbamos al terminar las funciones. Era el Valladolid de los teatros Zorrilla, Lope de Vega, Carrión, Calderón, de cuando hacíamos dos funciones… En el almuerzo íbamos al Suazo, en el número 4 de la calle Manzana, en el lateral derecho del Ayuntamiento, y el dueño, que se llamaba Fernando, hacía unos huevos con puntilla exquisitos que tenían fama: si ibas a primera hora, a las 13:15, era un plato caro, pero a las 15:15, en el segundo turno, cobraba menos. Íbamos después por la tarde al Museo Nacional de Escultura, éramos actores que paseábamos por aquel Valladolid entrañable.
–¿Qué recuerda de Ornella Muti, con la que compartió reparto?
–Era muy encantadora: cuando terminaba de trabajar se marchaba con su madre, que era una escultora estonia y siempre la acompañaba a todas partes. Era muy tímida y muy joven: acababa de cumplir los 18 años. Hablábamos de las dudas que tenía de volverse a Italia o quedarse en España: coincidimos en Una chica y un señor (1974), de Masó, con Sergio Fantoni y Eduardo Fajardo, y, al poco tiempo, en Cebo para una adolescente (1974), donde éramos coprotagonistas. Hizo estas dos películas con Pedro Masó y Francisco Lara Polop, y después continuó un año más en España haciendo cine, un par de películas más.
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–¿Es difícil no enamorarse a esa edad de sus compañeras?
–Tengo idealizados aquellos recuerdos; el motivo del enamoramiento a veces es una tontería. Me enamoré, efectivamente, de Dyanik Zurakowska en 'La llamada' (1965), de Javier Setó: tenía unos ojos preciosos y una sonrisa muy bonita; era alegre, comunicativa, muy optimista, y tenía esa mirada… Ese tipo de enamoramientos fluctúan, porque forman parte también del personaje, y en algún caso fructifican porque, después del enamoramiento artístico, tras rodar las escenas, viene el humano y, por qué no, puede durar una semana, un año o incluso una vida.
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–Háblenos de la cantante y actriz cubano-española Elsa Baeza. ¿Cómo surgió la chispa?
–Elsa ha sido uno de mis dos grandes amores. Fue mi primera novia seria, la conocí en el rodaje de 'Nueve cartas a Berta'. Alquilé un piso y al principio yo estaba viviendo allí con mi hermana Irene, pero Elsa no podía venirse porque en 1965 un vecino te podía acusar de amancebamiento y te podían mandar a la cárcel. Después sí viví con ella un par de años o tres, sus padres también vinieron a vivir a Madrid. Era encantadora, Elsa tenía un carácter muy especial y caribeño, con su acento cubano y era muy cariñosa. Después atravesé los amores y desamores lógicos de la edad. Fue una separación traumática, porque todo amor tiene un momento de desencuentro.
–¿Cómo recuerda el rodaje de 'Nueve cartas a Berta', manifestación del Nuevo cine español?
–Salamanca era una ciudad muy pequeñita en aquel momento, muy tranquila y serena, que carecía entonces de la irrupción maravillosa que le han dado después el turismo y la universidad. Rodamos de manera estupenda con la colaboración del Ayuntamiento en aquel momento y de toda la ciudadanía, que fueron muy pacientes con nosotros y nos aportaron lo mejor de ellos.
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–¿Cómo era rodar a finales de los años sesenta y comienzos de los sesenta?
–Se recibían bien las películas protagonizadas por Marieta (Rocío Dúrcal) o Joan Manuel Serrat, pero otras se recibían con más frialdad. 'La caza', cuando ganó el Oso de Plata en el Festival de Berlín, el público y la crítica la recibieron de una manera un tanto por encima en alguna medida y, después, la película adquirió una dimensión histórica diferente a lo largo de los años. En aquel momento éramos mucho más jóvenes, pero había un cine distinto, como el nuevo cine español, el de Carlos Saura, Miguel Picazo o Manuel Summers, bastante olvidado.
–Se enamoró nada menos que de la italiana Pier Angeli, musa de James Dean…
–Coincidí con Anna Maria en 'Las endemoniadas' (1970), de Sergio Bergonzelli, que rodamos en Pescara. Ella tenía 33 años y yo 28, y nos declaramos en el cuarto de planchar del set de rodaje. Duró poco, tres o cuatro meses, porque el 31 de diciembre de 1969 sufrió un terrible ataque de la enfermedad mental que padecía y, tras una hospitalización al día siguiente, el 1 de enero, volvió a Italia. Tenía ataques de celos absurdos, con violencia y paranoia, y nadie me explicaba lo que pasaba. Intervinieron en su ingreso el director del hospital de Madrid y un funcionario del consulado italiano, porque en aquella época, si uno llevaba a un sanatorio motu proprio a una persona con una crisis de esquizofrenia, lo podían acusar de secuestro. Y, si uno no tenía ningún parentesco con la enferma, como era mi caso, no se podía hacer nada. Yo la hubiese dejado en tratamiento psiquiátrico, pero no pude: era su familia la que mandaba, tenía que tomar una medicación, su representante no me aclaró las cosas, había un silencio sepulcral en la época con estas enfermedades y tampoco tenía yo relación con su hermana, Marisa Pavan. Fue terrible.
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–¿Cómo han influido en su vida sentimental esos dos primeros amores?
–Esos dos primeros amores están en una etapa muy temprana de mi vida y te posicionan con respecto al tratamiento del amor y a la visión de las cosas, qué duda cabe. Las relaciones humanas son muy frágiles y hay que alimentarlas todos los días y, a veces, ni eso las salva. Hay gente que se queda incluso colgada de un recuerdo, pero yo pienso que el pasado es precisamente solo eso, un recuerdo, y que no se puede volver a vivir. Mi forma de ver a la mujer siempre ha sido parecida. Lo que marca verdaderamente mi vida sentimental es la pérdida de mi madre Irene a los catorce años y, desde entonces, siempre he buscado en la mujer compañía, cariño, comprensión y nos hemos ayudado de una manera desigual.
–¿Han sido más fáciles sus relaciones con mujeres ajenas al mundo del espectáculo?
–Yo empecé a tener relaciones estables precisamente cuando dejé de salir con actrices y lo hice con mujeres que no tenían nada que ver con el oficio artístico. Recuerdo de estas primeras relaciones pequeñas frases y diálogos, paseos por la playa que nunca fructificaron en nada, momentos muy cortos, la música de un disco en un guateque a última hora, etc. Pero son solo destellos. Como decía Paul Newman, en referencia a su mujer Joanne Woodward, pensaba que '¿para qué vas a comerte una hamburguesa fuera, si tienes en casa un solomillo?'. Es la casualidad: de pronto, alguien te busca y después te sientes atraído, porque la mujer es la que consigue verdaderamente que las cosas empiecen y funcionen. Mis parejas ya me conocían por mi profesión de verme en cine, teatro o televisión, pero no a través de una admiración profunda, sino de un reconocimiento hacia mi trabajo.
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–Háblenos de la España de ayer y la de hoy. ¿Tan distintas son? ¿Y los actores?
–La sociedad española es muy distinta a aquella. España ha dado un salto de gigante y, siendo sinceros, me gusta mucho más el presente que el pasado. No soy nada nostálgico para eso. Los tiempos han cambiado, estamos en una era distinta ya. Yo pertenecí a esa especie de última ola de aquella generación que trabajamos con los grandes y me siento muy afortunado por todo lo que he aprendido a su lado: Fernando Fernán Gómez, Fernando Rey, José María Rodero, José Bódalo…
–¿Cuáles son los directores con los que ha trabajado y que más admira? ¿Se ha quedado con ganas de trabajar con alguno?
–Basilio Martín Patino –a pesar de su tozudez–, Carlos Saura, Álex de la Iglesia, Miguel Alabaladejo, Enrique Gabriel, Antonio del Real –que hace un cine curiosamente extraño–, Pilar Miró, José María González Sinde, Jaime Chávarri. Y me hubiese gustado trabajar con Berlanga, Luis Buñuel y Juan Antonio Bardem.
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–'La caza', 'Adiós, cordera', 'Sábado en la playa', 'Los guardiamarinas', 'Viva la clase media',… ¡usted ha protagonizado el mejor cine español!
–Algunas de ellas, 'Nueve cartas a Berta', 'La caza', 'La colmena' o 'La comunidad' son películas muy conocidas fuera de España y he tenido mucha suerte. En la vida es fundamental la suerte, especialmente en esta profesión. Pero en mi vida profesional no solo ha habido aciertos, sino también desaciertos.
–Hay películas suyas que no fueron destacables en su tiempo a las que el paso del tiempo ha beneficiado. ¿Destacaría algunas?
–'Vidas pequeñas', de Enrique Gabriel, se recuperó en la Seminci hace tres años y me parece que es una película muy visible; 'El cielo abierto' es también una película muy bonita de Miguel Albaladejo o 'Réquiem por un campesino español', de Frances Betriú, que creo que va ganando con los años.
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–Con tanto tobogán sentimental y profesional, ¿tiene riesgo emocional ejercer su profesión?
–Otros oficios no tienen tanto riesgo intelectual ni anímico, tienen riesgo laboral dependiendo de cada profesión y de su responsabilidad, claro, pero este mío tiene detrás un trabajo que no se ve, porque la gente se queda con el oropel, pero no con los ensayos ni con el proceso en el que lo pasas mal durante horas para lograr un plano, que se ve gratificado finalmente cuando se monta en la película, o las diferencias con compañeros de reparto durante los rodajes. El público no toma el de actor como un trabajo, sino casi siempre como un divertimento.
–¿Qué le gustaría que se quedasen los lectores de sus memorias?
–Las he escrito y ahí las dejo para que la gente juzgue las calidades y la veracidad de lo que cuento. Son ellos los que juzgan.
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