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Varias circunstancias confluyen en torno al yacimiento paleolítico de Siega Verde, situado en el entorno de Ciudad Rodrigo, y lo traen de nuevo a la actualidad. La primera, que el año pasado se cumplieron diez de su proclamación como Patrimonio de la Humanidad por la ... Unesco, aunque la pandemia limitó mucho la posibilidad de celebrarlo. La segunda, que este año encuentra acomodo en la exposición 'Arte Prehistórico. De la roca al museo', del Museo Arqueológico Nacional, que lo sitúa entre los yacimientos más importantes de España.
En este contexto, la Consejería de Cultura trabaja para mejorar su conocimiento y difusión mediante una exposición itinerante que ya ha podido verse en el Museo de la Evolución Humana, en Burgos, y que tendrá a Segovia y Numancia como sus próximos destinos. El objetivo: relanzar las visitas, que en 2018 y 2019, los últimos años normales, sin restricciones por Covid, rondaban las 5.500 anuales. Con una cifra total de 66.000 desde 2005.
Aunque sea todavía muy desconocido en Castilla y León, la importancia de Siega Verde es incuestionable. Se trata del primer conjunto de arte rupestre al aire libre descubierto en Europa y su hallazgo «cambió la concepción que teníamos del hombre del Paleolítico», explica José Javier Fernández, arqueólogo de la Consejería de Cultura y coeditor de la Guía del Yacimiento.
Antes de Siega Verde habían sido encontradas algunas incisiones con dibujos en rocas aisladas, al aire libre, en Segovia, en el municipio de Domingo García, o en otros pueblos de Portugal, pero nada remotamente parecido a un conjunto de 90 paneles y 600 grafías diseminadas a lo largo de más de 1.300 metros.
El yacimiento, descubierto en 1988 por el director del Museo de Salamanca, Manuel Santonja, supuso un antes y un después en la comprensión del arte paleolítico. Desde Altamira se pensaba que sus manifestaciones artísticas se circunscribían al interior de las cuevas, lugares recónditos donde unos iniciados realizaban unos dibujos de los que se pensaba que podían tener una dimensión mágica. «Sin embargo, los grabados al aire libre de Siega Verde ya no son obra de iniciados, ni se encuentran tampoco en lugares poco accesibles, y, sin embargo, son un tipo de representaciones gráficas muy similares a las que se encuentran en las cuevas, con animales y elementos gráficos abstractos», explica Fernández.
«En la Prehistoria, las fronteras entre lo sagrado y lo profano casi nunca están nítidamente dibujadas», asegura Eduardo Galán, investigador del Museo Nacional de Arqueología y comisario de la exposición 'De la roca al museo'. «Son los contextos los que nos brindan pistas sobre su significado y su posible función».
Esto es especialmente claro en el caso de Siega Verde. La manera como los distintos paneles con inscripciones se sitúan en el espacio físico del entorno del río Águeda sugiere que podían tener alguna función de señalización. «En Siega Verde parece claro que se marca un paso, a través del río, desde Portugal al interior de la meseta, porque los grabados se sitúan justamente en uno de los pocos lugares por los que se puede acceder», añade José Javier Fernández. De hecho, esta muestra de arte rupestre señaliza un vado del río por el que podría cruzarse incluso en tiempos mucho más caudalosos que los actuales. Los paneles se sitúan cerca del Puente de la Unión que, como es obvio, no existía hace 20.000 años, cuando se realizaron las inscripciones, en los tiempos del Paleolítico Superior y la época Finiglacial.
Los grabados fueron realizados sobre esquistos o pizarras negras, a través de pequeños puntos, piqueteando la roca, hasta dar forma a las representaciones. Esta modalidad de trabajo hace que las imágenes resulten menos vulnerables que la pintura, lo cual es esencial en el caso de obras expuestas a la intemperie. También son menos susceptibles de sufrir daños a causa de actos incívicos. Apenas unos pocos episodios de pinturas con tiza, que pudieron borrarse, han afectado a este arte rupestre. Aunque las cámaras de seguridad, el vallado y los vigilantes también ayudan.
Seguimos sin saber cuál era la 'función' o el sentido de estas expresiones artísticas remotas, pero las inscripciones al aire libre parecen sugerir la idea de que no sólo eran imágenes de carácter sagrado. O, como mínimo, que esa visión ritual podía estar vinculada a la vida cotidiana. De hecho, existe una prolongación del yacimiento más allá de la frontera de Portugal, en el valle de Côa, descubierta tres años después, que muestra que nuestros antecesores del país vecino construyeron cabañas apoyadas en rocas que contenían este tipo de inscripciones. Gracias a los restos de esas presencias humanas podemos datar con precisión estas inscripciones como pertenecientes al Paleolítico Superior.
«La importancia de estos yacimientos, aparte de sus virtudes iconográficas, es que nos permite concebir otra forma de pensamiento en las sociedades paleolíticas», explica Galán. «No olvidemos que es el primer arte de la humanidad, realizado por nuestros más antiguos ancestros. Y las diferencias entre yacimientos muestran que esas necesidades artísticas se plasmaban de forma diferente dependiendo de las características de los lugares que habitaban sus creadores».
El lado portugués del yacimiento es mucho más extenso que el salmantino pues se despliega a lo largo de 18 kilómetros de extensión, a través de tres valles. Aunque descubierto con posterioridad, la peculiar circunstancia en la que se produjo su hallazgo -en el marco de los trabajos preparatorios para la construcción de una presa que lo hubiera destruido- propiciaron que su declaración como Patrimonio de la Humanidad llegara muy pronto, en parte como apoyo al gobierno portugués, que decidió, no sin polémica, renunciar al proyecto hidrológico. En realidad, los dos yacimientos forman parte de la misma manifestación de arte rupestre y colaboran entre sí.
Llevar el arte rupestre a los museos fue todo un desafío que tuvo en la gran exposición de Madrid de 1921 un hito de dimensión internacional. Ese acontecimiento lo celebra ahora el Museo Arqueológico Nacional (MAN) con la muestra 'Arte prehistórico. De la roca al museo' que rinde homenaje a aquella iniciativa, al tiempo que pone de manifiesto la riqueza de estas expresiones artísticas en España. Uno de los paneles de la exposición recoge fotografías de los principales yacimientos rupestres del país y entre ellos destaca Siega Verde, junto a otros como la Cueva de Tito Bustillo (Asturias) o la Cueva Pintada (Canarias).
«Musealizar este arte fue todo un reto y la exposición de Madrid fue pionera en el mundo. Su éxito facilitó la entrada de este tipo de arte en los museos», explica Eduardo Galán, uno de los comisarios de la exposición, que recupera algunos de los grandes paneles y pinturas creados para la muestra de hace un siglo, que se han restaurado para la ocasión, después de permanecer 70 años guardados en los almacenes del museo.
Porque, por obvio pueda parecer al escribirlo, el problema del arte rupestre es que no puede mostrarse el original fuera del espacio físico en el que se encuentra, lo que obliga a recurrir a reproducciones para darlo a conocer. 'Arte prehistórico. De la roca al museo' rinde homenaje a algunos grandes pintores dedicados a esta tarea pedagógica, como Francisco Benítez Mellado o Juan Cabré Aguiló. La exposición muestra también la primera recreación que se realizó del techo de la cueva de Altamira, muchos años antes de que se construyera la actual NeoCueva.
«Es un arte muy difícil de gestionar. La línea actual pasa por llevar al público al lugar e instalar allí pequeños museos o centros de interpretación que expliquen cada yacimiento», explica Galán.
Esto es exactamente lo que ocurre en Siega Verde. El visitante tiene dos opciones de visita: la versión corta incluye cinco paneles y la larga diez, a través de dos itinerarios. En ambos casos el recorrido se inicia en el Aula Arqueológica, en Villar de la Yegua, desde dónde se conduce al grupo hacia el yacimiento, que se despliega en torno al Puente de la Unión, que atraviesa el río Águeda entre Serranillo, Martillán y Castillejo de Martín Viejo, 15 kilómetros aguas abajo de Ciudad Rodrigo. La visita dura 80 minutos y puede gestionarse en el 923 480 198.
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