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Arrebatado por la atmósfera que rodea a los pueblos abandonados, comenzó a incluirlos en sus 'exploraciones' por Castilla y León en 2006. Llegaba con su cámara de fotos a lugares borrados de los mapas o a punto de esfumarse de la memoria de los lugareños ... de la comarca y allí hallaba a medio caer fachadas de piedra o adobe, vigas desencajadas, calles en su día llenas de vida y aconteceres y ahora entregadas a la voraz expansión de hierbajos y maleza. «Encontrar un pueblo abandonado en aquellos años era complicado porque apenas había información, tuve que orientarme con un mapa de carreteras de 1982, hablar de la despoblación no era tan común como ahora; escribías esa palabra en Google y aparecían páginas web de dudosa procedencia y que incluso atraían algún virus al ordenador», afirma Iván Villapecellecín, de 45 años, que aunque nacido en Madrid se siente de Olmedo, donde tiene casa y estudio.
Su primera batida fotográfica fue en Villacreces, pueblo vallisoletano abandonado en la Tierra de Campos y que llegó a contar con 160 habitantes hasta que se vació del todo a comienzos de los años ochenta. A esta salida por el territorio le siguieron otras muchas, hasta reunir un archivo fotográfico de más de tres mil fotografías con las que ha documentado la desaparición de pueblos en Castilla y León y la hasta ahora imparable decadencia del mundo rural. Esas imágenes han dado soporte a 'Mapas cerrados', una exposición que ha itinerario por varios lugares, y al ensayo fotográfico 'In-volución', concebido como homenaje a las personas que han decidido quedarse a vivir en pueblos pequeños. La ausencia de una «evolución lógica», dice, le llevó a abordar estos proyectos. «Hubo un tiempo donde a la gente que vivía en un pueblo se la menospreció; seguimos dando poca importancia a estas personas que resisten heroicamente en zonas rurales donde casi no hay carreteras, ni cobertura, ni otros servicios básicos».
Por la cámara de Villapecellín han desfilado escenarios de desolación demográfica como Honquilana (Valladolid), Valdegrulla (Soria), Bárcena de Bureba (Burgos), Otero de Sariegos (Zamora), Matandrino (Segovia), Valsurbio (Palencia)... «Todas las provincias de Castilla y León cuentan con aldeas abandonadas, con Salamanca a la cabeza. Soria es la que ofrece las estampas más espectaculares, te encuentras enclaves en medio de tierra rojiza, paisajes asombrosos, iglesias románicas semiderruidas en medio de la nada...».
La afición por retratar lo que durante estos últimos años se nombra como la España vacía le viene al fotógrafo arraigado en Olmedo de cuando viajaba a Madrid a estudiar Bellas Artes. «Por la ventanilla del autobús veía pasar pueblos moribundos, sin nadie en la calle, sin vida. Me llegaba hasta lo más hondo lo penosa que era la despoblación y empecé a documentarme y a plasmarlo en imágenes. Recuerdo que llegué un día a Molpeceres (Valladolid) y encontré a una pareja de ancianos que me preguntaron qué estaba haciendo, y cuando les contesté que iba a hacer fotografías porque me habían dicho que allí no vivía nadie se ofendieron, lo consideraron casi un insulto; ahora es un pueblo con más vida y habitantes que entonces».
Documentar lo que queda de algunos núcleos rurales antes de que la ruina conquiste para siempre iglesias, escuelas y casas es también lo que mueve a Iván. «Pretendo hacer un archivo de memoria antes de que se caiga todo eso, que sea un documento gráfico para el futuro, mi intención no es hacer arte, sino documentar», esgrime. «De hecho, cuando en alguna exposición han visto estas imágenes, algún antiguo vecino o familiarde quienes vivieron en pueblos ya desaparecidos ha contactado conmigo para darme las gracias o hacerse con una fotografía por ser el último vestigio del lugar que conocieron».
Cuenta que la sensación de soledad, silencio y a veces miedo sigue rondándole cada vez que pisa un lugar donde antes hubo presencia humana. «En ocasiones fantaseo y me pongo en la piel de uno de los moradores que pasaron allí su vida, tratando de recordar cómo era la gente y el ambiente en el que se desenvolvía a diario», relata este fotógrafo con más querencia por las soledades que por las multitudes urbanas. Una de sus obsesiones, admite, es el paso del tiempo. De esa querencia extrae lo que denomina «texturas» que le llevan a posar la mirada en una pared que lleva muchos años sin pintarse, en un objeto abandonado en un corral, un árbol cuyas ramas se abren paso en lo que antaño fue comedor de una casa semihundida... «todo eso me sorprende y trato de atraparlo visualmente».
Más allá de la estética de la atmósfera del vacío y de los efectos del éxodo rural que capta en sus imágenes, Villapecellín pone el foco en remover emociones y para ello tiene claro el empleo del blanco y negro. «Estos colores atraen el alma de lo que estás retratando, transmiten otro tiempo y a la vez son actuales», explica quien ha cambiado su firma de Iván García Martín por Iván Villapecellín, un gesto de homenaje a su padre, fallecido hace menos de un año, y que a la vez entraña un punto de inflexión en una veta artística que fluye también hacia la pintura y la realización de documentales y videoarte. Seguirá haciendo fotos de la Castilla y León deshabitada, asegura, atesorando testimonios gráficos que algún día convertirá en libro.
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