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Galdós, narrador máximo
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El día 4 de este mes de enero se cumplieron cien años de la muerte de Benito Pérez Galdós, el novelista más trascendental de la literatura española desde Miguel de Cervantes(*Cada semana, José María Cillero escribe sobre la actualidad cultural de Castilla y León y de todo el mundo. Si eres suscriptor, apúntate aquí a esta newsletter.)
El día 4 de este mes de enero se cumplieron cien años de la muerte de Benito Pérez Galdós, el novelista más trascendental de la literatura española desde Miguel de Cervantes. Novelista, dramaturgo, periodista-articulista, político y también pintor y melómano. Un autor cuya importancia en las letras españolas puede establecerse a partir de un doble eje. Por un lado, el compuesto por el citado Cervantes, el propio Galdós y Miguel Delibes, del que este año conmemoramos el centenario de su nacimiento, la santísima trinidad de la novela española. Por otro, el eje que con Galdós completan Balzac en lengua francesa y Dickens en la inglesa, el trío de piezas claves que llevaron a la modernidad la novela en sus respectivos idiomas.
Dotado de una profunda lucidez y de una portentosa clarividencia, -«la política es un circo», dejó escrito, dando muestra de lo certero de su juicio y quién sabe si de su capacidad para adivinar lo que luego vendría (y sigue viniendo), alertó contra las consecuencias del odio fratricida que hacía imposible una convicencia razonable y, por ende, que condenaba al país al atraso y la pobreza. Contrario a la iglesia católica -su anticlericalismo le privó del Premio Nobel por las presiones recibidas desde el cerrilismo de algunos de sus propios compatriotas-, pero no al mensaje cristiano. Político cuyo pensamiento fue aproximándole al socialismo, pero enfrentado a toda manifestación de violencia revolucionaria; heredero periodístico de Larra, con el que compartió el odio a la ignorancia y la incultura del pueblo español, y sobre todo, agudo observador dotado de un oído privilegiado para empaparse de las inquietudes y del habla de los distintos estratos que componían la sociedad de su tiempo.
Además, y sobre todo, gran innovador de la narrativa, que sacó de la agonía folletinesca de los estertores del romanticismo para llevarla a terrenos del realismo y del humanismo, por los que la novela contemporánea ha transitado desde entonces, gracias a la renovación de los temas en busca de asuntos cercanos, al acierto en la construcción de personajes creíbles, mediante el empleo por primera vez de recursos innovadores como el uso del segundo narrador, el análisis psicológico y el fluir de la conciencia.
Pero como dicta esa sentencia no escrita aunque irreversible que persigue a los genios en un país cortado con el patrón de la envidia, vivió sus últimos años arruinado, ninguneado por la oficialidad y por sus colegas de letras y ciego. Por ello y para evitar nuevas cegueras, el mejor homenaje al cumplirse los primeros cien años de su muerte es valorar su imprescindible contribución a la historia de la literatura en español, además de la plena vigencia de su legado. Un propósito para el que no existe fórmula más eficaz que volver a leerle.
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